Mujeres culpables
06/12/2017. Londres. Royal Opera House. Mascagni: Cavalleria rusticana. Leoncavallo: Pagliacci. Elīna Garanča (Santuzza;). Bryan Hymel (Turiddu / Canio;). Elena Zilio (Mamma Lucia). Mark S. Doss (Alfio). Martina Belli (Lola;). Carmen Giannattasio (Nedda). Simon Keenlyside (Tonio). Orquesta y Coro de la Royal Opera House. Damiano Michieletto, Director de escena. Daniel Oren, Director musical.
Un mundo en el que las mujeres son culpables y deben pagar por ello. Terrible, crudo y demasiado cercano. Esta es la visión que el director Damiano Michieletto propone en su doblete Cavalleria/Paglacci para la Royal Opera House. Vuelve una producción estrenada en 2015, recibida entonces con alabanzas y abucheos y que hoy, tan solo dos años más tarde, apoyada por un gran reparto y libre de controversias, hace las delicias incluso de los turistas que asisten a las matinées.
La acción se sitúa en la cotidianeidad de un pueblo sureño cualquiera, entre la panadería, la plaza y un teatrillo menor. Como ya viene siendo habitual en algunas propuestas escénicas, los argumentos de ambas obras se entremezclan, compartiendo referencias, localización, algún cameo y, sobre todo, coherencia en el espíritu dramático. Lo inevitable de los acontecimientos se expone en la apertura misma de la representación, el peso del destino -la muerte descarnada- se desploma en el escenario desde ese momento, y la trama se desarrolla en un círculo de fatalidades que une principio y fin. Las mujeres son las protagonistas, víctimas directas y responsables subsidiaras del drama que se avecina, injustamente señaladas hasta por la mismísima virgen desde la altura de su trono en la procesión. Es un mundo donde lo inocente y lo terrible se entremezclan, y la grandeza de la ópera verista se despliega con una fuerza y una credibilidad que rara vez se contemplan juntas. En esta apuesta redonda tan solo rechina -perdónenme el spoiler- ese final feliz de Cavalleria que, a modo de embarazo póstumo, se nos presenta mientras los payasos se preparan para la tragedia final.
En el aspecto vocal, sobresaliente en su conjunto, destaca sobre todo la actuación de la que probablemente sea la mejor mezzo del panorama internacional actual: Elina Garanča. La versatilidad de la letona sigue sorprendiendo al alza en cada representación en la que la admiramos, bien sea a través de la brillante vitalidad de Octavian, las perversas agilidades de Éboli o, en esta ocasión, la desgarrada desesperación de Santuzza. La proyección es firme, potente y apoyada en un precioso color de tonos oscuros, que asoman desde un seductor vibrato. Si siempre tiene cierto riesgo programar a una mezzo para este papel, Garanča resuelve las dudas con unas notas agudas tan naturales que ni siquiera se perciben como tales. Es esta exuberancia de medios lo que le permite realizar una maniobra genial: aplicar cierta contención a su canto mayúsculo y así añadir los trazos de víctima al retrato psicológico de su personaje.
Frente a ella Bryan Hymel se estrena como Turiddu. Es un cantante de buenos medios, que derrocha con pasión y arrojo. A pesar de cierta falta de medida en las dinámicas y una zona alta que se adelgaza, su actuación convencer. En todo caso, la inevitable comparativa entre los protagonistas se hace clara en los dúos: mientras Hymel se esfuerza para lograr cantar con éxito el papel, Garanča sencillamente lo abraza y lo vive. En esta obra de mujeres hay también que aplaudir sin reservas a Elena Zilio como Mama Lucia, una combinación de rigor y devoción en el canto que dio lugar a una procesión memorable. El pequeño papel de la seductora Lola en manos de Martina Belli cobró una inusual presencia, definitivamente queremos escuchar más de esas notas carnosas en el registro bajo.
Confieso que en demasiadas ocasiones he sentido que Paggliaci es el precio que hay pagar para poder ver Cavalleria. Esta vez el sentimiento no ha desparecido del todo. Aunque es todavía una función de notable alto, tanto la tensión dramática, como el nivel del canto y sobre todo la credibilidad de la historia, bajaron un escalón en la segunda parte. Hymel se lanzó a cubrir la baja de Fabio Sartori e hizo doblete de arrojo y dolor en un Canio espectacular, estableciendo buenas distancias interpretativas con su Turiddu de la primera parte. El magnetismo escénico de Carmen Giannattasio como Nedda y su músculo vocal, hicieron de su actuación lo más memorable de esta sección, en la que también destacó un Simon Keenlyside de canto impecable aunque algo falto de maldad para el papel de Tonio.
Y en el foso, el envoltorio sonoro de Daniel Oren se alejó de estridencias y acentos trágicos. Fue más bien una lectura lírica, detallista, en ocasiones casi atmosférica. El director decidió apoyar de ese modo la potencia arrebatadora de un drama que, a través de una muy acertada puesta en escena y de algunas mujeres formidables, se presentó triunfal sobre el escenario.
Foto: Catherine Ashmore.