Parsifal Ken HowardMet Opera 2018 

Sangre, esperanza y brechas de género

5/02/18 Nueva York. Metropolitan Opera House. Richard Wagner, Parsifal. Evelyn Herlitzius, Kundry; Klaus Florian Vogt, Parsifal; Peter Mattei, Amfortas; Evgeny Nikitin, Klingsor; René Pape, Gurnemanz. Dir. de escena: François Girard. Dir. musical: Yannick Nézet-Séguin.

Nos encontramos ante la que, probablemente, sea la mejor producción de Parsifal que puede verse en la actualidad. Estrenada hace cuatro años en el Metropolitan de Nueva York como parte de su estrategia de renovación escénica y repuesta ahora, la creación de François Girard obtuvo un éxito incontestable de crítica y público y propició su lanzamiento inmediato a DVD. Un reconocimiento más que merecido.

En un primer nivel de observación, destacan la incontestable fuerza visual y la poesía de sus escenas, que permanecen en la retina incluso varios días después de haberlas presenciado. Se construyen a través de una paleta reducida que tiende al blanco y negro -con el rojo intenso como contraste indispensable- y un juego de luces y sombras pictóricas, que recuerdan las calidades y el misterio del mejor Goya. La dirección de actores potencia esta fuerza dramática, con elementos que recuerdan el kabuki y una infinita atención a los detalles, transmitiendo la espiritualidad igual por un signo de una mano que por esos movimientos corales que combinan lo orgánico con lo transcendente. Todo ello acompañado través de grandes proyecciones cargadas de mística, bien coordinadas con el paso lento de la obra.

Pero es la perspectiva de género la que da el toque definitivamente genial a esta obra. El mundo masculino es el mundo del Grial, donde todo ocurre y del que las mujeres son excluidas, reducidas a meras y anhelantes observadoras en las sombras de la trama. En el segundo acto emerge el mundo femenino, la carne, la pasión y el deseo, en un festival de miles de litros de sangre la escena, poblado de claras referencias genitales y biológicas. Todo ello, lejos de escandalizar o provocar, se integra magníficamente en la esencia del libreto. 

Desde el foso, Yannick Nézet-Séguin prosigue su contacto con el MET, hasta su toma de posesión como director Musical en el 2020. Su lectura es efectiva y, por momentos, grandiosa y arrebatadoramente conmovedora, como durante las dos ceremonias del Grial. Pero Parsifal necesita algo más, construir y soportar su narrativa lenta a través de matices, fraseos y armonías con intención dramática. Nézet-Séguin simplifica la ejecución resaltando las líneas melódicas más agudas en las voces simultáneas y reduce la tensión de las armonías de los momentos más disonantes. Hay espectáculo y gloria, pero no desgarro, ni demasiado dolor, en una obra donde la renuncia, el sufrimiento y la redención parecen exigirlo. Sorprendieron también tres pifias evidentes en los metales, inexplicables en una orquesta de la calidad que se le presupone al Metropolitan. El joven director francocanadiense ya se ha ganado a su público, a juzgar por la reacción de la sala en sus apariciones. Brilla por momentos, pero diría que le falta aún rodaje con sus músicos para explotar la complejidad de una partitura con tantos niveles de lectura como Parsifal. Afortunadamente, sobre la escena encontramos un grupo de artistas más que capaz de compensar por ello. 

El elenco vocal, aunque no tan mediático como el de su estreno en 2013 (tuvimos a Kaufmann), es más que sobresaliente. Destaca sobre todos ellos el Amfortas de Peter Mattei. Tiene una voz infrecuente para un bajo-barítono como el que exige el papel, con un timbre impactantemente claro y brillante. Si conseguimos dejar esos prejuicios aparte, podremos observar una emisión firme e intensa y unos impecables medios técnicos, que usa para mostrar agonía y sufrimiento en la ceremonia, y un esperanzador lirismo nostálgico en el tercer acto, demostrando que Amfortas también se puede cantar. Klaus Florian Vogt también desafía etiquetas, la de Heldentenor, y construye su papel basado más en la belleza de su voz que en la fuerza, algo que reserva sabiamente para sus conflictos durante la seducción del segundo acto. René Pape, que sigue siendo un referente para el papel de Gurnemanz, proporcionó cimientos sólidos para los peligrosos primer y tercer actos donde, imponiéndose a la orquesta, se responsabilizó de los matices necesarios para que esa narrativa pausada avance sin desmoronarse. Por último, la Kundry de Evelyn Herlitzius, apostó más por lo declamatorio que por la línea de canto, y estuvo arrebatadoramente trágica tanto en su vocalidad como en su faceta corporal. 

Los magníficos y gloriosos coros del MET aún resonaban en los oídos cuando la redención final supuso un inicio de encuentro entre los dos mundos, el masculino y el femenino. Con representaciones como esta se entiende el concepto de obra de arte total y su capacidad de transformación para el espectador. Tras más de cuatro horas y media, el público abandonaba la sala diferente a como había entrado, seguramente con algo más de esperanza. Todo ello por la magia de la ceremonia, por la transcendencia de su música y, en esta ocasión, por una creación escénica mayúscula.