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Se puede ser feliz...

23/01/18 Madrid. Auditorio Nacional. Scherzo: Ciclo de Grandes Intérpretes. Obras de Schubert. Mitsuko Uchida, piano.

"Se puede ser feliz y seguir estando triste"; son sabias palabras, además de muy ciertas, de la novelista francesa Marguerite Yourcenar. Todos sabemos, a poco que nos paremos a recordar, a qué se refiere. Es un sentimiento, una sensación circunstancial y pseudomelancólica con múltiples variantes. Los turcos tienen hasta una palabra propia para aquella que es consecuencia de los hechos políticos: "Hüzün". Con todo, la melancolía, como la tristeza, no tienen por qué ser algo necesariamente negativo. Así nos lo demuestran tantas músicas, desde Monteverdi a Nielsen, teniendo a Schubert, seguramente, como su máxima expresión.

Me comentaba la maravillosa Mitsuko Uchida (vaya por delante mi admiración a unas manos y un ser tan entregados al teclado) que a ella, de alguna manera, la despojaron de su primer Schubert. Entregada a su causa, apareció, allá por 1984, Milos Forman con su Amadeus y su ristra de galardones: que si los BAFTA, los Donatello, los Globos de oro y el colofón de ocho Premios Oscar. La fiebre por el hasta entonces denostado Mozart alcanzaba su punto culminante y se hizo imposible que la industria de la clásica no parase sus máquinas para concentrarse en el genio de Salzburgo. Así es como Uchida, de la noche a la mañana (entiéndaseme la banal expresión), se convirtió en una de las nuevas reinas mozartianas. Schubert dormiría, en sus manos y por el momento, el sueño de los justos.

El tiempo suficiente ha pasado para que la pianista nipona pudiera al fin completar su integral de sonatas del compositor vienés y, llegados a la actualidad, haya podido dedicar un par de temporadas a reestudiar e interpretar sus sonatas. Así lo están contemplando estos meses ciudades como Luxemburgo, Lisboa, Chicago, Nueva York, Berlín o Praga. También Madrid, unica parada en España, donde quiso revelarnos un Schubert matizado y atribulado, flexible en formas, sombrío en sensaciones. La felicidad en la tristeza.

Un Schubert atormentado y romántico en su Sonata D958 abría el recital con pedal intenso y dúctil fraseo, marca de la casa, que se desbordaba hacia el derroche sonoro, muy bien balanceado en cualquiera de sus expresiones. Maravillosa la reexposición del primer tema, arrojado y contenido. Schubert apretándonos el pecho contra la butaca. Uchida buscaba el drama, así quedó patente a lo largo de toda la sonata, de sus pausas, de sus silencios, del fraseo por momentos desbocado. Quizá necesitáramos mayor desasosiego, mayor arrojo en la tarantela del último allegro, en sus acentuaciones y brincos para robarnos el aliento final.
Frente a ella, la pastoral Sonata D664, mucho más desenfadada, más cantabile, que Uchida emprendió con mayor premura que en anteriores ocasiones. La forma que tuvo de engarzar el allegro con el arranque del andante, donde aún podía sentirse los ecos del uno en las primeras notas del segundo, fue pura magia. Magia no respetada por un público inepto mientras la pianista negaba con la cabeza una y otra vez. Uchida es una de esas artistas fieles que regalan propinas a los públicos que las merecen. No recuerdo haberle escuchado ninguna en Madrid. Su forma de cantar el andante, insisto, fue puro Schubert y pura Uchida.
Ya en la segunda parte, la incontestable Sonata D894 "Fantasía". La contemplación llevada al teclado, sin duda. Marcado, pausado, degustado el Molto Moderato que la pianista disfrutó, retomando de algún modo las formas empleadas en la 958. El piano sonó por momentos tajante, seco, incontestable. La madurez serena en un sonido que se agigantaba, se transformaba en el recuerdo que aflige, para replegarse en el idílico lirismo de la felicidad contenida. Qué mal han hecho las etiquetas que durante décadas los hombres hemos puesto a las mujeres que han creado maravillas con compositores como Mozart o Schubert, llámense Uchida, Pires, Kraus o Haebler. Qué absurdos somos. 

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