Daniel Barenboim universal music 

(Des) Concentrado

Daniel Barenboim, sin ninguna duda uno de los más grandes talentos musicales de nuestro tiempo , ha visitado Barcelona (tras Oviedo y Madrid) en la gira que promociona su última grabación, dedicada íntegramente a la obra pianística de Claude Debussy. Un recital que fue, en todos los aspectos, una gran paradoja.

El primer elemento paradójico de la velada es que, siendo uno de los grandes eventos musicales del año en Barcelona, se ha hablado más de tos que de música. Sí, como ya todo el mundo sabe, Barenboim se molestó por el ruido en la sala, pero sobretodo por esa sensación de dispersión que se percibía des del principio en un Palau abarrotado. Una dispersión que chocaba frontalmente con un programa y una música (arrancó con el Primer Libro de Préludes) que requieren suma concentración y recogimiento para profundizar mínimamente en su discurso. 

Sobre la eterna cuestión del ruido (toses atronadoras, comentarios en voz alta y a destiempo, teléfonos rabiosamente insistentes o ese celofán que sutil y lentamente acaricia nuestros oídos) es inútil aportar nada desde estas páginas. Quien provoca estos molestos ruidos (y no hablo de una tos puntual o incluso un accidente con el móvil) dudo mucho que se interese por la crítica de un recital que, en el fondo, ni le va ni le viene. Sólo constatar que hay un tipo de conciertos que son carne de cañón para este tipo de situaciones de máxima dispersión: los recitales de Lied y los recitales de piano protagonizados por estrellas mediáticas tipo Kauffman o Barenboim. Resumiendo, nombres que atraen al gran público en repertories exigentes que éste no espera.

Barenboim entró en escena con semblante concentrado, consciente de que iba a vivir dos horas de intensa intimidad con la música, compleja e hipnótica de Debussy. Y es que su visión de la obra del compositor francés se aleja (cada vez más) de los tópicos pseudo impresionistas para bucear en las profundidades, en los cimientos de una música sólidamente construida y estructurada. Su acercamiento a la obra de Debussy se percibe cada día más Bouleziano, buscando su sentido profundo a través lo analítico que, paradójicamente, acaba conduciendo a lo sensual. Algo que ya se percebía en sus grabaciones orquestales.

A nivel técnico, no hay secretos para este gigante del piano. Técnica y expresion se confunden sin solución de continuidad. Como muestra, la deslumbrante variedad de colores de Ce qu’a vu le vent d’ouest (Préludes, 1910) o la espectacular recreación de L’ile joyeuse que culminó un concierto que, poco a poco, había ido recuperando la normalidad tras el accidentado inicio. Pero, más allá del goce de escuchar las Estampes (1903) en la segunda parte y del Claire de lune acariciante que regaló de propina el maestro argentino, me quedo con dos momentos contrastados y  gloriosos de sus Préludes de la primera parte: la desnuda y arrebatadora sencillez de La fille aux cheveux de lin y, sobretodo, la espectacular construcción sonora en La cathédrale engloutie, muestra fehaciente de esta vision arquitectónica  del último Debussy.