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De cinco en cinco

Barcelona. 17/06/25. Palau de la Música. Obras de Mozart: Concierto para violín nº5 en la mayor, KV 219; y Beethoven: Sinfonía nº5, op. 67. Lisa Batiashvili, violín. Franz Schubert Filharmonia. Tomàs Grau, dirección. 

A caballo entre la temporada ya clausurada y la siguiente, la Franz Schubert Filharmonia ofreció este martes un concierto especial para conmemorar el vigésimo aniversario de la formación, en el que Tomàs Grau director artístico y titular, volvió al podio en un programa conciso, basado en Mozart y Beethoven. La primera parte estuvo dedicada al Concierto para violín nº5, del maestro de Salzburgo, mientras que la segunda lo estuvo a la icónica Sinfonía nº5 op. 67, del de Bonn. La velada contó con la visita de Lisa Batiashvili; sin lugar a dudas, una de las voces 'clásicas' más activas y relevantes del panorama musical georgiano –al igual que Elisabeth Leonskaja, también originaria de Georgia y quien también ha formado parte de la temporada–. Batiashvili, aparte de ser una solista de renombre admirada por sus virtudes violinísticas, es también una destacada impulsadora del talento de su país, tal y como demuestra con su propia fundación, con la que, desde hace años, ayuda a destacados estudiantes a dar el paso a la internacionalidad, contando con mentores, miembros y colaboradores de la talla de Emmanuel Pahud, Daniel Barenboim, o el estimable y recién fallecido Alfred Brendel, al que la artista dedicó unas palabras antes de la pausa.

Entre tonos de azul, la invitada irrumpió en escena con su Guarneri de 1739 y ofreció una sólida interpretación de un concierto que en las últimas semanas ya ha llevado por medio mundo. Grau, sin batuta, guio a los suyos a recorrer los primeros compases de la pieza, concisos en articulación y con las dinámicas claras, y Batiashvili paseó plácidamente por su primera cuerda, con finura y expresividad, en el peculiar Adagio que antecede al Allegro aperto, donde se mostró cómoda en el tempo del director. Encajó bien con las cuerdas de la orquesta, atenta y concentrada a pesar de las irrupciones de un público especialmente ruidoso y tosedor. Se esforzó en pulir la afinación en los agudos y dotó de frescura y galantería cada fraseo, con especial agilidad y elegancia en los trinos de final de frase. 

La sorpresa llegó en la cadenza, al parecer, compuesta –como las posteriores– por Tsotne Zedginidze, pianista y compositor de quince años, considerado un niño prodigio en su natal Georgia, y una de las principales promesas de la Fundación Lisa Batiashvili. Tras parafrasear el tema y los motivos principales, la cadenza poco a poco derivó en una progresión de arpegios disminuidos hasta conformar un nuevo material contrastante, atonal, deliberadamente más propio de Bartók que de Mozart, tanto en estilo como en técnica, aunque conducido coherentemente en su evolución intrínseca, para recuperar progresivamente la tonalidad y lograr empastar de manera aceptable con el tutti orquestal; una pequeña osadía compositiva, protagonizada por una audaz Batiashvili, perfectamente justificable por las buenas intenciones y la novedad.

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El segundo tiempo permitió a la solista moverse en un registro más lírico, firmando articulaciones muy cuidadas, explorando matices en los pasajes menores, antes de afrontar la cadencia –ahora sí, de estilo ‘mozartiano’– en busca de la esencia misma de su instrumento con suma inspiración. Para el rondó final, Batiashvili se apoyó más en el sul tasto y buscó la rugosidad de sus graves, además de incluir nuevamente licencias creativas en las soldaduras que separan las secciones. Grau pareció enfatizar la ‘parte turca’ con algo más de col legno en las cuerdas graves, buscando tal vez, en esa misma línea, un toque de novedad –aunque sutil– dentro de lo que podríamos considerar los estándares interpretativos de la música de Mozart. Dedicó la solista, en honor a Brendel, una delicada y hechizante Méditation de Thaïs, con la colaboración del resto de músicos –y la obligada arpa correspondiente–. 

Grau tomó la batuta para la Quinta de Beethoven e indicó un tempo asequible, y aunque a la orquesta no le faltaron ganas, el archiconocido arranque de la sinfonía pudo mejorarse sutilmente, con algo más de cohesión en la articulación de unísonos. Con Grau el conjunto gozó de un buen y manejable rango dinámico, satisfactorio y capaz en los momentos más potentes. Los diálogos funcionaron bien, y el director gestionó bien los contrastes locales, así como los crescendi más amplios. El segundo tiempo contó con la grandeza esperada, con un Grau lleno de vitalidad y el conjunto de cellos sacó su mejor versión, siendo el pasaje de ‘folía’, en el ecuador del movimiento, alguno de los puntos que el director catalán pareció querer destacar. En la misma línea recorrió el Scherzo, con evidente fuerza y nobleza, manteniendo a raya el jugueteo de cuerdas bajas y medias.

Satisfactorio resultó el Allegro final gracias a una orquesta visiblemente exaltada –en el buen sentido–, que recorrió el último movimiento con energía y buen ánimo, infundido por su director titular que se ganó al público, locales y turistas, el cual estalló en aplausos durante al menos cinco minutos. Solo bisando la reexposición del icónico Allegro con brio de la sinfonía consiguió amansar el jolgorio, cerrando una velada especial por todo lo alto, con la mirada puesta en una próxima temporada que ya presagia buenas sensaciones y resultados de diez.