© Toni Bofill
Corrección anestesiada
Barcelona. 27/10/2025. Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau 100. Obras de Guinovart, Grieg y Sibelius. Mao Fujita, piano. Vasily Petrenko, dirección musical.
No siempre una orquesta de renombre, un director reconocido y un solista dotado, completan un concierto de los que recordar. Esto pasó con la combinación del pianista japonés Mao Fujita, la Royal Philharmonic Orchestra y su director titular, el ruso Vasily Petrenko, en este concierto del ciclo Palau 100, en el Palau de la Música Catalana. No se trata de que el concierto fuera malo, ni mal ejecutado, por supuesto, se trata más bien de qué es lo que esperamos de unos músicos de élite cuando vamos a una sala de conciertos con un programa de repertorio en un ciclo de orquestas top.
Nadie pondrá en duda el nivel de la Royal Philarmonic Orchestra, un conjunto de calidad contrastada, con una sección de cuerdas de sonido compacto, flexible y con unas cuerdas graves especialmente pastosas y atractivas, como se pudo comprobar ya desde la bernsteniana obra de Albert Guinovart. La atractiva orquestación del compositor catalán para una obra inicialmente escrita como sonata para piano a cuatro manos, con el nombre La vida secreta e inspirada en el libro autobiográfico La vida secreta de Salvador Dalí, recordó mucho al maestro estadounidense creador de Candide o West Side Story. La facilidad melódica de la obra, su generosa puerta abierta a la expresividad y colores de la sección de viento-metal, dio paso a una lectura fraseada con guante blanco por Petrenko, pero falta de incisión en los colores y demasiado apegada a una superficie interpretativa donde faltaron efectos y búsqueda de matices. Un resultado de una corrección sin mácula pero falta de la imaginación y el brío que la obra de Guinovart pide en esencia, donde la figura surrealista de Dalí ni apareció ni se le esperó.

Con la llegada del talentoso Mao Fujita y el Concierto para piano de Grieg, las cosas levantaron el vuelo, sobretodo por el carácter poético y ensoñador del solista nipón. Desde el impetuoso inicio del concierto, Fujita mostró una digitación tersa y una articulación de diamantina precisión. Esto, sumado a un fraseo acaramelado y un uso del pedal de elegante efecto, dio una radiografía de un intérprete fiel a un estilo, el romántico escandinavo, que fluyó con los colores y los matices que despierta la frondosa orquestación de Grieg.
La batuta de Petrenko mostró un cuidado especial en acompañar a Fujita sin tapar nunca su poética lectura, en una recreación de intención crepuscular pero de efecto desdibujado. El solista pareció surgir, sedoso y libre, en medio de una orquesta de querencia discreta, donde el diálogo tutti-solista cayó en una contención expresiva, de nuevo, demasiado letárgica y correcta. Es como si la hermosa y sugestiva orquestación de Grieg se quedara en un matiz de grises orquestales salpicada por los colores, pasteles y algodonados de Fujita. La batuta de Petrenko pecó de ensimismada, confundiendo el dejar el protagonismo al solista, con una interpretación donde las notas fluyeron con una corrección anestesiada de expresividad.
El éxito de la calidad y carácter de Mao Fujita contrastó con una orquesta y un director apegados a una abstracción estilística demasiado inocua. Esto restó emoción a un pianista que pide una complicidad interpretativa poética y sugestiva, aquí falta de imaginación y sobrera de compostura.

Con estos precedentes no pareció que la icónica segunda sinfonía de Sibelius fuera a despertar grandes momentos, con todo, la grandeza de la obra se vislumbró por momentos. En el primer movimiento, el complejo y rico Allegretto, se pudo disfrutar de la melosidad de los violines, la calidad del fagot, trompas y el oboe solista. Pero a nivel de conjunto, la cualidad de puzzle de temas y motivos se perdió en una irregular lectura ora épica, ora discursiva que no acabó de hacer justicia a la imaginación orquestal de Sibelius.
Algo parecido pasó con el Tempo andante, ma rubato, donde la sombría orquestación no acabó de transgredir, pese a la notoria calidad de las cuerdas graves. El contraste que el movimiento ofrece entre tragedia y lirismo, se quedó en un eco desdibujado por una batuta más morosa que incisiva. Petrenko alargó el fraseo, buscó majestuosidad pero solo lo logró en puntuales momentos más cerca del drama a lo Tchaikovski que del lirismo nórdico de Sibelius.
Al frenético Vivacissimo le faltó tensión dramática y sonó mejor en su contrastante momento lírico con el distinguido oboe al frente de trompetas y clarinetes para dar paso al majestuoso último movimiento, el trascendental Finale. Allegro moderato.
Si la presentación del gran tema heroico y romántico final, una de las melodías más bellas y recordadas de Sibelius, se presentó más sombría que heroica, brotó el lirismo escandinavo de manera puntual. Pero, un sello a lo largo del todo el concierto, a la batuta de Petrenko le volvió a faltar un criterio dinámico más firme, pues la caídas de tensión, los contrastes entre rutina, expresión y ritmo, fueron continuos, con un finale donde la emoción contenida de la inspiración romántica de Sibelius se quedó en un esbozo de lo que pudo ser pero no fue.

Fotos: © Toni Bofill
