© David Ruano
Lo ligero esconde lo trascendente
Barcelona. 22/09/2025. Gran Teatre del Liceu. Liska Bystrouska (La zorrita astuta). Janáček. Elena Tsallagova (La zorrita) Peter Mattei ( El guardabosques), Milan Perišić (Harašta), Paula Murrihy (El zorro), David Alegret (El maestro), Alejandro López (El reverendo). Coro y Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Barrie Kosky, dirección de escena. Josep Pons, dirección musical.
Valiente y arriesgada apuesta de la dirección artística del Gran Teatre del Liceu al elegir Liska Bystrouska (La zorrita astuta) de Leoš Janáček para inaugurar su temporada 2025/26. Las óperas del autor checo no se prodigan por los teatros del sur del continente y menos aún esta obra de tintes simbólicos y a la vez muy arraigada a la tierra, que nos transmite a través de una narración metafórica, con notas de fábula, el ciclo de la vida. El libreto, del propio compositor, proviene de las tiras de cómic de Rudolf Tesnohlídek que editaba en el primer cuarto del siglo XX el periódico de Brno Lidové noviny, y gira alrededor de la historia de los algunos de los animales que habitan un bosque y los humanos que viven en sus lindes. El devenir vital de una zorra y de un guardabosques que la captura siendo un cachorro sirven a Janáček para hacer un repaso muy personal de su propia vida, del sentido, o no, que tiene, y del ciclo que se va sucediendo generación tras generación.

Bajo una capa de aparente ligereza se esconde la reflexión de un gran compositor ya bien entrada su madurez que reflexiona sobre el paso del tiempo y la fragilidad de nuestra existencia. El espectador se puede ver reflejado en la zorrita, en el guardabosques o en alguno de los otros personajes humanos y salvajes que pueblan una ópera de tintes corales. Los diálogos son bastante lacónicos, breves, usando un especial lenguaje que no es del todo el canto clásico al que estamos acostumbrados. Janáček juega con nosotros y nos muestra un mundo mágico gracias a una partitura extraordinaria, lo más atractivo sin duda de la obra. El particular lenguaje del compositor, expuesto a lo largo de todas sus obras, se tiñe aquí de unos aires más alegres. Mezclando el folklore, su observación de los diversos sonidos de los animales, especialmente de los pájaros, su propia paleta de colores y también de los significativos silencios, consigue que La zorrita sea una ópera grandiosa orquestalmente.
Todo esto que comento no se acomoda mucho al mundo operístico que se suele programar en los teatros mediterráneos. La reacción del público del estreno fue correcta y más cálida con los dos protagonistas y el director, pero me temo que no es una ópera que atraiga multitudes. Pero vuelvo a valorar el esfuerzo del Liceu para abrir nuevos caminos que den a conocer al aficionado repertorios que quizá no hayan aún recorrido pero que son de una riqueza musical y literaria enormes.

La zorrita astuta solamente se había representado una vez en el coliseo de Las Ramblas y en inglés. Era pues esta la primera ocasión en que se podía oír aquí en su idioma original. La producción, compartida con la Bayerische Staatsoper, era responsabilidad del reconocido director australiano Barrie Kosky, al que admiro pero que en esta ocasión no ha presentado uno de sus mejores trabajos. Kosky se repite demasiado trabajando con diferentes cortinajes muy llamativos de atrayentes colores (la escenografía la firma Michael Levine) que van enmarcando los diversos cuadros pero que dan un aire de music hall a la escena, sin mayor esfuerzo estético.
Los dos momentos más estáticos, en la casa del guardabosques donde va creciendo la zorrita y en el gallinero donde esta mata a las gallinas, se libera del yugo humano y vuelve al bosque, se resuelven como si fuera un guiñol. No hay duda que esa última escena es vistosa con el amarillo chillón de las gallinas, pero no pasa de un humor bastante trillado. A la hora del movimiento escénico tampoco se ve un trabajo muy refinado, algunas plataformas, personajes que se mantienen estáticos, casi siempre mostrando solo el torso y mucha danza de la zorrita y después de sus cachorros también con poca imaginación. Se espera más de este director aunque el conjunto se puede considerar correcto.

Musicalmente Josep Pons se enfrentaba a una partitura complicada pero que está dentro de lo que podemos considerar su repertorio más afín. Su lectura fue algo irregular, comenzando con unos tempi demasiado demorados, sin tensión, sin transmitir el ambiente acrisolado del bosque, con su múltiples sonidos. Poco a poco la batuta alcanzó más tono y se fue adaptando más al ritmo que reclama el compositor. Especialmente acertado fue su trabajo en la escena de amor de los dos zorros y en la última disertación del guardabosques con la que finaliza la obra. La Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu cumplió fielmente las indicaciones del maestro pero no brilló especialmente.

Como ya se ha dicho más arriba, La zorrita es una obra con bastantes personajes que tienen más de una frase, aunque la palma se la llevan la zorra y el guardabosques. Ambas fueron servidas por dos grandes voces. Especialmente hay que destacar el excelente trabajo como Guardabosques de Peter Mattei, un barítono de altísimo nivel que se prodiga poco por estos lares. Su timbre es especialmente atractivo y sus cualidades vocales se pudieron disfrutar sobre todo en su última reflexión sobre su vida, una lección de cómo se canta un papel de estas características.
A muy buen nivel también Elena Tsallagova como la zorrita. Destacó su buena adaptación al papel y su lenguaje y el buen trabajo en el agudo. Señalar dos escenas donde se lució: el taimado discurso a las gallinas y su diálogo, que acaba con su muerte, con Harašta, el cazador furtivo. El resto de cantantes cumplieron en general con solvencia sus trabajos. Destacaría especialmente el Harašta de Milan Perišić, El Zorro de Paula Murrihy, aunque tuvo algún desajuste en la zona más aguda, y el maestro y el reverendo defendidos respectivamente por David Alegret y Alejandro López.
Foto: © David Ruano