LastNightProms 

Una marea azul

Londres. 09/09/2017. Royal Albert Hall. BBC Proms. Nina Stemme, soprano. BBC Symphony Orchestra. Dir. musical: Sakari Oramo.

El día prometía. Londres había acogido una manifestación anti-brexit por la tarde y a continuación se celebraba la Last Night of the Proms, uno de los eventos musicales más patriotas que puedan concebirse. Estamos hablando de esa noche de exaltación de las glorias nacionales de la música británica, en la que el público se enfunda las Union Jacks a modo de vestidos extravagantes, simpáticos y excesivos; una noche en que la audiencia y los músicos se funden en uno mientras se corean canciones, se tiran petardos y miles de personas se mueven al unísono, al compás del buen hacer de la Orquesta de la BBC. Es una tradición de décadas para celebrar la alegría de ser británico.... y en esta ocasión, quizá también de ser europeo.

  “Es una bandera de la EU. La llevo porque soy británica y también europea, lo mismo que tú.”

  “No, si sólo preguntaba porque me encanta.”

Esta breve conversación en el control de seguridad resumía el que iba ser el sentimiento dominante, o por lo menos más visible, entre el público de esta celebración musical que, a través de un mar de banderas azules, se convirtió en toda una declaración política. 

Enfocándonos en aspectos interpretativos, el director finlandés Sakari Oramo ejecutó la primera mitad del programa, siempre más ortodoxa, con una inesperada contención. Destacaron sobre todo la sobresaliente, angelical y emotiva voz de la soprano Lucy Crowe en el Te Deum de Kodály, y la concordia de un coro entregado a su director en el Himno de Finlandia.

La Muerte de amor de Isolda prometía ser uno de los grandes momentos artísticos de la noche, pero no llegó a funcionar completamente. Oramo se decantó por una lectura lírica, suave y definitivamente sin la energía necesaria para este público, ocasión y auditorio. ¿De verdad era necesario reducir al mínimo las percusiones en la resoluciones finales? Nina Stemme actuó siguiendo esta línea, con una Isolda hierática, formalmente impecable y presumiendo de agudos, a la que si bien no se le pudo reprochar nada vocalmente, le faltó empatía para una noche en la que la adrenalina comunitaria lo es todo.

En la segunda parte llegó la fiesta. Tras una introducción para cambiar el modo y calentar motores, llegaron los temas imprescindibles, los llamados queridos del público. Las banderas de todos los colores, pero especialmente los azules y doradas de la Unión Europea, se alzaron al techo mientras sus portadores cantaban a pleno pulmón la imperial y colonialista Rule Britannia. Algo que se repitió con Pompa y Circunstancia, mientras algunos hinchas del brexit asistían descolocados a la monumental paradoja, apenas tarareando, con los ojos asombrados y la expresión de decepción de a quien le acaban de robar una fiesta electoral. 

Con el Jerusalem de Elgar, el momento más profundamente emotivo de la velada, comenzó la verdadera comunión del público, que culminó con las más de 5.000 personas en el Royal Albert Hall fundidas mano a mano para la un Auld Lang Syne que rebosó camaradería.

Tuvimos un director finlandés para una orquesta con incontables nacionalidades, un público orgulloso de ser británico armado con una marea azul de banderas europeas, agitadas en una noche de patriotas locales. Era un aparente cúmulo de contradicciones que encuentran su solución en la música, a través de su poder hermanador. A la salida, y a pesar de las polémicas que iban a hacer arder twitter, parecía que al menos por un momento el concierto había cumplido su función social: unir a la comunidad en vez de separarla, apelar a eso que nos iguala y no las nimiedades narcisistas con las que incesantemente tratamos de excluirnos.