Construir desde la nada
Madrid. 09/03/2025. Auditorio Nacional. Beethoven: Missa Solemnis. Regula Mühlemann, soprano. Eva Zaïcik, mezzo. Julián Prégardien, tenor. Gabriel Rollinson, bajo. Balthasar-Neumann Chor & Orchester. Thomas Hengelbrock, director.
La Missa Solemnis de Beethoven es una obra colosal, extraña; con unas rupturas y cambios armónicos bruscos y alejadísimos, que busca contrastes abruptos y dinámicas extremas. Es una composición que presenta brochazos casi desgarrados en sus súbitos cambios de tempo y compás. El compositor la compuso en su última época simultáneamente con otras importantes obras como su novena sinfonía (de la que se reciben ecos en bastantes momentos de la obra), y que tuvo al compositor más de cuatro años trabajando en ella. Ello se nota en su estructura un tanto ‘adosada’, de crecimiento asimétrico, alejándose de las proporciones clásicas que si tenía su anterior y más juvenil Misa en do mayor, pasando a estirar al máximo las líneas, y consiguiendo una estructura desigual y fascinante en su perpetua propuesta sorprendente y rupturista.
Hay momentos verdaderamente abstractos, como muchas de las intervenciones del cuarteto vocal solista, donde las líneas parece que crecen sin un aparente sentido, sin las tradicionales conducciones en terceras, llevando a las voces como vectores que se desarrollan cada uno con su propio dibujo, velocidad y textura, sin tener mucho en cuenta a donde vayan los demás. El coro tiene una importancia absoluta, de una extensión y dificultad máxima; con una amplitud de tesitura enorme e inclemente. A todo ello hay que sumar las numerosas ‘claves’ o mensajes que se esconden en la partitura, sobrecogiendo algunos de ellos, como el amenazante redoble de timbal superpuesto de forma un tanto invasiva en el coro final cantando el Dona nobis pacem a modo de lejano pero presente eco de guerra. Estremecedor.
Obra de muy difícil ejecución, a la cual no todos los directores se atreven o se sienten preparados para abordar (el mismísimo Riccardo Muti esperó a tener ochenta años para dirigirla), y a la que es casi imposible hacer mostrar todas sus claves. Thomas Hengelbrock y los Balthasar-Neumann-Chor & Orchester han sido muy inteligentes, y con sus instrumentos originales, su soberbia preparación y técnica; sus voces afinadas y frescas, han construido un enorme y cambiante edificio desde el pianissimo, por lo que les ha permitido, con un orgánico instrumental más bien pequeño teniendo en cuenta cómo se suele tocar la obra (con la cuerda 11-10-8-6-4), abordar el pleno contraste -muchas veces extremo- que exige Beethoven con el forte o fortísimo, siempre sin forzar, sin romper la cuerda al tensarla.
Con la transparencia y dolcezza que da la cuerda de tripa, y la madera en instrumento de viento; el uso y manera de la ejecución con instrumentos originales hace que se oigan ‘restaurados’ los colores originales de la obra. Todo esto se comprobó desde el mismo inicio, cuando Beethoven en el Kirie contrapone enseguida el forte con un casi inmediato piano. En el concierto éste sonó inmediatamente lejano, con los instrumentistas (incluida la trompeta en frío) haciendo un verdadero y extraordinario esfuerzo para alcanzar ese grado de pianissimo que inmediatamente sobrecogió al oyente, haciendo fustigar desde el primer instante una energía de escucha y sobrecogimiento que mantuvo al Auditorio en auténtica alerta.
La transparencia fue constante, y otro importante motivo para que la ejecución tuviese un nivel máximo. Las numerosas -y muchas veces contradictorias- líneas temáticas escritas por Beethoven, que se superponen en la densa masa instrumental y vocal, se mostraron con una rara nitidez y limpieza, con lo que se evidenciaron -dentro de lo que se puede en ese inmenso magma creativo- las distintas voces y texturas que el compositor creó de una forma casi diría que expresionista.
Hubo instantes de muy buena intensidad y lograda progresión, como en la difícil y larguísima fuga al final del Gloria. En el Credo impresionó la entrada en tres ppp de los tenores en el Et incarnatus est, o, en este sentido, el soberbio contraste y posterior diminuendo a la nada de todo el coro cantando et sepultus est. Magistral la última intervención del cuarteto solista con el fondo del coro más piano y el acompañamiento de la orquesta con la cuerda en pizzicati, que maravilla de planificación de todo ello entendiéndose absolutamente todo.
Pequeñas dubitaciones rítmicas en el súbito cambio a uno del Osanna in excelsis en el Sanstus; y extraordinaria intervención del violín solista (el madrileño Pablo Hernán Benedí) en el Benedictus, consiguiendo una rara ensoñación lírica con un sonido cristalino y mórbido, y logrando la justa delectación fraseando con el arco. Conseguida y efectiva la distinta sonoridad creada por la pequeña banda interna en elDona nobis pacem.
Fabuloso el cuarteto vocal solista en cuanto a conjunción y engarce de sus distintas voces y afinación, tratados por Beethoven de forma tan instrumental; sobresaliendo la belleza cristalina del timbre y la irreprochable línea de la soprano Regular Mühlemann, y la penetración y perfecta conducción vocal del tenor Julian Prégardien. Menos interesante el material vocal de la mezzo Eva Zaïcik aunque suficientemente sonora y eficaz, y engolado y con menos presencia sonora aunque cumplidor el bajo Gabriel Rollinson.
Fotos: © Elvira Megías