Romería wagneriana
Barcelona. 01/05/2025. Basílica de Montserrat. Wagner: preludio y tercer acto de Parsifal. Nikolai Schukoff (Parsifal), Albert Dohmen (Gurnemanz), Isabelle Cals (Kundry), José Antonio López (Amfortas). Jove Orquestra Nacional de Catalunya (JONC), Cor del Mil·lenari, Escolania de Montserrat y Schola Cantorum. Josep Pons, dirección musical.
Que el wagnerianismo es un fenómeno paranormal en el mundo de la filias y fobias musicales es un hecho largamente constatado. También lo es que en virtud de esto manifiesta características religiosas. Tiene sus rituales, sus lugares sagrados, etc. Su ritual principal es Parsifal y su lugar sagrado es Bayreuth. Pero a falta de pan buenas son tortas, y si Bayreuth no viene a la montaña nosotros sí. A la de Montserrat concretamente. Que es un lugar sagrado por motivos religiosos y culturales y además tiene una vinculación conocida con el mito del santo Grial, hasta tal punto de que Himmler visitó el santuario con la absurda idea de encontrar el cáliz. Así que hordas de wagnerianos visitaron el otro dia el santuario de Montserrat con el objetivo, más modesto, de escuchar el tercer acto de Parsifal.
El hecho de que Wagner situara la obra en algun lugar de las montañas del norte de España se lo puso muy fácil al representante del santuario que introdujo el espectáculo y no pudo dejar de señalar que tal vez nos encontrábamos, efectivamente, en Montsalvat. La percepción de que la cosa iba mucho más allá de un simple concierto era, pues, evidente para todo el mundo antes de que empezara el espectáculo.
Antes del tercer acto de Parsifal se incluyó, muy razonablemente, el Preludio del primer acto de la misma obra. Dirigía Josep Pons, al frente de la JONC (Jove Orquestra Nacional de Castalunya) y del Cor del Mil·lenari, la Escolania de Montserrat y la Schola Cantorum, además de los solistas Nikolai Schukoff, Albert Dohmen, Isabelle Cals y José Antonio López.
El preludio se ejecutó con más claridad que amplitud y una pulsación muy perceptible, lo que no siempre es así en esta pieza. Sirvió como piedra de toque para contrastar la acústica de la basílica. Las iglesias y otros templos cristianos no suelen ser grandes amigos de la transparencia y la reverberación suele jugar en contra de la música. Aunque Montserrat no es Bayreuth ni el Liceu, el sonido fue más que aceptable en esta fase, cuando aun no habían intervenido las voces.
La ejecución del preludio conectó sin solución de continuidad con el tercer acto en cuestión. Apareció entonces Albert Dohmen en el papel de Gurnemanz, que es el personaje que más canta en la obra en conjunto y en este acto en concreto. En este momento se pudo constatar que la acústica del lugar, buena hasta el momento, era un tanto vaporosa para las voces aunque siempre aceptable. Dohmen es un veterano del canto wagneriano y ha realizado una carrera notabilísima en este campo que no creo que valga la pena especificar a estas alturas. El público catalán lo conoce ya y cualquiera que siga, en directo o por otros medios, los festivales de Bayreuth también. Ofreció un canto solidísimo, tal vez condicionado aquí y allá por leves limitaciones atribuibles a la edad (unos agudos un tanto abiertos) y un canto más plano que expresivo. El timbre permanece bello y el fraseo tiene la musicalidad que requiere la parte. Pero Gurnemanz es un personaje que suele quedar bien y para hacer algo significativo con él tal vez hagan falta más variedad y más matices.
Problemas de ricos, en cualquier caso, ya que tanto él como el resto del reparto rayaron a un nivel notable. Mientras Dohmen hilvanaba sus monólogos lo que saltaba particularmente a la vista era el trabajo excelente de la sección de cuerdas. La precisión en las dinámicas no era algo de todos los días y la calidad de los músicos y el trabajo de Pons la hicieron posible. La llegada de Parsifal (Erkennst du ihn?) fue de una belleza extraordinaria. En cambio faltó poesía por parte de Nikolai Schukoff, que era Parsifal, y el maestro en frases tan cruciales como des Grales heil´gen Speer. Nada que no se arregle con un tutti orquestal espléndido y emocionante justo después. Pero no se puede considerar un hecho anecdótico si nos volvemos a encontar en una situación parecida con Albert Dohmen en So ward es uns vergiessen. Hay mucha belleza en el enfoque analítico del Wagner de Pons, pero a veces se pierden cosas como estas. También en el coro hubo momentos en que la rigidez de la pulsación restaba tensión expresiva. Sin embargo imperó por encima de todo una gama dinámica en las cuerdas realmente sutil y una plasticidad en el fraseo que merecen el elogio de los instrumentistas y el de Josep Pons, que logró una pulcritud que es un sello de estilo.
A nivel vocal tanto Schukoff como José Antonio López estuvieron de lo más convincentes y es muy de destacar la belleza del canto de este último, elegantísimo en el monólogo doliente de Amfortas. La velada se desarrolló en cojunto a un nivel muy notable tanto por el trabajo de los cantantes como de la orquesta, el coro y Pons, que volvió a demostrar las grandes virtudes de sus interpretaciones de Wagner y también que, por causa de su enfoque estilístico, pasa por alto la potencia ritual de ciertos momentos, como en el apresurado pasaje antes de Den heil´gen Speer y la restitución de la lanza.
El público había ido a Montserrat a imbuirse de mística wagneriana y disfrutó con ello porque el excelente trabajo de Pons, la JONC, el coro y los solistas dieron motivos para disfrutar. Un largo silencio siguió a los últimos acordes y tal vez hubiese sido de recibo que no se rompiera y nos hubiéramos ido todos a casa en paz. Pero el espectáculo es el espectáculo y las misas son las misas y se aplaudió con entusiasmo en una noche que se recordará.
Fotos: © Abadía de Montserrat