Rake Aix 

El triunfo del siglo XX

Aix-en-Provence. 07/07/2017. Festival d´Aix-en-Provence. Stravinski: The Rake’s Progress (La carrera del libertino). Paul Appleby, Julia Bulock, Kyle Ketelsen, David Pittsinger. Dir. de escena: Simon McBurney. Dir. musical: Eivind Gullberg Jensen.

En estos últimos meses se han presentado la mayor parte de las óperas que formarán las programaciones de los teatros en la próxima temporada 17/18. No voy a decir que con lupa, pero poco menos hay que buscar títulos creados en el siglo XX, y en muchos casos, cuando esto ocurre, cobra el carácter casi de acontecimiento extraordinario. Y a mí esto me sigue pareciendo penosamente sorprendente. Porque la riqueza, variedad y abundancia de obras maestras creadas en ese siglo tan convulso y difícil, lleno de cambios culturales, con multitud de escuelas y tendencias creativas, es apabullante. Conviven en esta lista obras  diferentes, de lenguajes musicales diversos (mucho más asequibles al oído profano de lo que algunos se empeñan en proclamar) pero con denominadores comunes muy marcados: el interés del compositor por el mundo que le rodea, el acercamiento a la realidad cotidiana del espectador, el mimo por el libreto, por la simbiosis imprescindible entre música y texto. No voy aquí a lanzar una lista exhaustiva que respalde estas afirmaciones pero nombraré cinco joyas que definen (entre otras muchas y siempre desde un punto de vista muy personal) lo que estoy exponiendo: Wozzeck, Jenufa, Diálogos de Carmelitas, Peter Grimes y The Rake’s Progress.

Esta última, La carrera del libertino, debe su existencia a dos talentos del siglo XX. Por una parte uno de los músicos más influyentes, eclécticos y geniales del siglo, Igor Stravinski. Por otra parte un poeta y escritor del talento de W. H. Auden (con el apoyo de Ch. S. Kallman). La obra se basa en una adaptación libre de la serie de cuadros que con el mismo título pintó el artista costumbrista inglés del siglo XVIII William Hogarth. Un repaso por la vida de un joven de la campiña inglesa, enamorado e inocente, sin mucho futuro pero con la ambición suficiente para ser lanzado por la mano negra del diablo (ese personaje fundamental en la historia de la literatura y por ende en la de la ópera, aquí añadido por Stravinski y Auden) a la locura y la depravación de la gran ciudad (Londres en nuestro caso), pagando al final las consecuencias de esos pactos diabólicos, que casi siempre acaban mal, con la locura. Una historia dieciochesca que sirve perfectamente a Stravinski a crear una música completamente imbuida en el neoclasicismo (¡cuantos ismos fructíferos pueblan este siglo!) musical que cultivaba, casi ya por última vez, el compositor ruso a principios de los años 50. Stravinski hace un ejercicio maravilloso de composición dando vida a una partitura de indudable carácter camerístico, llena de sutileza, de momentos de un preciosismo apabullante, pero también con un genial tono cómico en muchos pasajes. Porque aunque las notas nos remitan a Mozart o Gluck ahí también está el Stravinski de los ballets rusos y de su música para escena, con toques de lo absurdo y lo esperpéntico. Una música totalmente asequible a cualquier sensibilidad y que nos hace volver a lo absurdo que resulta que obras de esta calidad y a la vez llaneza, no se representen más.

Y si a la belleza musical se une una propuesta escénica de una calidad extraordinaria la felicidad del espectador es casi total. Y es que el trabajo del equipo que encabeza Simon McBurney (ayudado en la dramaturgia por su hermano Gerald) presenta en esta nueva producción del Festival de Aix-en-Provence es impecable, impactante, bello y sorprendente. El escenario del Patio del Arzobispo aparece al principio de la obra cubierto (diría envuelto) en unos grandes paneles de papel en blanco. Ahí vemos a Tom, el protagonista, en el manicomio en donde acabará sus días, una habitación en blanco, fría y solitaria. Pero a lo largo de la obra esa habitación, esos paneles, merced a un trabajo extraordinario de Michael Levine (decorados) Christina Cunninghan (vestuario) Paul Anderson (iluminación) y sobre todo de Will Duke (vídeo), se va transformando, nos va contando la historia, se va rasgando, rompiendo, dejando aparecer personajes y los absurdos objetos de Baba la Turca, en un continuo despliegue de talento y originalidad. Hay que verlo (espero que haya grabación de la producción) para apreciar una puesta tan interesante y que trae la historia del XVIII al Londres del XXI.

Y como comentaba en el montaje de la Carmen de este mismo festival, todo esto no funcionaría sin la entrega de un equipo vocal que, además son estupendos actores. Todos estuvieron involucrados y trabajaron para que el espectáculo funcionara como un reloj. Y además formaron un grupo muy compacto como cantantes aunque destacó, por encima de todos y por el peso que tiene su personaje, el Tom Rakewell de Paul Appleby. La voz de Appleby se adapta perfectamente a las exigencias de esta partitura, con una volumen y una amplitud en toda la tesitura impecable. Dio humanidad y vida al joven incauto al que pierde su ambición pero al que salva la ternura por su primer amor. Bellísimas todas sus intervenciones, modulando con elegancia, con perfecto dominio de la técnica y con un inglés que sonaba de maravilla, pero destacando sin paliativos en una escena final en el frenopático, cuando se cree Adonis, con un canto llena de matices, de medias voces siempre audibles, de entrega y profesionalidad. Espléndido. Julia Bullock no posee un volumen de voz demasiado amplio pero que fue suficiente para oírla perfectamente en el espacio abierto del patio arzobispal. Tiene un timbre bellísimo, cristalino, bien controlado y que utilizó para crear a una enamorada Ann Trulove inocente y tierna, pero no tonta. También nos regaló un momento de extraordinaria belleza como su llegada al turbulento Londres con esa melodía tan arrebatadora que entona la trompeta. Qué sería una obra donde apareciera Lucifer sin un buen bajo-barítono. Aquí tuvimos la suerte de contar con un Nick Shadow perfectamente encarnado por Kyle Ketersen. Un diablo transformado en un pícaro ejecutivo de la City que maneja a su antojo al bastante lelo Tom. Voz de gran porte, perfectamente proyectada, impecable tanto en el agudo como en las notas más graves y, además, extraordinario actor. ¿Quien conoce Rake’s y no adora a Baba la Turca? Personaje estrambótico pero muy humano, generalmente es interpretado por una mezzo pero que aquí fue asumido con gran pericia y restallantes agudos el contratenor Andrew Watts. Muy bien David Pittsinger como padre de Ann y estupendos el resto de comprimarios.

El joven director sueco Eivind Gullberg Jensen sustituía a un lesionado Daniel Harding en el foso. Optó por una versión aún más camerística de lo habitual, dejando al escenario todo el protagonismo pero acompañando siempre con pericia y precisión a la acción y los cantantes. Fue de esas ocasiones que parece que director y orquesta pasan desapercibidas, pero que cuando te pones a pensar son los que han creado el andamiaje perfecto para que la obra tenga resultados tan óptimos. Muy bien la Orquesta de París y extraordinario (palabra muy repetida -con sus sinónimos- en esta crónica pero es que la verdad sólo tiene un camino) tanto vocal como actoralmente el joven conjunto de los English Voices.

Sólo resta de decir que fue de esas funciones de las que uno sale con una sensación tan agradable, que pese que sea la una de la mañana, te volverías a sentar en las no siempre cómodos asientos del Patio del Arzobispo de Aix y volverías a disfrutar de la ópera una vez más.