Nieve de porexpan
Viena. 03/03/2018. Wiener Staatsoper. Chaikovski: Eugen Onegin. Olga Bezmertna (Tatiana), Mariusz Kwicien (Eugen Onegin), Pavel Cernoch (Lenksi), Ferruccio Furlanetto (Furst Gremin) Dir. escena: Falk Richter. Dir. musical: Louis Langrée.
Cuando Aleksandr Pushkin muere en un duelo a pistola promovido por una afrenta amorosa, se inmortaliza algo más que un movimiento artístico. En su muerte se ve reflejado todo un estilo de vida que define las cuitas de infinidad de jóvenes de su tiempo; tan enamorados como deprimidos. Hablamos, como no, del romanticismo. Una forma de pensar y de sentir compartida por infinidad de artistas durante más de un siglo. Chaikovski lo cultivaría no sólo en su juventud, sino también en su madurez, como es el caso de este Eugen Onegin, estrenado cuando el compositor rondaba ya los cuarenta años de edad.
Eugen Onegin es una de las obras capitales de la ópera rusa, un verdadero epítome del pensamiento romántico que se mantiene, además, muy ligado al texto en que se inspira: la novela en verso homónima firmada por el propio Pushkin. Huyendo de tradicionalismos, en estas representaciones ofrecidas por la Ópera de Viena, se apuesta por una escenografía reducida, de tintes casi minimalistas, y firmada por el alemán Falk Richter, en una coproducción con el Tokyo Opera Nomori.
Podríamos decir que la de Richter es una visión conceptual, incluso esquemática si quieren. Pero lo cierto es que, cuando en algunos momentos vemos a Tatiana y a Onegin cantar sobre el escenario, únicamente acompañados por una pobre y más que tediosa lluvia de porexpan que simula ser nieve, nuestras expectativas sobre la producción terminan por desmoronarse. El esquematismo se vuelve rápidamente monótono, mientas que esa visión conceptual tan parca en elementos escénicos comienza a desprender un cierto aire “low cost” que, siendo sinceros, jamás esperábamos encontrar en un teatro como el de Viena.
Por otro lado, la ambientación temporal transmitida a través de los vestuarios nos pareció cuanto menos confusa. Pasó ésta de un corte clásico y atemporal durante el primer acto, a convertirse en todo un desfile de moda durante la primera escena del segundo, donde incluso pudimos ver a un figurante caracterizado de Karl Lagerfeld caminando sobre la mesa del banquete y convirtiéndola gratuitamente en una pasarela. Más descontextualizado, imposible.
En vista de lo anterior, lo mejor de la noche pasó, sin duda, por la versión musical ofrecida de la obra y defendida, en primer lugar, por un Louis Langrée siempre eficaz y, en múltiples ocasiones, brillante. A la batuta de Orquesta de la Ópera de Viena, el francés supo buscar su propio protagonismo, remarcando con decisión el leitmotif de Tatiana a lo largo de toda la ópera, abordando con la elegancia de la que carecía la escena el vals del segundo acto y exhibiendo un sonido hondo y denso en el tercero, que resultó impecable desde la polonesa hasta la caída del telón.
En el plano vocal decepcionó un tanto la cancelación de Rolando Villazón, a quien se le esperaba abordando la parte de Lenski. En su lugar, el tenor Pavel Cernoch ofreció una versión aseada del personaje. Resuelto en el plano vocal, gustó su cuidado fraseo en “Ya lyublyu vas, Olga” y se mostró solvente en la célebre aria Kudá, kudá vy udalilis, sellando con ella un trabajo de buena factura. Como Eugen Onegin, Mariusz Kwiecien se mostró más que acertado, luciendo una completa voz de barítono al tiempo que daba sobradas muestras escénicas de estar ante un personaje que tiene muy medido. Así las cosas, Kwiecien gustó especialmente en los momentos de mayor dramatismo, como el duelo con su amigo Lenski o el dúo final con Tatiana que fue, sin duda, el momento cumbre de la representación que nos ocupa. En este contexto, la Tatiana de Olga Bezsmertna fue ganando enteros a medida que avanzaba la representación, resultándonos más convincente en ese dúo del tercer acto que en sus apariciones durante el primero, quizás lastradas por un enfoque excesivamente naíf del personaje. Cerrando el elenco protagónico, gustó especialmente escuchar a Ferruccio Furlanetto abordando la parte de Fürst Gremin que, aunque breve, bastó para comprobar de primera mano los envidiables medios de los que aún goza el bajo italiano, dueño de una voz que, si le ha hecho famoso, ha sido por causas más que justificadas.
Por último, resta mencionar la gran labor del Coro de la Ópera de Viena, que pese las reducidas intervenciones que le confía esta obra, se confirmó como un cuerpo de gran profesionalidad. Perfectamente capaz de abordar con solvencia el gran número de títulos a los que debe enfrentarse cada temporada. A fin de cuentas ¿qué ciudad sino Viena se atrevería a programar cerca de trescientas óperas al año?