© Joaquín Gómez Sastre / FIS
Dos clásicos
28/08/2025. Palacio de Festivales, de Santander. Obras de Ludwig van Beethoven y Dimitri Shostakovich. Paul Lewis (piano) y Orquesta Sinfónica de Tenerife. Dirección musical: Víctor Pablo Pérez.
Ya nadie pone en duda que Dimitri Shostakovich es un clásico; en el caso de Ludwig van Beethoven la mera mención sería sospechosa por evidente. De hecho, Beethoven “es” la música clásica, como lo pueden ser Mozart, Vivaldi, Haendel o Schubert. Estos nombres son la música clásica… aunque poco a poco vamos añadiendo a esta lista –que el lector entenderá, es simbólica porque podrían añadirse muchos otros nombres pero este no es el espacio adecuado- los de Mahler, Bruckner o Shostakovich; y algunos otros también los de Ligeti, Messiaen o Adams. Eso sí, aceptemos una pequeña diferencia: la estética beethoveniana la tenemos insertada en nuestro ADN musical mientras que la de Dimitri Shostakovich, cincuenta años después de su fallecimiento, sigue sorprendiéndonos como si la escucháramos por primera vez. Quizás por ello las reacciones del personal que se acerca al concierto siguen siendo bien distintas ante cada una de ellas.
Porque el programa ofrecida por la Orquesta Sinfónica de Tenerife se basaba en estos dos nombres imprescindibles de lo que hemos decidido llamar música clásica cuales son Beethoven y Shostakovich; y llegamos a ellos a través de dos obras referenciales de cada uno de ellos: por un lado, el Concierto para piano y orquesta nº 5 en si bemol mayor, op. 73 del de Bonn; por otro, la Sinfonía nº 9 en mi bemol mayor, op. 70 del soviético. Es decir, que el eje que vertebra el programa, además de que son obras de dos clásicos, es la tonalidad empleada. Porque si nos referimos a la estética, ciento treinta y seis años les separan.
Víctor Pablo Pérez planteó un concierto para piano relativamente sosegado sin que ello suponga poner en duda el virtuosismo y coherencia del piano del inglés Paul Lewis. Lejos de actitudes efectistas tan de moda entre muchos pianistas de hoy en día, Lewis ha mostrado una actitud austera y acompañado a la perfección por la batuta -¡qué delicadeza en los pizzicatti!-, nos ha ofrecido una versión del concierto Emperador plena de clasicismo. La reacción del público estuvo a la altura de la actitud del pianista, con aplausos sinceros, sin alharacas gratuitas
Tras el descanso, Víctor Pablo Pérez hizo frente a la sinfonía de Shostakovich manejando su instrumento, la orquesta tinerfeña, con enorme habilidad. La obra está compuesta en 1945, año del fin de la Segunda Guerra Mundial, y habitualmente se le ha querido dar un significado político que personalmente nunca he compartido. Existe humor e ironía, sí, pero las proclamas solemnes de trombones y tuba nos retrotraen a los horrores de una guerra en la que los compatriotas del compositor sufrieron como nadie y más que nadie.

El Allegro inicial fue la demostración del nivel técnico de viento madera –flautín, pongo por caso- y la adecuada respuesta del metal, con una sección muy implicada. Medido, sin caer en el academicismo, el Moderato de formas sencillas y hondo significado; el Allegro final fue un ejemplo de la sonoridad propia del soviético, muy bien coordinada por la batuta. En definitiva, que el burgalés sacó toda la sonoridad del compositor, ofreciéndonos toda su paleta de colores y provocando aún la perplejidad del espectador, al menos de bastantes de ellos.
Una reacción popular de satisfacción y aplausos que acarrearon innecesarios regalos porque el concierto, muy bien diseñado, ya era más que suficiente. Al fin y al cabo, escuchados con calidad dos clásicos, ¿quién necesita más?
Fotos: © Joaquín Gómez Sastre / FIS