Elogio de la elegancia
Barcelona. 22/11/2024. Gran Teatre del Liceu. Obras de Brahms, Elina Garanca, mezzosoprano. Malcolm Martineau, piano.
Hacía once años, demasiados, que Elina Garanca no pisaba el escenario del Gran Teatre del Liceu. En aquella Anna Bolena de 2011, al lado de Edita Gruberova, la mezzo letona era una cantante en plena ascensión al estrellato y ahora, en 2024, ha regresado a Barcelona absolutamente consagrada como una de las voces más brillantes de su generación. No puede sorprender, por tanto, que la expectación fuese más que considerable entre un público que prácticamente llenó el teatro para asistir a un recital con acompañamiento pianístico, algo no muy habitual en los últimos años.
Flanqueada por Malcolm Martineau, uno de los mejores pianistas acompañantes de la actualidad, Elina Garanca apareció en el escenario con su autoridad y elegancia habitual acogida calurosamente por un público ávido y expectante. Seis Lieder de Johannes Brahms a modo de introducción sirvieron para caldear un instrumento que, si bien en las tres iniciales se mostró aún frío y corto en la franja grave, poco a poco fue entrando en calor regalando notables versiones de “Die Mainacht” i “Von ewiger Liebe”. Una de las características de Elina Garanca es su capacidad de transitar con gran solvencia por todo tipo de repertorios, de Wagner a Mozart, de Verdi a Strauss, del Lied a la Zarzuela. Evidentemente en algunos se siente más cómoda que en otros, pero también es cierto que pocos colegas se acercan a su asombrosa versatilidad y estándares de calidad. La clave está, sin duda en el dominio técnico de un instrumento bello, coloreado y de amplio registro, pero por encima de todo en la clase y la suprema elegancia de la línea y el fraseo. Con esas armas, todo es posible.
El primer punto álgido del programa fue una refinada versión de "D’amour l'ardente flamme", de La damnation de Faust. La perfecta dicción y el sutil fraseo, reforzados por un instrumento ya perfectamente contorneado se impusieron, destacando un diálogo con Martineau de extraordinaria precisión rítmica. Tras un intervalo pianístico (Romances sans paroles, Op. 17 núm. 3, de Gabriel Fauré) a modo de descanso, la mezzosoprano abordó una de las páginas más populares del programa: "Mon coeur s’ouvre à ta voix", de Samson et Dalila. Fraseo límpido y generosidad vocal para una versión un tanto corta de calor y emoción, única debilidad atribuible, en momentos puntuales, a esta magnífica cantante que culminó la primera parte con una extraordinaria, expresiva versión de la exigente “Plus grand dans son obscurité", de La reine de Saba (Charles Gounod).
El nivel de excelencia se mantuvo al inicio de la segunda parte con una escena de La doncella de Orleans, de Tchaikovsky, tras la cual Garanca interpretó cuatro canciones de Rachmaninov que evolucionaron de menos a más en cuanto a intensidad expresiva. Es obligado destacar aquí la aportación de Malcolm Martineau que, si bien en la primera parte se mantuvo en segundo plano, en la segunda fue adquiriendo más peso de manera progresiva, dando alas a la cantante en el tramo final del recital. Martineau es un enamorado de España y de la música española y eso se transmitió en el Tango de Albéniz que interpretó en solitario, pero sobre todo en el intenso acompañamiento de la primera aria de zarzuela de la velada: "Cuando está tan hondo", de El barquillero. Como también en la sensual, refinada y sublimemente matizada “Habanera” de Carmen que ofreció a continuación Elina Garanca.
Unas vibrantes "Carceleras", de Las hijas del Zebedeo, obra también de Ruperto Chapí, en las que la cantante exhibió de nuevo su excelente pronunciación castellana, cerraron el programa oficial al que se añadieron cuatro propinas, entre las que cabe destacar una inesperada incursión sopranil: “Io son l’umile ancella”, de Adriana Lecouvreur. Un lujo que solo se pueden permitir grandes cantantes. Elina Garanca sin duda lo es y en el Gran Teatre del Liceu dejó constancia de ello. Ojalá no haya que esperar once años más para volverla a ver y escuchar por estos lares.
Fotos: © Toni Bofill