© Erika Mayer
Un país ecléctico
Salzburgo, 14/04/2025. Festival de Pascua. Grosses Festspielhaus. Obras de Salonen y Sibelius. Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa. Esa-Pekka Salonen, director.
Dos compositores finlandeses. Una solista finlandesa. Una orquesta finlandesa. Un director finlandés. Este era el programa del segundo concierto del Festival de Pascua de Salzburgo. A simple vista se podría pensar que era una opción bastante reduccionista centrarse en un solo país al organizar el evento, pero nada más lejos de la realidad. Finlandia es un territorio que ha sido dominado por los imperios sueco o ruso, que ha luchado siempre por su independencia, que no logró hasta principios del siglo XX, y que por ende, musicalmente, siempre lo nacional, lo finés, ha tenido una honda impronta. Pero eso no ha cerrado a sus músicos, a sus compositores, a sus intérpretes a abrirse al mundo. En este concierto oímos sones brasileños, inspiración italiana, aires vieneses. Finlandia defendió su música pero se abrió y se sigue abriendo al mundo. Todo un ejemplo en estos tiempos en que lo nacional parece excluir a todos los demás.
Esa-Pekka Salonen es sobre todo conocido por ser uno de los directores más importantes del mundo, abanderado de una tradición que hoy se extiende con una increíble nómina de batutas de primerísimo nivel que sería muy largo nombrar pero que todos los melómanos tienen en mente. Pero Salonen es también, o sobre todo, seguramente para él, un excelente compositor. Muestra de ello es su Concierto para violoncello, que se escucha por primera vez en Austria en esta velada. Encargado conjuntamente para el afamado violonchelista Yo-Yo Ma por la Orquesta Sinfónica de Chicago, la Filarmónica de Nueva York, el Centro Barbican y la Elbphilharmonie de Hamburgo, el concierto para chelo de Salonen se estrenó el 9 de marzo de 2017, con el propio Salonen a la cabeza de la Orquesta Sinfónica de Chicago. Dura aproximadamente treinta minutos e incluye musicalización electrónica en algunos momentos. Está dividido en tres movimientos, El primero, de una profunda belleza, parte de lo que se podría considerar un caos sonoro que va evolucionando a un tema, a una línea, una espacie de “concepto de un pensamiento simple que emerge de un paisaje complejo”. El violonchelo emerge como el movimiento de un cometa, de su cola, que emulan otros instrumentos, como objetos arrastrados por ese cometa. El segundo movimiento es de una gran riqueza tímbrica, incluso con un toque de grandeza cósmica (todo el concierto da esa sensación “espacial” de la que emerge el instrumento solista), y en el que el solista puede demostrar no solo su pericia instrumental sino la introspección necesaria para transmitir la profundidad de una melodía lenta y concentrada. La inclusión aquí de la parte electrónica, de la que hablábamos más arriba y centrada en sonidos que imitan el graznido de unos amenazantes pájaros, realza un ambiente más dramático. El último movimiento, de una exigencia para el solista tremenda, incluye un ritmo con congas y bongós, colocados al lado del atril del director. La música se vuelve cada vez más rápida, más frenética, con ritmos danzables de una intensidad cuasi sensual. El tramo final, tremendamente impactante, con un violonchelo al que se le pide el límite de su capacidad sonora, se va disipando suavemente, se ralentiza “y la línea del violonchelo ascende atentamente hasta un si bemol estratosférico”.
Espectacular trabajo de Senja Rummukainen que demostró ser una auténtica virtuosa del instrumento, proporcionándonos momentos de una gran belleza. Supo transmitir esa mezcla de inquietud “cósmica” que Salonen introduce en su composición pero también la calma concentrada de algunos pasajes. La exigencia fue máxima para la instrumentista, siempre atenta a las indicaciones del director, pero la resolvió con una enorme clase. El público, impactado por su labor, le brindó una enorme ovación cuando saludó en solitario. Muy destacada también, en una composición nada fácil para los atriles, la Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa, sobre todo la percusión, principal pieza de toque del concierto, aparte, claro está, del violonchelo.
Oír la Segunda Sinfonía de Jean Sibelius interpretada por finlandeses de primera línea es un lujo para cualquier amante de este compositor. Su gestación tiene lugar en un viaje de la familia Sibelius a Italia, y por eso, en algún momento se la califica de la sinfonía “italiana” del maestro. No es aquí lugar para explayarse en el difícil y voluble carácter de Sibelius. Solo comentar que la familia estaba instalada en la costa de Liguria, pero el compositor se marchó a Roma para poder componer “con tranquilidad”. Allí, según el musicólogo y biógrafo de Sibelius, Erik W. Tawaststjerna, el compositor “se liberó por fin de su crisis wagneriana, mientras el pathos chaikovsquiano empezaba a parecer más lejano”. Sea como fuere el finlandés va encontrando su propio camino con una seguridad y un optimismo que no mostrará habitualmente. La belleza de la música, el trabajo orquestal y la congruencia del conjunto hacen de esta sinfonía, junto a la Quinta, las más interpretadas y celebradas del compositor. Salonen nos brindó una versión antológica. Lo que más destacaría es el nervio, la tensión que supo mantener en cada uno de los movimientos sin caer nunca en una interpretación rutinaria. Habrá interpretado mil veces esta obra pero sonó fresca, transparente, nueva y a la vez refinada (maravillosa la cuerda en la entrada del cuarto movimiento) y con solera. Graduando los volúmenes, consiguió que la música transmitiera vida, optimismo y, por encima de todo, belleza. Si hablaba de las veces que habrá interpretado Salonen esta sinfonía, lo mismo ocurrirá con la orquesta. Pero como en el caso del director, la entrega de los intérpretes fue absoluta, con una cuerda en estado de gracia y un metal airoso y perfectamente timbrado. Una interpretación culminada con dos propinas, la última el maravilloso Vals triste que hizo estremecer al ya entregado público salzburgués.