Fleming THielemann Ibermusica 

Despedidas 

Madrid. 17/05/2017. Auditorio Nacional. Strauss, Vier letzte Lieder y Una sinfonía alpina. Staatskapelle Dresden. Christian Thielemann, Director. Renée Fleming, soprano.

La semana pasada Renée Fleming decía adiós a uno de los roles principales de su carrera, la Mariscala del Rosenkavalier, un papel que encarnado en ella seguramente pase a engrosar las leyendas de la lírica; solo el tiempo lo dirá. Esta despedida forma parte de un largo proceso en el que ha ido abandonando uno por uno sus signature roles y que dura ya años. Cabría hablar de una campaña de adioses en las que las noticias de retirada y las de regreso a nuevos proyectos se superponen para lograr esa sensación de historia en el presente de la que nos nutren los mitos vivientes. Ahora, precisamente en este contexto, Fleming nos visita en Madrid con la que para muchos es la obra definitiva sobre las despedidas: los Cuatro últimos Lieder de Strauss.

Ibermúsica es una vez más el artífice de la hazaña, uno de los eventos musicales más esperados del año, y lo organiza, como debe ser, con la mejor de las compañías: el siempre polémico y genial Christian Thielemann y su Staatskapelle de Dresde. La gran pregunta era por supuesto, cuál sería el estado vocal de la artista y si sería capaz de obsequiarnos una vez más con la calidad que la ha acompañado durante décadas en su obra más interpretada en directo. 

El comienzo de su actuación con Frühling, la más impetuosa de las cuatro piezas, mostró una nueva dimensión en el registro de Fleming: la fragilidad. Fleming conserva esa emisión natural y ese timbre reconocible desde la primera nota, vibrado, rico en armónicos y a la vez ligero, que le ha valido el apelativo de Beautiful voice; pero su emisión es ahora íntima y contenida. Pocas veces he observado a un director tan atento a un solista. Thielemann, contorsionado, no apartó ni un segundo la mirada de la cantante, y con sus continuas indicaciones apuntando al suelo, mantuvo la orquesta bajo mínimos, a todas las secciones, casi temeroso de que su sonido pudiera dañarla o al menos pudiera engullirla en la zona media y baja, por donde transcurre gran parte del viaje emocional de estas canciones. El resultado de todo esto fue una lectura que, lejos de los mares de épica que encierra la partitura, se centró en la búsqueda de lo sublime. Los delicados colores orquestales dominaron por encima de densidades armónicas y de suntuosas líneas melódicas, y flotando por encima de todos ellos estuvo la voz de Fleming, atendida como una joya preciosa a la que había que cuidar en cada compás. La interpretación cobró total sentido en las dos últimas canciones, de carácter más delicado, reflexivo, pausado y melancólico; hubo instantes de verdadera emoción y un amable sabor a pérdida. Fue una actuación hermosa, en la que la leyenda se superpuso al directo, dominada por la certeza de un adiós y por la parte de belleza que se puede encontrar en la nostalgia, y para la que, si se quiere disfrutar al máximo, había que acudir rendido de antemano.

Pero, tras el intermedio, la noche aún deparaba sorpresas. Por diferentes razones, un programa espinoso con Trifonov el día anterior y la contención con Fleming, la orquesta no había tenido oportunidad de mostrar de lo que es capaz cuando acomete libremente el corazón de su tradición y repertorio. Con Una sinfonía alpina pudimos escuchar una de las mejores interpretaciones de la temporada en el Auditorio. Thielemann demostró dominar todos los registros necesarios para una lectura energética, magnifica e impecable. Creó atmosferas evocadoras y descriptivas con unos pianos intensos, conservó una claridad cristalina -todos los motivos se escuchan nítidamente- incluso con la orquesta plena potencia y aplicó un fraseo fluido y suntuoso, que actuó como hilo conductor de esta narrativa alpina. Todo ello estuvo cimentado en una gloriosa sección de cuerda -flexibilidad, buen empaste y camaradería-, en la que todos suenan con la excelencia de un primer instrumento.

Un sobresaliente final de temporada para Ibermúsica, donde pérdidas y amaneceres soleados se dan la mano, de emociones contrastadas que nos hacen abandonar la sala con adrenalina y restos de alguna lágrima y en la que la pregunta inevitable es: ¿cuándo empezamos de nuevo?