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A vueltas con lo mismo

Madrid. 28/04/17. Auditorio Nacional. La Filarmónica. Obras de Tchaikovsky. Varvara, piano. Orquesta Sinfónica Tchaikovsky. Vladimir Fedoseyev, dirección.

El octavo concierto dentro de la temporada de La Filarmonica estuvo dedicado a la figura de Tchaikovsky, con el Concierto para piano núm.1, op.23 y la Suite del ballet El lago de los cisnes, ésta con arreglos del propio director Vladimir Fedoseyev y contando como solista con la estupenda pianista Varvara. El concierto, que mantiene la estructura formal clásica de tres movimientos, comenzó con el archiconocido Allegro non troppo e molto maestoso, inspirado en la melodía popular ucraniana "Oy, kryatshe, kryatshe ...", introducido limpiamente por los metales, como si de uno solo se tratara, seguido por el magnífico tema en las cuerdas y los intensos acordes del piano interpretados con carácter por la intérprete. Al tocar Varvara, se producía un paréntesis en el tempo pero sin detener el flujo expresivo. En la segunda parte del primer movimiento, Allegro con spirito, se disipa esa atmósfera de ingravidez previa construida por la solista y se vuelve más terrenal, más rítmica y chisposa, estableciendo un nuevo diálogo con la orquesta. Durante este movimiento se alternó el discurso entre pianista y orquesta, dando la solista muestras de una técnica sólida y sensibilidad para su ejecución, particularmente en la cadencia, en la que se reconocían los motivos antes escuchados respirando en los dedos de Varvara.

Vladimir Fedoseyev dirigía eficientemente sin batuta, con temperamento y mesura, un primer movimiento que finaliza como si fuera una sinfonía por la rotundidad de su escritura. El Andantino semplice empezó con el tema expuesto por la flauta, recogido por el piano y las maderas, quienes junto a la cuerda gobernaron el movimiento. Armonías novedosas y disonancias por momentos nos llevan a un juego quasi contemporáneo y a una segunda sección, el Prestissimo, basado en la canción popular francesa “Il faut s´amuser, danser et rire”. El Allegro con fuoco en compás ternario irrumpe con fuerza, en este caso tomado de un vsnyanka ucraniano, un saludo a la primavera que aparece como el primer tema del movimiento, donde se vuelve a mostrar la solvencia interpretativa y la capacidad de juego de Varvara en el piano, alternando pasajes de escalas, arpegios, octavas, ricos contratiempos que se sumaron a la precisión y expresividad de la cuerda en la orquesta. De alguna manera vuelve al primer movimiento, a su vivacidad, en una coda donde orquesta y piano exhiben los mejor de sí mismos. Varvara mostró en su interpretación fuerza y delicadeza, presencia y levedad, inteligencia y gusto.

La primera impresión que nos deja la orquesta es de una sonoridad homogénea y compacta, de sólido timbre en las cuerdas, y en el resto de las secciones. Un Tchaikovsky equilibrado con un conjunto impecable en un concierto que si bien no es de los mejor acabados, sí es de los más populares por sus pegadizas melodías. Con la Suite del ballet El lago de los cisnes, op.20 se inicia la segunda parte de la velada. En la Introduccion, tras un suave gesto de Fedosseyev entra el oboe al que responden contundentes las trompas precede al Valse de El lago de los cisnes, de las piezas más conocidas del mismo, tierno y juguetón con esa flauta que se resbala como en cascada tras las frases de los violines. Destacaron los contrabajos que cantaban con las flautas en un tempo justo, muy bien entendido, con una participación de la percusión sin aspavientos, empaste absoluto en las maderas y un director disfrutando de su orquesta. El Pas de trois surgió con delicadeza, con logrados matices de intensidad añadiendo significado a la narración de la Suite. El arpa interpretada por Emilia Moskvitina, tremendamente delicada, tomó el protagonismo en el Pas d´action, para después cedérselo al violín de Mikhail Shestakov de sonido intenso. Esta pieza muestra un vaivén revoltoso, llevado por maderas y violines. La Danse des cignes vuelve a otorgarle un lugar al arpa, al violín y al violonchelo. El toque del arpa fue exquisito, preciso, con contrastados pianos y fortes; el violín sonó concentrado, vistiendo de entidad corpórea el mundo onírico creado por el arpa, sin mucha gracia en los fragmentos con escalas; por su parte Fyodor Zemlerub al chelo regaló un sonido carnoso y un vibrato absolutamente seductor. Gráciles y coquetos como el ballet fueron los fagots y clarinetes en la Danse des petit cignes, seguida de la elegante Mazurca en compás ternario, donde la orquesta continuó disfrutando para llegar al culmen de la pieza, la Scène final, en el que se transforma la música. Destacó el canto del oboe junto con las cuerdas, los metales que volvieron a incorporarse, el arpa… el conjunto de la orquesta participa del dramático final que se precipita como relámpagos en una tormenta en una melodía donde las cuerdas fueron intachables, junto a una percusión que no sonó atronadora, pero sí categórica.

Tras salir a saludar tres veces el director Vladimir Fedoseyev obsequió al público con dos piezas más: la Danza Española del propio “Lago de los cisnes” y un fragmento de Tormenta de nieve del ucraniano Georgy Sviridov, músico menos conocido por estas latitudes y realmente interesante.