Buena química
Nueva York. 28/01/2017. Metropolitan Opera House. Gounod, Roméo et Juliette. Diana Damrau, Juliette; Vittorio Grigolo, Roméo; Virginie Verrez, Stéphano; Elliot Madore, Mercurio; Mikhail Petrenko, Frère Laurent. Dir. escena: Bartlett Sher. Dir. musical: Gianandrea Noseda.
La producción de Romeo et Juliette, que se estrenó en el Metropolitan justo para acabar el pasado año y que ha estado en cartel durante todo el mes de enero, venía precedida de expectación. Suponía la vuelta de la que, durante unos meses, con Manon, fue la pareja de moda en la escena de Nueva York: Vittorio Grigolo y Diana Damrau.
Vittorio Grigolo encarnó en esta producción un Romeo rebosante de energía y vitalidad. En correspondencia con su agraciada planta sobre el escenario, es la suya una voz apuesta, sólida y llena de salud. Puede presumir de un timbre cálido, carnoso y de una potencia capaz de llenar la inacabable sala del Met sin que se perciba el más mínimo atisbo de riesgo ni cansancio. Sabedor del encanto su instrumento y de cómo utilizarlo para seducir al respetable, en sus momentos solitarios canta siempre a plena voz, incluso en los pasajes en los que la partitura indica un enfoque más íntimo; una insolencia perdonable por la frescura y poder seductor de este cantante galán. Su compañera, Diana Damrau, mostró unas características vocales opuestas. Es cierto que se advirtió de antemano que, debido a un constipado, no estaba en las mejores condiciones para cantar, pero aun así, preocupó comprobar el estado vocal de la que se supone que es una de las mayores estrellas mundiales. Se siente cómoda y realiza con certeza las agilidades y coloraturas que el papel necesita, pero la emisión ha adelgazado y el registro central está descolorido. Su “Je veux vivre”, tuvo cierta chispa y mucha efervescencia teatral, pero resultó lejano y algo escuálido, cimentado en un color vocal apagado. Esperamos que fuera tan solo un estado transitorio.
Los mejores momentos de la noche estuvieron en todo caso en los dúos de los protagonistas. No es frecuente ver una complicidad escénica tan intensa entre una pareja de artistas. Se nota que ambos disfrutan cada momento juntos, las miradas se encuentran alegres, se buscan en cada movimiento y sus instantes íntimos irradian luz y espontaneidad. En el terreno vocal esto da estupendos resultados, cantan como uno solo, o mejor dicho, como dos, que se miman y se complementan en cada compás, escondiendo sus flaquezas y aupando sus fortalezas. Romeo proporciona los cimientos y el color brillante y Julieta los adornos y aderezos intermitentes. Los cuatro dúos de la obra por si solos justificaron la asistencia a la función.
Ante el inmenso magnetismo de los dos enamorados y por las características propias del libreto, el resto del reparto resultó en esta producción más secundario que nunca. Destacaron el color oscuro y el carácter burlón de Virginie Verrez como Stéphano; y la rotundidad del bajo Mikhail Petrenko como Frère Laurent. La dirección del experto Noseda, comenzó vivaz y brillante, concediendo amplios ritardandos para lucimiento de los cantantes, y perdió tensión en los oscuros momentos finales.
La producción de Bartlett Sher, firmada por la Scala e inicialmente presentada en Salzburgo, podría considerarse como una sucesión de todos los chichés que tradicionalmente se asociar a la gran escena lírica: enormes decorados, vestuario aparatoso y colorido, de época -concretamente del siglo XVIII, que con los pelucones y miriñaques siempre resulta mucho más “operístico”-, multitudes de personajes que se mueven por el escenario sin sentido aparente pero justifican un presupuesto abultado y entradas de personajes secundarios llenas de aspavientos. Pronto abandona uno toda esperanza de sentido dramático en una obra que por otra parte no anda sobrada de ello, y adopta la opción más razonable: entregarse al disfrute de los buenos momentos de canto sobre unos telones de fondo que, a pesar del movimiento, resultan monótonos y a los que es mejor ignorar.
En resumen, esta ha sido una buena oportunidad para conocer de primera mano, y a través de cuatro excelentes dúos, a unos cantantes a los que ya se identifica como pareja artística. Y golosinas tematizadas para los ojos, que sin duda gustarán a los que se conformen con hacer de Romeo y Julieta una chispeante historia de damiselas en apuros y espadachines.