Un debut de cine
Barcelona. 19/10/25. Palau de la Música Catalana. Obras de Korngold y Chaikovski. Paul Huang, violín. Franz Schubert Filharmonia. Tomás Grau, dirección.
El pasado domingo se consumó en el Palau de la Música Catalana la inauguración oficial de la temporada de la Franz Schubert Filharmonia con Tomás Grau como director. En su correspondiente gira por el territorio catalán, pasando por Tarragona y Lleida, el templo modernista fue la última parada de una propuesta equilibrada: el Concierto para violín y orquesta, op. 35, de Korngold, y la Sinfonía núm. 6, op. 74, de Chaikovski. El violinista Paul Huang, ganador de la prestigiosa beca Avery Fisher Career Grant (2021) y del Premio Lincoln Center para Artistas Emergentes (2017), fue la estrella invitada de la velada, siendo la orquesta catalana una de las primeras con las que el violinista taiwanés habrá debutado esta temporada.
Erich Wolfgang Korngold, uno de los “padres” de la música cinematográfica estadounidense, no fue, hasta hace relativamente poco, un compositor frecuente en la programación clásica, especialmente en Europa. Tampoco, eso sí, un autor totalmente desconocido. La tendencia que ha llevado a muchas orquestas a incursionar cada vez más en la música para cine –algunas de ellas especializándose en ese repertorio– se ha visto acompañada del redescubrimiento progresivo de la figura de Korngold, el nexo inequívoco entre Hollywood y el posromanticismo alemán, haciéndolo progresivamente más presente en los programas de música clásica. Aunque la huella de su influencia, dentro de la esfera musical hollywoodiense, puede rastrearse en compositores posteriores como John Williams y tantos otros, es su obra sinfónica y operística la que ha experimentado una notable revalorización en los últimos años.
Uno de los ejemplos más representativos tanto del estilo de Korngold como de su redescubrimiento es su Concierto para violín y orquesta, estrenado en 1947, cuyos tres movimientos se inspiran en temas de películas de finales de los años treinta. Aunque no se trate del caballo de batalla de Huang ni de su concierto más interpretado, el violinista taiwanés demostró un excelente dominio de la partitura. Sus primeras incursiones sobre la cuerda re ya anticiparon la nitidez sonora que su Guarneri de 1742 reservaba antes de lanzarse a las cotas más altas del instrumento con impecable precisión. El invitado se mostró cómodo con la dirección ágil de Grau, que siguió de cerca su fraseo y las evocaciones paganinescas de sus pasajes solistas, con una orquesta que acomodó bien la parte de Huang tanto en el plano orquestal como en el individual, remarcando bien la retórica romántica de los principales temas musicales del Moderato nobile. No defraudó la enrevesada cadenza en la que el taiwanés superó todo tipo de pasajes, cuidando la afinación en las cuerdas dobles, pero sin dilataciones innecesarias.

El conjuro prosiguió con el segundo movimiento, con Huang sumido en un profundo trance lírico, gracias a un cojín orquestal bien trabajado y equilibrado, con especial atención a los metales y al arpa. Grau cuidó el metrónomo a lo largo de los muchos, aunque sutiles cambios de tempo y el solista pulió progresivamente la afinación en el registro agudo (y en el estratosférico). Menos arriesgado, eso sí, fue el tempo inicial del Allegro assai vivace, en el que Grau quiso articular con nitidez la subdivisión ternaria en la orquesta, en sintonía con el protagonista de la velada, que acentuó con cierta rugosidad la melodía del animado tema inicial, sobrado de agilidad para los acordes en pizzicato. Orquesta y solista abordaron con atención los contrastes dinámicos y de tempo, y resolvieron el vertiginoso final con destreza y buen ánimo, lo que se reflejó en el director y su fiel conjunto. Asombró al público con una virtuosa propina que cerró un debut de cine.
La segunda parte del programa la ocupó una Patética bien proporcionada y segura, gracias a un metrónomo que rehusó las prisas y a un conjunto, en general, bien cohesionado, que respondió con acierto al carácter trágico de la sinfonía –también con entusiasmo en los movimientos centrales–, provocando varios aplausos reprimidos “fuera de lugar”. Grau, sin partitura, extrajo toda la nobleza posible del segundo tema del Adagio –Allegro non troppo, que sonó arrebatador tanto en la exposición como en la reexposición, y la orquesta fue encontrando su mejor versión a medida que se adentraba en la partitura de Chaikovski, dejando atrás un inicio algo pulible.
Grau y la FSF sobrellevaron con soltura el peculiar compás de 5/4 que caracteriza el segundo movimiento, con su aire de vals y el tercer movimiento no decepcionó, afrontando con solvencia el reto de transitar de la travesura orquestal a la grandilocuencia, antes de recobrar el tono trágico del cuarto acto, perfectamente madurado y asimilado. Destacó el fervor de las cuerdas en los pasajes más tensos y el cuidado diminuendo final de los metales.
La FSF clausuró así una inauguración de temporada que volvió a dejar muy buenas sensaciones, no sin antes bisar por sorpresa –al parecer, “para todos”– la última sección del segundo tiempo, lo que animó el regusto final de una sinfonía maestra.

