Cav Pag Sabadell

Un grande spettacolo!

Las funciones del inseparable díptico verista, Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni, e Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo, constituyen uno de los momentos álgidos de la trayectoria manifiestamente ascendente de las producciones de la AAOS en los últimos años pues, en esta ocasión, ha conseguido un remarcable equilibrio entre el apartado vocal, orquestal y teatral. Todos estos aspectos rayaron a gran altura para ofrecer un espectáculo de alto nivel coronado por las excepcionales prestaciones de Enrique Ferrer (Turiddu y Canio) y Toni Marsol (Alfio y Tonio).

Cavalleria Rusticana

Estrenada en Roma un par de años antes que Pagliacci, Cavalleria supuso la irrupción de Pietro Mascagni en el panorama operístico. Con ésta, la primera ópera que estrenó, añadió su nombre a la lista de la gran tradición operística italiana a través de la adaptación de un relato de Giovanni Verga. Si bien la trama de este drama de celos a la siciliana, que se desarrolla el día de Pascua, no es especialmente original, el tratamiento de Mascagni, sutilmente descriptivo al inicio y descarnadamente dramático a medida que los hechos se desencadenan, pero siempre con una vena melódica inspiradísima, hace que, sin poseer la sofisticación dramática de Pagliacci, Cavalleria Rusticana seduzca por su honestidad, concisión y contundencia.

El amanecer de este pueblo siciliano está descrito con detalle por Mascagni, que se toma su tiempo, en la línea de Bizet al inicio de Carmen. Y en este inicio ya se pudo observar la buena labor del director escénico, Miquel Gorriz, que supo plasmar este despertar con vitalidad, variedad y gracia, sin lugares comunes, algo en lo que a veces caen las producciones de la casa. Una línea que se confirmó con el Regina Coeli, con óptimo movimiento del coro. La aparición de Eugènia Montenegro, que debutaba el rol de Santuzza, confirmó que estábamos ante una producción escénica muy bien trabajada y una dirección de actores cuidada con esmero. Montenegro hizo una encarnación teatral de Santuzza excelente, intensa, plena de sinceridad y dramatismo. La voz no es, en principio, la más adecuada para el papel, pues es un tanto liviana, pero la inteligencia de la cantante suplió, sin forzar en ningún momento, este inconveniente para ofrecer una prestación, en conjunto, remarcable, con una bien resuelta Voi lo sapete, o mamma.

Con la entrada de Alfio, el drama subió enteros. Toni Marsol planteó una inteligente visión del personaje, aportándole un peligroso componente glacial, distante y contenido, se diría que padrinesco, que contrastaba, de manera ideal, con el Turiddu extrovertido de Enrique Ferrer. La solidez de Toni Marsol en los roles más dramáticos y complejos se ha ido consolidando con los años hasta convertirlo en un todoterreno, que rinde igual de bien en Leporello o en Alfio. Y a nivel teatral, ha conseguido, con los años, un indudable magnetismo. El instrumento no es de gran belleza y la ascensión al agudo se caracteriza por ausencia de técnica de pasaje, pero la voz, amplia,  resuena con gran facilidad por toda la sala y el intérprete es sumamente inteligente. 

El Turiddu de Enrique Ferrer empezó con una Siciliana un tanto desbocada que hizo dudar si podría aguantar el tour de force que supone el doblete verista, pero poco a poco fue equilibrando volumen e interpretación para ofrecer un Turiddu de libro, bien delineado como personaje, pasional pero sin excesos melodramáticos y cantado con una solvencia incuestionable. Brillante en el brindis y con el punto justo de patetismo en la despedida de la Mamma. Sus escenas con Montenegro y Marsol fueron de alto voltaje a nivel vocal y escénico, lo que daba pie a las mejores perspectivas para el Canio de Pagliacci.

