CameraMusicae 

Esperanza y Destino

Barcelona. 6/3/16. Palau de la Música Catalana. Concierto 10º aniversario de la Orquestra Camera Musicae. G. Fauré: Requiem. P.I. Chaikovski: Sinfonía nº 4. Orquesta Camera Musicae. Cor Jove de l’Orfeó Català. Núria Rial, soprano. Àngel Òdena, barítono. Dirección: Tomàs Grau.

La Orquesta Camera Musicae cumplió una década y lo celebró en el Palau de la Música –donde desde la 2012/2013 mantiene temporada de conciertos– sin huir de las dificultades, con Fauré y Chaikovski, pero también muy bien acompañados por el Cor Jove de l’Orfeó Català, y por dos solistas de talla como la soprano Núria Rial y el barítono Àngel Òdena. La formación es lógicamente fruto del esfuerzo de mucha gente, pero resulta decisiva la mano del director titular Tomàs Grau desde su nacimiento hasta hoy. Con unos ochenta músicos en plantilla (en su mayoría formados en Cataluña y que han vuelto tras completar sus estudios en el extranjero, más algunos refuerzos experimentados) y alrededor de 50 conciertos al año, se encuentra en una fase de plena consolidación. En 2006 nació en Tarragona como orquesta de la compañía de ópera homónima, pero dos años más tarde ya ofrecía una temporada estable en Tarragona, y desde la 2012-2013 en el Palau de la Música. En julio del año pasado bajo el lema “Aus Katalonien in die Welt” emprendieron una gira por centro-europa con un repertorio íntegramente formado por obras de compositores catalanes. 

Teniendo en cuenta un público que, como ya he dicho otras veces, se mueve previsiblemente por grandes nombres y carteles, la sala mostró una buena entrada (con presencia ostensible de fieles a la formación) aunque sin duda menor de lo que merecía la ocasión y la orquesta. Con el Requiem de Fauré, primera obra del programa, se inició precisamente el camino de esta orquesta hace diez años. En su primera versión, se pudo escuchar en la Madeleine de París en 1888; año de la Exposición Universal de Barcelona y muy significativo para el modernismo catalán que desde entonces consolidará la relación con Europa; el mismo año en el que nació la “Associació Musical de Barcelona” y tres antes del nacimiento del Orfeó Català. Cuando los burgueses de este país reclamaban mayor participación en la vida cultural –y no un abono en el Camp Nou o un asiento en El Celler de Can Roca– y fueron capaces de respaldar poco después un proyecto como el de Domènech i Montaner. Como se suele recordar, el Requiem de Fauré tiene como horizonte de expresión la esperanza de la resurrección más que la violencia del Juicio, y lo hace a través de una peculiar declaración, mucho más contenida que la que podemos encontrar en Brahms o Verdi, con una voz romántica pero teñida de un espíritu de serenidad medieval, que demanda esa contención contra los excesos románticos. Sus interesantes modulaciones se filtran con tal delicadeza constructiva que hacen esta pieza única. Con gran sobriedad en la dirección, Grau administró el sonido con la contención y el sosiego que exige la partitura, sumergiéndose acertadamente en la íntima sensibilidad de una obra cuyos recovecos recorrió escrupulosamente, y la orquesta logró un tono cambrístico magníficamente imbricado con el coro. En este apartado, desde un inspirado Introitus pudimos disfrutar de la fantástica dicción, afinación y estabilidad del coro dirigido por Esteve Nabona. Alguna desavenencia entre orquesta y coro en el carácter del inicio del Sanctus se reacomodó con rapidez, y unos metales de sonido poderoso se lograron integrar en el contexto sonoro. A continuación la voz dulce de Núria Rial ofreció un Pie Jesu con un vibrato muy cuidado y un equilibrio magnífico, y por su parte Àngel Òdena desplegó una excelente profundidad expresiva en el Libera Me. El Cor Jove aquí rindió de nuevo a un excelente nivel y dio paso a un In Paradisum de estupenda factura que transmitió con gran fidelidad la elevación acústica y espiritual de ese final, que Grau dejó suspendido en el aire unos segundos. 

En la segunda parte nos esperaba una enérgica Cuarta de Chaikovski. Estrenada en 1878 en Moscú con la dirección de Nikolai Rubinstein, pertenece a la misma época creativa de Eugene Oneguin, y también en ella se filtra la espontaneidad sentimental de esta, pero además convive un universo muy contrastante. La crudeza del destino y felicidad de la esperanza en el primer movimiento, la melancolía del segundo, la despreocupación frágil y en el fondo amarga del tercero, y la rebeldía del último. En el primero, buen rendimiento en líneas generales de los solistas de fagot y clarinete, con trompas que pese a algunos pasajes algo inestables lograron rehacerse. Grau arrancó intensidad y vehemencia de la orquesta, antes de que en el Andantino algunas estridencias amenazaran la inteligibilidad de las frases, y fueran rápidamente sofocadas por la gestualidad del director, con un solista de fagot espléndido en todas sus intervenciones. El Scherzo fue acertadamente imaginativo y despreocupado. Felizmente en el Finale no se cayó en efectos gratuitos y se pudieron escuchar los matices melódicos y tímbricos: Cuerdas enérgicas, sonido bien empastado y precisión en los metales, conducidos por Grau con fluidez en la batuta y cuidado por los detalles. El ensamblaje sonoro de cuerdas y metales no era fácil, especialmente en el agitado último movimiento, pero favoreció una conducción elocuente y capaz de dibujar en pocos trazos atmósferas sólidas y coherentes. En este sentido, también encontró complicidad e implicación en todas las secciones. Pero por encima de todo, entusiasmo; ese que echamos en falta en tantos conciertos de muchas orquestas del más alto nivel.  

Una orquesta muy bien trabajada y con cimientos sólidos; un esperanzador proyecto que deberá luchar contra el destino como todo proyecto musical por estos lares. De los responsables depende que la Camera Musicae salga victoriosa y no se quede en una excelente promesa. Pero de todos nosotros que esos responsables se sientan ya no impelidos, sino exigidos, para permitir que la formación arraigue en el territorio y que sea recibida con el entusiasmo y la intensidad que merece. Y que como debería ser en cualquier país normal, sea motivo de orgullo.