Elisir Bayerische 2018 Maestri

El buen vino y las circunstancias

Múnich. 15/02/2018. Bayerische Staatsoper. Donizetti: L’elisir d’amore. Ekaterina Siurina (Adina), Pavol Breslik (Nemorino), Andrei Bondarenko (Belcore), Ambrogio Maestri (Dulcamara), Paula Iancic (Giannetta). Dir. escena: David Bösch. Escenografía: Patrick Bannwart. Iluminación: Michael Bauer. Vestuario: Falko Herold. Dir. musical: Stefano Ranzani.

Este L’elisir d’amore no deja de ser una obra de repertorio para la Staatsoper, de esas que con una categoría baja – y precios acordes a ello – rellenan el pastel que en meses como el venidero nos presentará el teatro muniqués (el 18 de marzo, para ser más exactos, está previsto que desvelen su temporada 2018//2019). Estos espectáculos son sin embargo los que nos hacen comprender el funcionamiento global del teatro, su idiosincrasia, algo que evidentemente no se percibe asistiendo únicamente a las grandes/nuevas producciones, como el pasado Anillo o el futuro Parsifal, que como el referido ciclo, también conducirá su director titular Kirill Petrenko. Este Elisir tendrá también su hueco en el próximo Festspiel, por lo que nunca está de más recordar la propuesta a nuestros lectores en vistas de una posible visita a la capital bávara.

La verdad vaya por delante: al director de escena David Bösch se le ve de qué pie calza desde hace unos cuantos lustros, aunque con éxitos bien diversos según la ocasión. La escenografía desarrollada por Patrick Bannwart en 2009 responde a una mezcla entre Mad Max, Waterworld – por ambientación y maquinaria, respectivamente – e ironizados soldados de la saga con solera Gears of Wars en lo que a las tropas de Belcore se refiere. Bösch olvida por completo el drama poético que se cierne en torno a Nemorino para centrarse con exclusividad en la descontada comicidad que envuelve la trama, una apuesta desequilibrada en lo dramatúrgico que sin embargo es capaz de entretener a un público no particularmente exigente para con estos títulos y en esta coyuntura.

Ekaterina Siurina es una Adina cuanto menos controvertida, de buena presencia escénica, suficiente desenvoltura en la tarima y buenos recursos vocales, si estos últimos no fuesen en detrimento de la inteligibilidad del texto, particularmente cuando lidia con su tercio agudo, un mal compartido por algún que otro colega de reparto.

Pavol Breslik, habitual recurso tenoril de la Staatsoper, se demuestra un Nemorino sólido en lo teatral, y más que respetuoso con la línea que traza Donizetti para el personaje. Digno de resaltar es no solo su conocimiento del bel canto, sino también su limpia y precisa coloratura, que combina con una libertad de movimientos tal que le hacen poder enfrentarse a la furtiva lagrima a cinco metros de altura, aferrado – sin seguro alguno – a un poste de la luz. El Belcore de Andrei Bondarenko nos dejó ver en parte su calidad y amplitud canora, en una actuación diezmada, como en el caso de Adina, por la opacidad del texto y cierta falta de naturalidad a la hora de afrontar el personaje. Pese al corto papel desempeñado Paula Iancic es capaz de poner en evidencia una voz amplia y precisa, a la que sabe añadir una caracterización óptima de la denostada Giannetta. Iancic es otra de esas apuestas seguras del Ensemble de la Staatsoper que garantizará el buen quehacer de futuros papeles comprimarios.

La joya de la presente corona no es sino el Dulcamara de Ambrogio Maestri, prácticamente intocable desde que se propuso esta puesta en escena. Maestri es como el vino que él mismo sirve a Nemorino, tiene un consabido efecto y pese a no ver la barrica gana además con los años. Es evidente que tanto el registro como el carácter del personaje se enfilan como un guante en las características del barítono pavés, motivo por el que no deja de sorprendernos como logra sacar más jugo del esperado a cada uno de los personajes con los que lidia, con recursos a veces inesperados. En esta particular función nos sorprendió con una “efe” silbante, emplazada a capricho, que acentuaba la comicidad del vendedor ambulante. Como ya nos ocurrió con el Falstaff, hay personajes que tras haber sido aferrados por las riendas de Maestri se nos va a hacer difícil apreciarlos en otros paños.

La concertación siguió mostrando las carencias de esta categoría, donde el principal trabajo se realiza delante del público, con sensibles desajustes en el elenco de cantantes – excluyendo a Maestri –, y más que notorios en lo que al coro se refiere. La voluntariosa batuta del milanés Stefano Ranzani no dejó de evidenciar una lectura colma de precauciones, acorde sin duda a las circunstancias.