Rapto Mozartwoche Salzburg18 Bernd Uhlig 

Bailando con lo banal

Salzburgo. 02/02/2018. Haus für Mozart. Mozart: Die Entführung aus dem Serail. Robin Johannsen (Konstanze), Nikola Hillebrand (Blonde), Sebastian Kohlhepp (Belmonte), Julian Prégardien (Pedrillo), David Steffens (Osmin), Peter Lohmeyer (Bassa Selim). Akademie für Alte Musik Berlin. Salzburg Bachchor. Dir. escena: Andrea Moses. Escenografía: Jan Pappelbaum. Iluminación: Reinhard Traub. Vestuario: Svenja Gassen Dir. musical: René Jacobs.

La última Mozartwoche antes de que Rolando Villazón asuma su dirección artística ha centrado su atención en los primeros años del joven Wolfgang en Viena. Y más concretamente en torno a 1782, año de sus esponsales con Constanza Weber y de la composición de las BläserserenadenDie Entführung aus dem Serail, esta última pocas semanas antes de su boda.

Los tres actos de este singspiel conforman sin duda uno de los pasos más notorios de la madurez compositiva de Mozart, una evidencia analítica que, por desgracia, no tiene el menor impacto en el desarrollo conceptual de esta nueva puesta en escena salzburguesa. La escenógrafa alemana Andrea Moses presenta a Bassa Selim – interpretado con mérito por el actor Peter Lohmeyer – como un supuesto director de cine, otrora fotógrafo del mundo de la moda, venido a menos tras un supuesto escándalo que le hizo salir de Europa por peteneras. Es precisamente esta parte de la historia la que se narra en una video-reportaje mudo –en un tedioso 8 mm– que avanza mientras se sucede la célebre obertura y tras la cual se ve como el pachá se empeña ahora en rodar una suerte de comercial para una aerolínea turca, a la par que su propia historia de amor con Konstanze. El original palacio de Selim se ve transformado por Jan Pappelbaum en una plataforma suspendida cubierta por gran estera persa, cual alfombra mágica, a la que en principio se accede a través de una escalera, y en la que se encontrará una librería revestida de una sencilla decoración arabizada. El mismo batiburrillo que se percibe en esta sucinta descripción es el que se refleja en la propia puesta en escena, donde los planos narrativos –el original y el ideado por Moses– se enredan hasta tal punto que no sabemos a cuál de ellos hace referencia. El final feliz de la historia, que no de su planteamiento, también nos viene narrado en 8 milímetros, por si algún distraído no se había dado cuenta de la redondez del círculo propuesto.

Es aquí donde se desenvuelve con meritoria soltura –pese a las circunstancias– un joven elenco de cantantes, constreñidos a recitar un texto ampliado en aras de soportar la enredada trama que se abre paso a codazos ante el libreto de Johann Gottlieb Stephanie. Nikola Hillebrand traza una Blonde vocalmente solvente, enérgica y a la vez sensual, mientras que la Kostanze de Robin Johannsen se nos antojó algo áspera, revelando ciertas dificultades para conducir con efectividad su registro agudo, además de presentar faltas de precisión en la coloratura. Del reparto masculino, amén de las demostradas cualidades de Julian Prégardien, destacaría sin duda a David Steffens, un Osmin ideal por la propia naturaleza de su voz, limpia y ágil.

Diría que una gran parte de lo que se pudo escuchar a nivel orquestal se sostuvo con una única pinza, la que le otorgó la excelente prestación de la Akademie für Alte Musik. No perderemos tiempo en buscar adjetivos para valorar cómo René Jacobs se obstina en insertar diálogos más allá de donde Mozart señala, extendiendo allá donde le place la puntual idea del compositor salzburgués. El director belga no solo se empecina en trabajar con un ritmo más raudo de lo que la coherencia aconsejaría, sino que además se recrea en exceso en las ornamentaciones, tanto que ensucia en demasía una partitura que de por sí es suficientemente rica. Para la marcha turca que precede al controvertido Coro del primer acto (5a) Jacobs sigue proponiendo, como en su reciente grabación (Harmonia Mundi, 2015), la homónima obra de Michel Haydn compuesta para la representación del rapto en 1795 también en Salzburgo. Su propuesta actual roza precisamente la contradicción con la citada grabación en la que se sirvió únicamente del pianoforte para enhebrar los diálogos con los pasajes musicales, evitando las banalidades con las que esta vez ha querido bailar. Nada de todo lo narrado nos extraña, pues Jacobs nos tiene acostumbrados presentar con cierta frecuencia lecturas ajenas a todo lo que hayamos podido escuchar, eclipsando las virtudes que sin duda también encierran algunas de sus propuestas.