Un apunte para destacar el vestuario, ajustado, sin folclorismos superfluos, así como para el nivel general del coro, muy implicado escénicamente. La sección femenina rayó a gran altura mientras la masculina, más desequilibrada, manutuvo en todo momento un nivel aceptable. Máxima corrección en el resto de papeles y mención especial para la desconocida que se marcó un Hanno ammazzato compare Turiddu de libro. ¡Hay que cuidar los detalles, sí señor!

Lástima que, en esta primera parte del díptico, la Orquestra del Vallès no tuvo uno de sus días más finos. Más allá de errores puntuales, el sonido en general fue seco, sin amplitud y de poca calidad bajo la batuta de Santiago Serrate, firmando un Intermezzo de poco vuelo melódico. Por suerte, las cosas mejoraron en Pagliacci.

Pagliacci

Una vez más, la subida del telón dejó constancia del buen trabajo escénico, así como del detallismo en la iluminación de Nani Valls, ya apreciada en la primera parte. Cambio de época, ahora en los años 50, pero mismo espacio. Caluroso Día de la Asunción en un pueblo de Calabria. Ágil movimiento escénico, descriptivo, bien planteado y mucha complicidad en escena por parte de todos los participantes, algo que cuesta de conseguir pero que, cuando se percibe, aporta un plus indiscutible al espectáculo. En definitiva, un rotundo bravo para Miquel Gorriz y sus ayudantes, pues Pagliacci no sólo mantuvo el nivel de Cavalleria sino que, además, mostró ideas interesantes y un trabajo espléndido con los cuatro mimos que punteaban la historia, perfectamente integrados tanto en la dimensión real como en la ficción.

Nedda fue interpretado en la función que reseñamos aquí por Svetla Kresteva, quien vocalmente estuvo impecable en el difícil e ingrato papel de Nedda, aunque a nivel teatral pareció un poco menos involucrada que el resto de la compañía. A su lado, su amante Silvio, Joan Garcia Gomà confirmó una indiscutible evolución vocal, mostrando una línea de canto elegante a pesar de que el timbre sea, por momentos, un tanto opaco. Pero el intérprete es inteligente y sensible y su Silvio fue creíble y solvente.  Muy bien cantado e ideal por color el Beppe  César Cortés.

El Tonio de Toni Marsol fue todo un espectáculo. El barítono de Cervera llevó al extremo el personaje, acercándolo por momentos al Joker de Batman, histrionizando el personaje, sí, pero con tal convicción, inteligencia y descomunal presencia escénica, que lo acabó convirtiendo, prácticamente, en una encarnación del mal. Aunque en el Prologo obvió los oppure al agudo, volvió a mostrarse en plena forma vocal, firmando una prestación, en global, sumamente contrastada y plena de talento.

Con Canio, Enrique Ferrer demostró que ha adquirido un nivel que le tiene que abrir las puertas de muchos teatros, y de categoría. No hay demasiados tenores capaces de interpretar, con ese nivel vocal y escénico, el timbre adecuado y el punto justo de patetismo, estos dos complejos personajes. Y Ferrer lo hizo firmando una interpretación brillante, a tener muy en cuenta. Cierto que no hay una gran variedad de colores en su timbre, pero la ascensión al agudo es impecable y fácil, el centro suena rotundo y timbrado y el cantante es inteligente, sensible, administra bien sus recursos, que son muchos, y no cae a vulgaridades. Espléndido en Vesti la giubba, secundado por un inspirado Gorriz, que consiguió aquí el momento climático que requiere la página. Una auténtica revelación. Seguiremos su carrera con atención.

Afortunadamente la Orquesta y Santiago Serrate se mostraron mucho más precisos y finos en la obra de Leoncavallo, que pareció más trabajada en los ensayos, manteniendo, además, el buen pulso narrativo ya mostrado en Cavalleria RusticanaEn conjunto, y como dice Canio, ¡Un grande spettacolo! el visto en Sabadell. Una producción que supone un hito en la trayectoria de la AAOS y que merece ser vista. A ventitre ore, o a la que sea!