juan jose

Una historia de violencia

05/02/2016. Madrid. Teatro de la Zarzuela. Temporada 15-16. Sorozábal: Juan José. Àngel Òdena (Juan José). Carmen Solís (Rosa). Milagros Martín (Isidra). Antonio Gandía (Paco). Silvia Vázquez (Toñuela). Rubén Amoretti (Andrés). Ivo Stanvech (Cano). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Dirección de escena: José Carlos Plaza. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez.

Casi medio siglo ha tardado en ver la luz la versión lírica y escenificada que Sorozábal imaginase de Juan José. Una musicalización cruda del mayor triunfo de Joaquín Dicenta, un naturalismo que supuso el pistoletazo de salida al drama social en el teatro español, aunque la temática de los celos empuje al melodrama, y que alcanzaría su cénit años más tarde con Buero Vallejo (los paralelismos con el de Guadalajara son por momentos insalvables), aquí en contexto madrileño (con diálogos y términos en una vía claro está más realista, más hacia Benavente que hacia Arniches, no adaptando Madrid a sus formas sino sus formas a Madrid) y que conforma una auténtica historia de violencia con trasfondo de denuncia social.

No hay espacio para la redención. No hay momento para apiadarse de Juan José. Mucho menos para el amor. Sorozábal ayuda a ello en una escritura rápida, fugaz e impredecible, otorgando sólo los breves instantes más líricos de la partitura a los dúos entre Rosa y Paco, como si lo suyo sí fuese una historia de amor, aunque de tal tenga poco. El maestro de obra la siente como un triunfo propio nada alejado del concepto de posesión y el espectador ya no sabe si lo de Rosa es afecto o supervivencia. El protagonista, por su parte, vive en un amasijo de celos que no es sino mezcla de la estupidez humana y la impotencia de lo social, de la incapacidad sobrevenida de no poder otorgar a su amada la vida material que anhelan, olvidándose por completo de cualquier sentimiento real. Y todo se vuelve violento. Todo es violencia. El resultado final es desde luego un drama lírico alla verista, naturalista, con adaptación del texto algo menesterosa del propio compositor y con ciertos puntos en común en la Carmen de Merimée en su época y bajo el prisma modernista de la música de Sorozábal. Y ya digo, todo es violencia.

La música de Sorozábal se presenta aquí densa, intensa y en la búsqueda como siempre de la vanguardia, plagada de leitmotivs que van desarrollándose a lo largo de toda la obra -los tresillos de la Isidra, el melodioso andante de Paco…- y que Miguel Ángel Gomez Martínez (ya confirmado como titular de la Orquesta de RTVE mientras esta empieza a hacer visible su disconformidad) sabe domeñar en los siempre difíciles vientos de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. Fraseo impecable, creó Martínez gran contraste de texturas en mágico engranaje sorozabaliano de lenguaje siempre cargado de recursos. Una joya todo el primer acto, con el momento protagonista de Paco, su dúo con Rosa y el cierre con un tremendo, apoteósico Juan José.

Este Juan José fue un rotundo Àngel Òdena, de voz y medios pletóricos, tremendo en sus arranques de ira y superando con creces la ingrata escritura de su partitura. De igual modo podría hablarse del resto de protagonistas. Una solvente Carmen Solís dio vida a una Rosa humana, alejada de clichés que llevan al personaje hacia frivolidades materiales. Esta es una mujer que siente y padece, y así lo demostró durante toda la “ópera”, especialmente en un segundo acto abuhardillado donde Sorozábal dice “adiós a la bohemia” de la forma más descarnada posible. Desgarradores aquellos “Por mi… Por mi…”.

Excelentes así mismo los secundarios, comenzando por la entregada celestina Isidra de Milagros Martín, continuando con la Toñuela de Silvia Vázquez en la expresión de una sociedad que no sólo no quiere ver sino que hace por justificar lo que no tiene justificación posible, y terminando con el lírico Paco de Antonio Gandía y el acertadísimo Andrés de Rubén Amoretti, soberbio en un personaje que da auténtico pavor al ser el reflejo de lo que tristemente hemos y aún continuamos siendo.

Este Madrid de Juan José recuerda muy y mucho a aquella Verbena de La Paloma (junto a Los amores de la Inés) que José Carlos Plaza y Paco Leal subieron al Teatro de la Zarzuela. En aquel entonces, un servidor escribía, copio y pego aquí: “… Un Madrid oscuro, avejentado, de posguerra, en lo que podría ser ese realismo. […] Plaza parece llegar a un momento en el que piensa si más que costumbrista, el cuadro le está quedando demasiado escéptico, más "Barojiano" si se me permite la expresión”. Decía Baroja que Dicenta era de aquellos autores que primero crean su drama y después acoplan sus personajes al mismo, quedándoles un poco vacíos. Ante tal similitud estética de Plaza y Leal podría decirse algo parecido, sólo que en este caso, la visión encaja mucho, pero mucho más con Juan José que con el género chico de Bretón y que en este Plaza oscuro (en contraste con su otra vertiente que podemos ver en p.ej. Los diamantes de la Corona) los personajes cobran toda la vida que Baroja pudiera echar de menos en el texto de Dicenta. A ello, es obligación añadir, contribuye el siempre exquisito trabajo de Pedro Moreno con el vestuario.

Respecto al futurible estreno de su Juan José, escribiría Sorozábal que “para escribir una ópera en España es necesario, aparte de ser músico, ser un perfecto idiota […] Bueno, el mundo da muchas vueltas y a lo mejor en el año 2.000 España vuelve a tener cierta cultura musical…” Dieciséis años más han sido necesarios, pero uno se atrevería a decir que Sorozábal podría estar satisfecho con el estreno escenificado que al fin ha dotado de todos los elementos a su querido drama.