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LA AUDACIA DE UN JOVEN PROMETEDOR

Bilbao. 23/03/2017. Palacio Euskalduna. Obras de Adrien, Shostakovich y Bruch. Alexandra Soumm, violín. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Antonio Méndez, dirección.

En una incipiente y balbuceante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que apenas contaba en 1925 con tres años de edad y aun bajo la dirección de Valdimir Ilich Ulianov, un joven de diecinueve años presentaba en ámbito académico su primer proyecto sinfónico. Por desgracia, la inexistencia de una elemental máquina del tiempo nos impide ser testigos para saber si los primeros oyentes de tal obra adquirieron la consciencia de encontrarse ante el que sería el –permítaseme la declaración- sinfonista más grande del siglo XX: Dimitri Dimitrievich Shostakovich.

En la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Bilbao hemos tenido la fortuna de poder escuchar esta Sinfonía nº 1 en fa menor, op. 10 que apenas es programada y donde, a pesar de que el círculo lógicamente aun no se ha cerrado, todo suena a Shostakovich: ese gusto por el ritmo y el frenesí con un cierto regusto militarista propio de una década convulsa en aquellas tierras tras la Revolución Bolchevique, la coincidente I Guerra Mundial, la posterior guerra civil y la traumática transición al primer estado socialista de la historia. Además, esa apuesta por la concatenación de innumerables pequeñas células musicales donde a cada jefatura de sección se le pide actuar de solista; ya el comienzo de la sinfonía, con el solo de trompeta marca esa impronta, pero no podemos dejar prácticamente ningún instrumento al margen, subrayando la excelente labor del solista de violoncelo o el majestuoso arco dibujado por la solista de percusión ante los timbales para dar inicio al momento lento del cuarto movimiento.

El ritmo, las células solistas y el humor, con esos pequeños momentos cargados de ironía, como ese final del segundo movimiento, con golpe de caja y bombo (¿alguien se imagina una sinfonía de Shostakovich sin “momento caja”?). O el protagonismo de viento, metal y percusión que alcanzarán su punto álgido en ulteriores sinfonías o en los interludios de las óperas Lady MacBeth en el distrito de Mtsenks o La nariz. Con todos estos factores y una personalidad desbordante se conforma un estilo propio que ya este joven valiente de 19 años nos presenta en esta sinfonía, quizás tan balbuceante como la misma recién nacida Unión Soviética, pero con el sello de calidad esperable.

El director de tal obra fue el mallorquín Antonio Méndez, aparentemente más cómodo en esta parte del concierto que en la anterior. De gesto académico, supo llevar la sinfonía a buen puerto y nos permitió disfrutar de una tan interesante como infrecuente obra. Toda la primera parte tuvo otra dimensión, quizás porque Aire-aparra (Espuma de aire), del navarro Xavier E. Adrien (1978), inspirada en músicas indígenas ecuatorianas y basada en la predominancia de metales y percusión no conectó con el público y quizás porque el Concierto para violín i orquesta nº 1 en sol menor, op. 26, de Max Bruch soporta en exceso la sombra de otros de la misma época, dotados éstos de mayor calidad y exhuberancia musicales. La labor de la solista, la francesa Alexandra Soumm fue brillante y virtuosa (como dejó en evidencia en su bis bachiano) aunque la respuesta popular fue evidentemente fria.

En definitiva, un concierto muy interesante donde la imagen gigantesca de Dimitri Shostakovich, aun apenas moldeada en la figura de un joven de diecinueve años, se alzó por derecho propio. 

Foto: Esperanz'Arts.