© Enrico Nawrath
Dos extraordinarios artistas
Bayreuth. 10/08/2025. Festspielhaus. Wagner. Tristan und Isolde. Andreas Schager (Tristan), Camilla Nylund (Isolde), Günther Groissböck (rey Marke), Jordan Shanahan (Kurwenal), Ekaterina Gubanova (Brangäne). Dirección escénica: Thorleifur Örn Arnarsson. Dirección musical: Semyon Bychkov.
Tristán e Isolda. El amor infinito, más allá de la muerte, la pasión romántica, arrebatada. Una de las cumbres del teatro, de la música, del drama musical. Pero al fin y al cabo y, sobre todo, la historia de dos seres humanos perdidos, cuyo único clavo para agarrarse es ese amor. Porque en casi todas las obras de Wagner antes de que comience la acción ya han pasado muchas cosas. En este caso, la más importante es que Tristán e Isolda ya estaban enamorados antes de tomar el famoso filtro de amor. El magnetismo, la fuerza y la seducción que tiene esta partitura y más si es excelentemente interpretada, como es el caso, solo nos puede proporcionar una experiencia inolvidable. Decía un amigo recientemente que al oír Tristan, desde el famoso acorde con el que empieza el preludio, hasta los últimos compases del Liebestod, tu cuerpo debe estar alerta, atento y emocionado, disfrutando cada compás, cada frase, cada gesto. Si no es así, es que la propuesta no funciona. Si no emociona, no es un buen Tristan. Y vaya si este que comento ahora lo fue.
La función fue, en general, la más redonda que por ahora he visto en mi visita a Bayreuth. Una representación que está acorde en lo escénico y lo musical con lo que se espera de este festival. Pero dentro de la calidad general hay que destacar dos artistas excepcionales: Semyon Bychkov y Andreas Schager. El director ruso es un auténtico especialista en este repertorio. Su lectura fue perfecta, dominando las dinámicas para que la orquesta en el foso no tapara en ningún momento a los cantantes. Con unos tempi generosos, bien medidos, elegantes y profundos, y una lectura excepcionalmente intensa, buscó en todo momento la esencia de la obra, los detalles que unen voz, texto y música construyendo para levantar esta magna ópera.
Fue un Tristan vibrante e inolvidable. Una vez más en estás crónicas tenemos que resaltar la excepcionalidad de la Orquesta del Festival, que se adaptó perfectamente a la lecturas de Bychkov, proporcionándonos bellísimos momentos, sobre todo, cómo no, el solo del corno inglés en el tercer acto. Pero no se puede destacar a nadie. Es un conjunto compacto y dúctil, unido para este Festival a mayor gloria de la música de Wagner. Ellos lo saben y el resultado es óptimo en cada una de sus intervenciones.
Y están las voces, las que ponen en versos de profundo contenido (quizá en algún momento poco acorde con el amor real, sublimando siempre este sentimiento). Andreas Schager es una fuerza de la naturaleza que hace dos días cantó un Parsifal de campanillas y ahora ha arrasado con un Tristan excepcional. Y es que el bello timbre del alemán, su perfecta dicción, la ausencia de vibrato hacen que su voz arrebate. Además sabe dar el tono perfecto a cada momento de la obra. Puede ser que para algunos está “demasiado vivo” en el tercer acto, acostumbrados a tenores que llegan derrotados a su momento vocalmente más comprometido. Schager opta por la intensa pasión más que por la lánguida melancolía, por expresar desgarradoramente sus sentimientos antes que fingir una triste desgana. Para mí, es un Tristan perfecto y lo reivindico como la voz más adecuada al rol en estos momentos.
Pese a ser una gran cantante, Camilla Nylund no estuvo muy cómoda como Isolda. Su voz no tiene la solidez que exige el papel y en algún momento se echó de menos más contundencia y un agudo más templado, aunque la cantante finlandesa puso pasión y entrega en todo momento, siendo en esto ejemplar. Su liebestod estuvo bien ejecutado pero no emocionó, pese a el gran acompañamiento desde el foso.
Excelente trabajo el de Günther Groissböck como Marke. La solvencia y la elegancia brillaron en su esperado monólogo del segundo acto, en el que se pudo apreciar su bello timbre y una emisión segura. Convenció Jordan Shanahan como Kurwenal. Lo habíamos escuchado hacía dos días como Klingsor en Parsifal y no tuvo tan relevante intervención. Aquí se le notó más cómodo y adaptado a su papel. Sus intervenciones del tercer acto demostraron que es un cantante con recursos y que además es muy convincente como actor. Ekaterina Gubanova siempre es una apuesta segura para Brangäne, un papel que ha representado en numerosas ocasiones y que domina a la perfección. Lástima que sus avisos se escucharon poco debido a estar bastante fuera del escenario. Cumplidores el resto de comprimarios y el Coro del Festival en su corto papel.
La producción que firma Thorleifur Örn Arnarsson opta por un Tristan casi delineado en lo escénico (excelente trabajo de Vytautas Narbutas) con muy pocos elementos en el primer acto (apenas unas maromas que colgaban del techo y algún objeto más) solo roto por el enorme vestido-pancarta (un gran lienzo blanco con proclamas, que se unía al cuerpo de Isolde). En el segundo usó un vaciado de un gran barco como palacio y jardín donde se encuentran los enamorados.
Este espacio está lleno de no se sabe si de pecios, incursiones de Marke para lograr botines o una furia coleccionista del rey de Cornualles). Finalmente, en el tercer espacio, pero desgajado, nos sitúa en Kareol, la patria de Tristan. En lo actoral Arnarsson se permite algunas licencias no ortodoxas pero sí convincentes. Destacaría que los enamorados no toman el filtro del amor en el primer acto, lo tiran, simbolizando que para qué necesitan bebedizos si ellos están enamorados desde que Isolde y un convaleciente Tristan se miraron a los ojos cuando aquella iba a matarlo para vengar la muerte en batalla de su prometido.
Jugando otra vez con el filtro, en el segundo, Tristan no es herido de muerte por Melot. Se toma el bebedizo de la muerte. ¿Para qué seguir después de su traición y sabiendo que Isolde nunca será totalmente suya? Es una versión atrevida pero con lógica. Más discutible es la frialdad que se palpa en toda la escena de amor. Los amantes casi ni se tocan y lo que cantan y cómo actúan no tiene conexión. Pero esta producción funciona y es creíble. Huye de llevar la acción a ningún mundo ignoto o convertir en monicacos a los personajes y por tanto, pese a las libertades señaladas y alguna otra más que hay, funciona.