Novena Afkham OCNE

 

Celebración de la luz

30/06/18. Madrid, Auditorio Nacional. Igor Stravinsky, Sinfonía de los Salmos; Ludwig Van Beethoven, Sinfonía Nº 9 En Re Menor. Eleanor Dennis, soprano; Jennifer Johnston, contralto; Paul Groves, tenor; Wilhelm Schwinghammer, bajo. Orquesta y Coro Nacionales de España. David Afkham, director.

Una interpretación de la Novena -que cuando se dice así, a solas, no hace falta especificar el autor- siempre tiene un carácter de acontecimiento y celebración. Así lo han concebido David Afkham y sus muchachos, como un colofón festivo para el final de una temporada que nos ha dado muchas más alegrías que decepciones y que ha seguido corroborando el excelente desarrollo de nuestra Orquesta Nacional en las últimas temporadas. El proceso de cambio continúa y parece que hay mano firme, algunos solistas se han sustituido e incluso en los últimos días parece se prescindió de un invitado estrella por incompatibilidad de caracteres con el conjunto. Pero, a juzgar por los resultados, la estrategia funciona, esta Novena ha resultado una de las mejores interpretaciones que Afkham nos ha regalado en sus años al frente del conjunto. 

El hilo conductor del programa eran los coros y, para calentar motores, se incluyó una obra de carácter religioso ceremonial, la Sinfonía de los Salmos de Stravinsky. Es siempre curioso observar una formación sinfónica en acción a la que le faltan sus principales extremidades: las violas y violines. El sonido mostró una textura bien empastada y amalgamada, de la que emergieron embaucadores los colores de los vientos, e incluso algunos fraseos de jazz en los metales. Aunque mermada de secciones, la orquesta se impuso inicialmente a las voces en ese equilibro voz-instrumento que el propio Stravinsky declaró buscar. La fuga humana demostró la calidad de un coro más espiritual que explosivo. Y las medias voces finales del tercer movimiento, tras incesantes escaleras de ritmos ascendentes, nos mandaron al intermedio con sensación de liberación y paz. 

En el plato fuerte de la noche nos esperaban algunas agradables sorpresas. La Novena, se ha entendido e interpretado como un viaje para salir de las sombras, para transitar desde los conflictos a la unión en la hermandad. La lectura de Afkham, sin embargo, empieza ya brillante; no fue un trayecto hacia la luz, sino un viaje por la luz. Nada de nebuloso ni primordial en unos primeros acordes incisivos y radiantes, para un primer movimiento lleno de tensión lúcida, que marcó el tono para el resto de la noche. El segundo movimiento se alejó del habitual galope para centrarse en un carácter bailable –difícil no moverse en la silla- y en lucir los colores y los timbres instrumentales a través de un paso bastantes riguroso. Afkham no buscó la flexibilidad en la dilatación y contracción de los tiempos sino en el control de los acentos y las dinámicas. 

En el Adagio se ejecutó con un tempo más bien ligero, apenas 13 minutos de interpretación. Una opción que huyó de pomposidades, y permitió un diálogo entre vientos y cuerdas -los dos portando melodías- en vez de un mero acompañamiento. Musicalidad deliciosa en oleadas en las que una vez más, hasta los pasajes en modo menor sonaron elevados. 

Afkham domina la creación de tensión a través de los balances orquestales y los detalles en los fraseos. Una tensión que público y contrabajos compartieron en la aparición del tema principal del último movimiento: carácter de piano y sin embargo intensamente audible en una sala en la que no se escuchó ni un conato de carraspeo. Y desde allí una transición ejemplar, de crecimiento casi orgánico, al resto de la orquesta. La irrupción de los solistas marcó el único punto desilusionante de la velada. Al bajo Wilhelm Schwinghammer le falta el carácter y vehemencia que su papel requiere. El tenor Paul Grovestenor se acercó a una versión de recitativo. El brillo ácido de la soprano Eleanor Dennis sobresalió entre todos sus compañeros, mientras que apenas pudimos percibir la a contralto Jennifer Johnston. Si no aportaron demasiado a la interpretación hay que reconocer que, al menos, no molestaron.

Con la atención vuelta a la parte trasera del escenario pudimos disfrutar entonces de un coro magistral. Sentido y profundo carácter espiritual las intensidades medias, claridad y equilibrio en los cánones, y una abrumadora intensidad en los momentos a plena potencia, siempre alejada del grito. Una buena continuidad interpretativa ligó la fragmentada parte final hasta una resolución liberadora. Los que vieron a Afkham dirigir de frente me comentan que las sonrisas de complicidad y disfrute se sucedieron durante la interpretación. Algo que sin duda supo transmitir al público y que sitúa las expectativas muy altas para la próxima temporada.