Verdad y diversidad
Madrid 22/12/17. Auditorio Nacional. Orquesta y Coro Nacional de España. Georg Friedrich Haendel, Messiah. Sabina Puértolas, soprano; Sonia Prina, contralto; Matthias Stier, tenor; Christian Senn, barítono. Xian Zhang, directora.
“Women on the podium are not my cup of tea”, algo así como “Las mujeres en el podio no son santo de mi devoción”. La frase podría resultar interesante como documento histórico del pasado, si no fuera porque la ha pronunciado un reconocido director de cuyo nombre no quiero acordarme, hace tan solo unas semanas. Afortunadamente, el mundo de la clásica se mueve en otra dirección. La programación de la OCNE nos ha premiado para el final del año con una directora que no es solo mujer, sino además de ascendencia china. Para los varones blancos centroeuropeos a los que no les gustan las infusiones exóticas… allí van dos tazas.
Xian Zhang ofreció para las vísperas de Navidad una versión libre de veleidades historicistas. Un mar de sonido, compacto pero fluido a pesar del enorme tamaño de la orquesta y el coro. Alcanzó un compromiso entre claridad y densidad de las texturas a través de fraseos amplios, acentos amortiguados y timbres bien empastados. Lejos de la espiritualidad íntima y doliente de otras visiones y apoyándose en una dirección muy física -da gusto verla danzar sobre el podio- Zhan apostó por subrayar la grandeza y la gloria de la obra de Haendel.
El cuarteto de solistas estuvo solvente, aunque algo corto al desplegar las enormes dosis de espiritualidad y delicadeza que encierra la partitura. Sabina Puértolas fue la más generosa en este aspecto y la mejor solista de la noche con una interpretación en la que lo corporal y lo vocal se fundieron. Sedujo con un canto aéreo, casi atmosférico y con una proyección ágil y luminosa. Sonia Prina es una cantante que no deja indiferente, su célebre pirotecnia vocal ya no tiene la salud de antaño e impresiona y desencanta por partes iguales. Curiosamente, sus mejores momentos ocurrieron cuando optó por un canto más lirico y limpio, especialmente en su pieza estrella, “He was despised”. La sección masculina anduvo más falta de carisma vocal. El tenor Stier tiene una atractiva voz, pero pareció que el papel le venía grande, siempre algo esforzado y con una emisión que, con independencia del volumen, no acabó de llenar la sala. Christian Senn contribuyó a cimentar la acción, impecable, fiable y rotundo, aunque sin momentos memorables.
Pero si en la parte vocal hay que destacar alguna actuación, debemos acercarnos al fondo del escenario. El Coro Nacional de España ofreció una de las actuaciones más afinadas, rotundas y emotivas que les recuerdo. Es cierto que en ocasiones la marea vocal pudo cubrir a la orquesta, pero esas dosis de vigor celestial, tan gozosas, compensaron la aparente falta de balance.
Tras una espectacular y brillantísima actuación de la trompeta en “The trumpet shall sound” y un “Amen” final que, sin miramientos, nos empujó por un instante a los cielos, terminaba una noche con instantes muy notables. “Qué pena que no hayan tocado la versión de verdad”, comentaba a la salida algún experto, entiendo que refiriéndose a una interpretación de gusto historicista: instrumentos originales, conjuntos reducidos y la ficción de que es posible renacer en el pasado. Frente ciertos dogmatismos imperantes en la música antigua, esta representación nos recuerda una vez más que, si existe la verdad en la música, no está en la literalidad ni en la arqueología, sino en una manera profunda y honesta de entender la interpretación aquí y ahora.