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Mía, tuya, nuestra

Madrid. 29/11/17. Teatro de la Zarzuela. Penella: El Gato Montés. Nicola Beller Carbone (Soleá). Juan Jesús Rodríguez (El Gato Montés). Andeka Gorrotxategui (El Macareno). Gerardo Bullón (Hormigón). Itxaro Mentxaka (Frasquita). Miguel Sola (Padre Antón). Milagros Martín (Gitana). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Ramón Tebar, dirección musical. José Carlos Plaza, dirección de escena.

Hace unos días saltaban a la palestra las declaraciones de un reputado maestro, el letón Mariss Jansons, sobre las mujeres directoras de orquesta: “It’s a question of what one is used to. I grew up in a different world, and for me seeing a woman on the podium… well, let’s just say it’s not my cup of tea”. La justificación era “es cuestión de lo que a uno está acostumbrado”. Parece mentira que una mente, una sensibilidad a la que se presupone tan privilegiada, tenga una justificación tan pobre y tan fácil como la costumbre. Parece aún más mentira que en los comentarios por redes sociales a la noticia, haya habido hombres y mujeres (artistas incluidos también) que hayan defendido estas palabras.

Coincidiendo en el tiempo, el folletín amarillista de Norman Lebrecht lanzaba una “noticia” sobre cómo iba vestida la pianista Yuja Wang en un concierto, llegando incluso al detalle del color de su sujetador. Huelga decir que nunca he visto una “noticia” similar sobre el atuendo de un hombre. Lebrecht no tiene ningún prestigio entre quienes siguen la actualidad musical, pero lo triste aquí es que se hacía eco de la crítica del Washington Post, firmada por una mujer: Anne Midgette.
En nuestro país también ocurre. En publicaciones como Codalario es habitual la utilización de la imagen de la mujer para conseguir un puñado de visitas: noticias sobre mujeres pianistas con fotos en las que sólo se muestran sus piernas o sobre obras como Salome bajo el titular “Salome calienta… motores” y una mujer enseñando los pechos. Al parecer hay a quien le vale todo.

No es una cuestión de mujeres, es una cuestión de todos. Reaccionar ante estos machismos, ante la misoginia y la utilización de la imagen de la mujer, que se suceden día a día en nuestra sociedad y en el círculo de la clásica, no debería verse como un hiperpuntillismo o exageración de mentes bienpensantes, sino como la respuesta lógica de quienes respetan a todas y todos. Y repito la fórmula: todas y todos.

De dónde vienen estos lodos podemos verlo estos días en el Teatro de la Zarzuela, donde prácticamente se ha colgado el cartel de “entradas agotadas” en cada función de El Gato Montés, de Manuel Penella.

Una historia oscura de libreto apolillado, simple y violento, donde la mujer no es nada y donde se erige una pugna absurda por la posesión (no se le puede llamar amor) de una mujer, entre un bandolero y un asesino de toros. En toda ella podemos ver la sinrazón de los hombres, pero también, aunque aún quede por hacer, la evolución de una sociedad que hoy día se incomoda en sus asientos.

El propio Penella luchó desde su creación en 1917 para hacer ver que su Gato montés iba más allá de la “españolada”, término con el que pronto se acuñó a la historia. Fue en vano, porque realmente lo es, pero no tiene por qué ser algo negativo. Es lo que había y esta obra de arte, como tantas otras, es un reflejo de ello. La obra y su versión han de ayudar a denunciar hechos, posiciones y a hacernos comprender. Sin la españolada, nuestra producción no ya musical, sino artística, se vería mermada irremediablemente.

En esta reposición de la Zarzuela, vuelve la versión de Miguel Roa, con dirección de escena y escenografía de dos grandes en esto del  teatro: José Carlos Plaza y Francisco Leal. La economía de medios es efectiva, tan oscura y árida como aquello que se musica, donde la estupidez y la violencia no es confundida con pasión alguna. Con hábil manejo de masas y detallismo en cada recreación. Escenas francamente conseguidas gracias a elementos gigantescos, como aquella imagen de la Virgen o el espejo donde el asesino de toros se prepara para la corrida; frente a otras menos conseguidas, como el juego de capote y mantillas que harían desfallecer a Loïe Fuller. Al resultado positivo ayudan otros dos grandes como son Pedro Moreno con un detallista vestuario (maravilloso Padre Antón) y Cristina Hoyos con la coreografía.

Si el libreto es pobre, la música de Penella, a la que no se han resistido estrellas de la lírica actual como Anna Netrebko o Rolando Villazón, es realmente bella. Él, que hablaba de ídolos como Debussy, Franck o D’Indy (curioso encontrar a este último como referente), dibuja una partitura de corte wagneriano, de gran fuerza y ampulosa orquestación, además de con hábil exposición de temas populares, siendo por momentos, los necesarios, los verdaderos protagonistas (archiconocido el consabido pasodoble). El tercer acto se muestra magnífico, todo él, aún ya habiendo muerto la pareja protagonista, recayendo el protagonismo en barítono y orquesta. Una orquesta donde la cuerda fue exprimida, mimada, llevada con pulso por Ramón Tebar, pero sin la suficiencia necesaria en maderas y metales. Una carencia habitual en el foso de la calle Jovellanos. Habitual también la gran labor del Coro, impecable.

La Soleá de Nicola Beller Carbone es rica en matices dramáticos, con verdaderas intenciones, aunque los resultados no siempre sean los mejores en lo que se canta. La dicción es inteligible por momentos, aunque el fraseo es trabajado y con todo, mejor en su tercio superior que en un centro algo artificioso.
Andeka Gorrotxategui tiene cogido el punto a un papel, el de El Macareno, que ha rodado por numerosos escenarios. Su voz tiene el squillo y rotundidad necesarios para el personaje, con arrojo, sin demasiado espacio para sutiles filigranas. Brillante Juan Jesús Rodríguez como El Gato Montés. Prácticamente impecable en su quehacer, de timbre noble, robusto, homogéneo y con la acertada dosis de patetismo y pasión en su construcción dramática.

Redondearon este buen reparto un también brillante Gerardo Bullón como Hormigón, para enmarcar tanto su voz como su actuación, contrapunto cómico para la historia junto al Padre Antón de Miguel Sola, también impecable. Por su parte, Itxaro Mentxaka como Frasquita estuvo muy bien delineada en su vis dramática y cánora, al igual que Milagros Martín como Gitana.

En definitiva una estupenda noche de zarzuela, sobre su concepción más clásica. Sirve desde luego para disfrutar de la música, para colgar el “no hay billetes” y para que nosotros, los que nos sentamos en la oscuridad, sepamos de dónde venimos para saber a dónde queremos llegar. Y por el camino, apuntemos hacia aquello a mejorar, aunque siempre haya quien prefiera fijarse en el dedo y no en la luna.

Foto: Javier del Real.