De la necesidad, virtud
Madrid. 27/05/2017. Auditorio Nacional. M. Bruch, Concierto para violín nº 1; D. Shostakovich, Sinfonía nº 10. Pinchas Zukerman, violín; David Afhkam Director; Orquesta Nacional de España.
Cuando se cancela por enfermedad la actuación de un artista de renombre como Vladimir Ashkenazy, el público suele reaccionar, cuando menos, con murmullos de desaprobación. A no ser, por supuesto, que el sustituto tenga un lugar especial en los corazones de la audiencia. Este el caso de nuestro flamante director titular de la Orquesta Nacional de España, David Afkham, a juzgar por los ilusionados aplausos con los que el público recibió el anuncio del cambio por megafonía. Y es que cuando David toca en casa, las interpretaciones excelentes están aseguradas.
El otro gran nombre de la velada era Pinchas Zukerman, uno de los imprescindibles del violín de las últimas décadas. El primer concierto de Bruch para este instrumento es un obra amable, que aunque no alcance los niveles de virtuosismo de sus compañeras de repertorio, las supera en encanto y en musicalidad bailable –no en vano ha inspirado algunos buenos ballets. Zukerman abordó la obra como el maestro experto que es, con serenidad y sabiduría, sin dejarse tentar por fogosidades ni pirotecnias. Exhibió un sonido hermoso y amplio, y un fraseo elegante con una dosis de serenidad introspectiva que, aunque logró crear instantes de poesía, dejó también entrever la sospecha de rutina. Fue en todo caso una interpretación con toques de mundo al revés en la que, si la exhibición de sabiduría y solidez recayó en el solista, la expresión de vitalidad que tanto agradece esta obra fue un asunto exclusivo de la orquesta.
Tras la insistencia y los incesantes aplausos de un público entregado a la fama del solista, el israelí accedió a regalarnos un bis perezoso e invitó a toda la sala a acompañar unos segundos de la Canción de cuna de Brahms. Una simpática experiencia colaborativa que al menos permitirá a más de mil personas decir “yo canté con Zukerman en el Auditorio Nacional”.
Tras la pausa, con la Décima de Shostakovich, el joven David y sus profesores alcanzaron niveles de dedicación y emoción extraordinarios. El moderato inicial fue una lección de creación de atmosferas -angustiosas y enervantes en este caso- que logró establecer una conexión emocional con la asfixia de vida en los tiempos de Stalin. Afhkam es un maestro en el dominio de las dinámicas orquestales. Sus pianos y medias intensidades son incluso más arrebatadores que sus fortes, y el balance orquestal siempre maximiza las emociones del que escucha. En este caso lo hizo a través de unas frases llenas de tensión, siempre en búsqueda de unos silencios fatídicos, tan solo contrastadas con los deliciosos aunque inquietantes efectos balsámicos de los solos de clarinete.
El segundo movimiento, que se ha descrito como un retrato musical del tirano, mostró una orquesta impecable a plena potencia, una avasalladora oleada de fuerza militar, imparable y destructora. Afkham organizó minuciosamente un estruendo musical sin trazas de ruido ni espacio para el descontrol. La música se articuló como como un inmenso engranaje de formidables sonidos milimétricamente colocados, en los que, a pesar de la magnitud, todo se escucha, cada detalle; una oleada de arrojo totalitario ante la cual uno no sabe si saltar del asiento o esconderse debajo de él.
Tras esto, la burla y la ironía, sin las cuales no es posible entender la obra de Shostakovich, y la repetición recurrente del motivo musical que el compositor se asignó a sí mismo como reivindicación individual, nos metieron de lleno en la conclusión de la obra. En este final aparentemente feliz, la orquesta no dejó caer la tensión acumulada durante casi una hora, subrayando los aspectos más siniestros de la partitura -el motivo de Shostakovich de vuelta a los timbales- resaltando la dimensión política y biográfica de la sinfonía, cuyo significado vuelve a estar hoy de actualidad.
No sabemos lo que hubiera sido de la velada si Ashkenazy no hubiera sufrido mareos durante los ensayos. Siempre es un privilegio asistir a la interpretación de personajes que forman parte de la historia de la música, pero tras la soberbia actuación de Afkham con su orquesta, es realmente difícil imaginar que hayamos salido perdiendo.
Foto: Ayrton Vignola