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El triunfo del heroísmo sonoro

Barcelona. 31/01/16. Palau de la Música Catalana. Temporada Palau 100.  Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 5. Jean-Yves Thibaudet, piano. R. Strauss: Ein Heldenleben. Royal Concertgebouw Orchestra. Dirección: Semyon Bychkov.

Tener a una orquesta del calibre de la Concertgebow en escena, con un pianista reconocido, uno de los mejores de su generación, el francés Jean-Yves Thibaudet (Lyon, 1961), una batuta de la calidad contrastada del ruso Semyon Bychkov y nada menos que el Concierto nº5 para piano y orquesta de Beethoven en el atril no puede ser más atractivo. El concierto definitivo para piano solista y orquesta de su compositor, la declaración del solista romántico por antonomasia y su triunfo no como un rival de la formación instrumental sino como uno más, tiene en este concierto un cénit artístico irresistible. Compuesto en un período de creatividad efervescente, a la vez que su magistral Sinfonía Coral Op. 80, Beethoven vierte todo el potencial del lenguaje del piano solista arropado por una orquestación rica, majestuosa y vigorosa donde el instrumento protagonista emprende un discurso extrovertido y casi operístico en el primer movimiento, para aflorar el la intimidad más dulce y hedónica de un segundo movimiento que transporta directamente a un paraíso sonoro inolvidable y un tercero heroico y conclusivo lleno de vitalidad y carácter. La orquesta comenzó potente y clara, secciones diáfanas, vientos, metales, cuerdas, cada plano dibujado con precisión por las manos, Bychkov dirigió sin batuta, con elegancia y sin abusar del sonido marcial de la composición, para dar la mejor entrada al solista. Jean-Yves Thibaudet, pianista residente de la Concertgebow esta temporada 2015-16, comenzó algo cauto, con un sonido más difuso que exacto, demostrando cierta inquietud física, su control de la digitación, fuera de toda duda, pareció estar probando la postura mientras tocaba.

El virtuosismo de Thibaudet brilló en las escalas, arpegios y control del volumen sonoro pero también se notaron ya desde los primeros compases cierta sensación de incomodidad, como si algo no funcionara bien. El desarrollo del monumental primer movimiento de más de veinte minutos tuvo en el diálogo orquestal, siempre flexible y controlado por Bychkov, con el piano una lectura solvente y hermosa, coronada por la cadenza final de Thibaudet, segura y meticulosa, acompañada por las excelentes trompas de la Concertgebow, un susurro metálico dulce y extraordinario para llegar al finale con la sensación de un trabajo bien hecho, toque justo de solemnidad y riqueza orquestal. En el Adagio un poco mosso la orquesta comenzó exhalando un sonido cálido y profundo desde unas cuerdas preciosistas y delicadas, pero en la entrada de Thibaudet algo pareció no dar con el carácter etéreo de este movimiento mágico. La carga de sencillez y atmósfera idílica apareció y desapareció con extraña arbitrariedad, si bien el control desde el podio no pudo ser más exquisito con el solista, como un diamante entre algodón orquestal, el discurso del piano acabó por aflorar al compás de los pizzicatti de ensueño de las cuerdas y esa palpitación orquestal que simula casi el latido de un corazón que levita. Admirable la labor de Bychkov en todo momento dejando respirar al solista a la vez que insinuando con cirujana efectividad los diferentes planos sonoros hasta llegar al finale para emprender sin solución de continuidad el Rondó: Allegro ma non troppo.  Es aquí donde si la sensación de que Thibaudet no estaba del todo cómodo, parece ser que la posición del piano sobre el escenario acabó perjudicando su sonido e interpretación. Desde las primeras notas y el tempo llevado por la orquesta, el pianista francés apareció atropellado, con notas claramente tocadas por encima y problemas de concentración que enturbiaron el sonido hasta un finale más abrupto que heroico. La sensación de desazón final se apreció también en el público que respondió con unos aplausos más de cortesía que de explosión gratificadora. Una mala noche la tiene cualquiera y la cancelación al día siguiente de Thibaudet por nuestro javier Perianes en el concierto que ofreció la Concertgebow en el Auditorio de Madrid, da ha entender que algo no funcionó con su persona. Seguro que el pianista de Lyon se resarciré en una futura visita a la ciudad Condal, su variada y atractiva discografía aleja cualquier duda sobre su calidad como músico e instrumentista de primer orden.

La segunda parte fue otra historia. Ein heldenleben de Richard Strauss es uno de sus poemas sinfónicos más admirados, por la complejidad del tratamiento orquestal, desde el primer compás de una riqueza harmónica y cromática sin parangón más que con sus propias composiciones posteriores, con una exuberancia y riqueza sonora que se transforma en un vehículo de lujo para una formación como la holandesa. Semyon Bychkov, es además, un reconocido straussiano que ha grabado operas como Daphne con Renée Fleming, la Alpensymphonie o el mismo Heldenleben con la WDR Sinfonie-Orchester Köln, orquesta de la que fue titular durante trece años. Este gran fresco orquestal, donde Strauss vertió todo el potencial sonoro disponible pues ya anuncia al compositor eminentemente operístico que estaba por llegar, se compuso además dedicado al director holandés Willem Mengelberg y a su orquesta en aquel entonces, precisamente la Concertgebouw de Amsterdam. Imposible no rendirse al frenesí sonoro ofrecido por Bychkov y la orquesta, la lectura ofreció los mil y un matices que la composición brinda, trompa solista de lujo, metales afinadísimos y de penetrante potencia y calidad, cuerdas maleables y de una riqueza de matices inacabables, ¡que contrabajos y chelos!, el vigor impuesto desde el podio y la respuesta explosiva y lumínica de la orquesta dejó al público anonadado por la fuerza sinestésica de una obra que es una explosión de belleza y virtuosismo orquestal solo al alcance de grandes formaciones como la protagonista. Hermoso sonido el del concertino solista, Vesko Eschkenazy en sus solos de violín una metáfora dedicada a la mujer de Richard Strauss, Pauline, que sirvió de colofón solista para una formación donde cada sección parece estar formada por solistas de primer nivel. Lástima de la descompensación por el Beethoven errático de Thibaudet, quizás hubiera sido mejor ofrecer Don Quijote del propio Strauss en la primera parte, como él mismo aconsejaba, el antihéroe opuesto al héroe protagonista del Heldenleben. Pero si hablamos de heroísmo, la Concertgebouw fue la verdadera encarnación del triunfo del sonido como seña de identidad.