Empatía y teatralidad
Salzburgo, 13/04/2025. Festival de Pascua. Grosses Festspielhaus. 2ª Sinfonía. Mahler. Julie Roset, soprano. Jamin White, contralto. Coro de la Radio Bávara. Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa . Esa-Pekka Salonen, director.
La Segunda Sinfonía de Gustav Mahler, denominada “Resurrección”, es un estudio musical con una gran carga filosófica. Mahler no sería Mahler sin estar inmerso en ese mundo de pensamiento tan crítico, que se enfrenta a finales del siglo XIX a unos cambios políticos y económicos que hacen tambalearse las viejas estructuras, abriéndose a transformaciones que resultan aún inquietantes y desconocidas pero llenas de nuevas perspectivas. El compositor bohemio nunca fue ajeno al mundo en el que vivía, aunque siempre he visto una dicotomía entre su vida “pública” como director operístico y su faceta de compositor, tan íntima, tan personal, en la que descubrimos a un Mahler muy distinto al que se veía en el foso. Si la exigencia era su lema, la aplicaba en todos los momentos de su trabajo, también en sus composiciones. La Segunda es una sinfonía que tiene una gestación meditada, que comienza con el interés por los poemas sinfónicos, en los que triunfaba su coetáneo y amigo en cierta manera, Richard Strauss. A Mahler le gustaba el éxito y le dolían los esfuerzos que tenía que hacer para que sus obras se representaran en un mundo musical en el que su filosofía no se entendía. Y es que temas como la muerte, lo que hay después de ella, lo trascendental de la otra vida, o cómo la Naturaleza (tema tan querido por él) forma parte de este ciclo también, eran planteamientos a los que no el público general de las salas de conciertos no estaba acostumbrado. No hay sinfonía mahleriana mala, ni regular, ni buena. Son todas magníficas. No todas en el mismo grado, claro está. Resurrección está muy alta en la lista por lo que tiene de trascendencia, evolución y belleza en el desarrollo del pensamiento musical del compositor.
Por eso, al analizar la versión que el pasado 13 de abril nos brindó Esa-Pekka Salonen en el Festival de Pascua de Salzburgo, al concretar en palabras sensaciones que muchas veces son difíciles de explicar, he sentido que “empatía” y “teatralidad” resumían la esencia de su interpretación. La empatía que vi es fruto de un pensamiento que me recorrió durante toda la sinfonía. Los tempi, los cambios del forte al pianissimo, los pronunciados y poco frecuentes silencios impuestos por la batuta (una de las cosas más sorprendente de la noche en contra de lo habitualmente escuchado de mano de otros directores), me recordaban al carácter de Mahler. Esa idea sobre su personalidad que nos han legado sus biógrafos y también su mujer Alma (aunque uno siempre se puede fiar poco de sus manipuladas afirmaciones) nos proporciona una imagen de un hombre nervioso, perfeccionista, casi ascético, con ataques de ira incluso, pero también, sobre todo en los tiempos en los que podía descansar de su frenética carrera por conseguir el éxito primero y luego mantenerlo, un ser más sensible.
Ese retrato encajaba perfectamente con la visión de Salonen dirigiendo esa estupenda formación que es la Sinfónica de la Radio Finlandesa, espléndida en todas sus familias, con destacada mención del metal, la madera y la percusión. Es una orquesta quizá no puntera pero sí muy profesional, sin aires de grandeza y a la que su director ha moldeado a su gusto para proporcionarnos el mejor sonido. Mahler estaba presente en el cambiante ritmo del primer movimiento, en el lirismo de salón del segundo, con silencios que parecían indicarnos que su mente, por un momento, se iba a otro sitio, en el tercero con esa maravilla irónica que es la orquestación del genial San Antonio predicando a los peces, uno de los lieder más conseguidos de su colección Las canciones del muchacho de la trompa mágica se podría imaginar la socarronería tan propia del carácter judío. ¿Y qué decir de Urlicht (Luz prístina), que es el bellísimo y sugerente cuarto movimiento y que procede también de la colección de canciones del muchacho de la Trompa Mágica y bien cantado por la joven contralto Jasmin White? Teníamos ahí al Mahler enamorado, el Mahler que más se escondía, el más sensible y personal. Y para terminar, ese quinto lienzo, el más extenso, el más espectacular y el más impresionante de toda la obra y me atrevería a decir de la producción mahleriana.
En ese último movimiento es donde Salonen hizo hincapié en la teatralidad, en lo que tiene de ópera la composición (no es baladí la inclusión del coro y dos solistas femeninas). Los sonidos de unas trompas que vienen de fuera de la sala crean un ambiente que parece plantear un escenario en el que desarrollar el último movimiento, que gira alrededor de el poema Die Auferstehung (Resurección), del poeta alemán del siglo XVIII Friedrich Gottlieb Klopstock y su imponente despliegue instrumental que te deja pegado al asiento y el corazón en la garganta. Salonen desplegó todo su arte, esa manera tan personal de dirigir imponiendo pero nunca con excentricidades gestuales, con un ritmo intenso, preparando al público para la tremenda experiencia que supone esta música. Mezclando, una vez más los forti con esos pianissimi de los que hablábamos antes, como en la entrada del coro, uno de los momentos más emocionantes de la noche tanto por la dirección como por la enorme profesionalidad de ese magnífico conjunto que es el Coro de la Radio Bávara. Fue un movimiento en el que no hubo paz para el público, hipnotizado por la magia de director, cantantes y músicos y por esa música tan tensa, tan nerviosa, tan colosal y también tan lírica (ahí está para demostrarlo las intervenciones de la soprano Julie Roset) que creó Mahler para dramatizar un poema, una idea, una idea que estaba dentro de él: ¿Nuestro futuro está en la resurrección?
Fotos: © Erika Mayer