Ocaso bayerische wilfried hoesl

EL EDIFICIO ACABADO: EXTRAORDINARIO ÁTICO

Múnich, 27/7/2018. Bayerische Staatsoper. Wagner. Götterdämmerung. Stefan Winke, Siegfried. Markus Eiche, Gunther. Hans-Peter König, Hagen. Nina Stemme, Brünnhilde. Okka von der Damerau, Waltraute / 1. Norn. Coro y orquesta de la Bayerische. Dirección de escena, Andreas Kriegenburg. Dirección musical, Kirill Petrenko.

Acaba la última ópera del Anillo del Nibelungo con una de las melodías más bellas, sugestivas y arrebatadoras de todo el ciclo y quizá de toda la obra de Wagner. Después de todas las peripecias de los personajes, de todos los dramas, de todas las ilusiones frustradas desde que el nibelungo Alberich robara el oro del Rin, éste vuelve a su lecho, con sus guardianas, las hijas del gran río, y el fluir de sus aguas con el que comenzó aquel Prólogo vuelve a envolvernos pero con otra música, también llena de belleza pero sobre todo de paz, de tranquilidad, incluso con la ilusión de que hay un futuro después de que parezca que todo se derrumba… Fue esta última ópera del Anillo, en general, la más completa de todas. Aunque la producción sigue mostrando muchos puntos débiles, estuvo más conseguida que en anteriores jornadas y, sobre todo, la parte musical fue más compacta, más equilibrada, llegando en casi todas sus partes al sobresaliente, incluidas un par de matrículas. 

Una de ellas, sin duda, fue para Nina Stemme, una Brunilda de referencia. La soprano sueca puso en pie al público cuando salió a saludar justo al final de la obra, y es que no se puede cantar mejor esa escena final, ese auténtico “tour de force” que supone su última intervención que, mandan los cánones, puso los pelos de punta, los ojos húmedos y el corazón a tope. Toda la noche estuvo espléndida, con un canto auténticamente wagneriano, lleno de fuerza, nobleza, arrojo, sin arredrarse ante cualquier reto vocal, potente, con agudos imposibles y, sobre todo, con una asunción completa y perfecta del personaje. En cualquier circunstancia superó a la orquesta y llegó hasta el último rincón del teatro. Aparte del final, destacaría (aunque es difícil elegir en una interpretación superlativa) la escena con Waltraute, una maravillosa Okka von der Damerau. Esta escena, que comienza con el amor fraternal y termina con el enfrentamiento frontal resume, en sus notas, todo lo que se le exige a la soprano en la obra y Stemme la bordó. 

Stefan Vinke volvió a ser un Sigfrido, sobre todo en los dos primeros actos, con muchas deficiencias, sobre todo en la zona aguda. Sí, tiene voz potente y proyección de sobra, pero le falta (pese al carácter del personaje) esa heroicidad en el canto que el papel exige. Su timbre es demasiado rudo y poco atractivo. De todas formas, capeó mejor esta jornada, que es menos exigente vocalmente y donde la zona central tiene más protagonismo, zona que él controla bien. La sorpresa llegó cuando empezó su narración en el tercer acto y, después de ser herido de muerte, sus maravillosas frases dedicadas a Brunilda. No sé si por la emoción del momento, la música o sus méritos propios (seguramente por esto último, seamos justos) pero ahí estuvo soberbio. Apareció ese canto heroico que el personaje exige y remató su intervención en la Tetralogía dejando un buen sabor de boca. Papel muy destacado en la obra también es el de Hagen, el vengador hijo de Alberich, que desea el Anillo de su familia. Hans-Peter König sigue sigue siendo un gran cantante wagneriano, y nos ofreció un Hagen, tranquilo, con una maldad soterrada, sin grandes aspavientos pero con veneno en cada frase de su personaje. El timbre sigue siendo atractivo pero se echó de menos una mayor fuerza y proyección. Gran cantante Markus Ende como Gunter. Ya demostró su potencial en el corto papel de Donner en el Oro. En el Ocaso demostró toda su elegancia, con una línea de canto perfecta, un timbre muy adecuado para estos papeles wagnerianos y una potencia (una cualidad que este repertorio siempre se tiene que valorar) muy estimables. Fue uno de los mejores en una noche de excelentes cantantes. Como lo es la estupenda Okka von der Damerau. Si decía que como Erda le falta un poco de hondura, se amolda perfectamente a los dos papeles que cantó aquí. Fue una gran primera   norna, pero fue una una espectacular Waltraute tanto como cantante como actriz. En este último rol sí que se apreció todo su potencial, toda la belleza que atesora y que brindó con una walkiria estupenda. Anna Gabler era la tercera norna y también Gutrune, la novia de Sigfrido. Estuvo mucho más ajustada en el primer papel. Para el más protagonista le faltó un poco más de garra y fuerza expresiva, de más armadura vocal aunque no por ello resultó deficiente, ni mucho menos. Volvimos a disfrutar del Alberich de John Lundgren y de las estupendas tres hijas del Rin: Jennifer Johnston (también segunda Norna) Hanna-Elisabeth Müller (excelente cantante) y Rachael Wilson

Kirill Petrenko es la auténtica alma de este Anillo. Es la matrícula cum laude de esta propuesta veraniega de la Bayerische Staatsoper. Durante las tres anteriores crónicas he contado las excelencias de su dirección, y en el Ocaso todas esas esencias que atesora su batuta salieron en toda su plenitud. Fue la mejor ópera, en conjunto, de las que ha dirigido, siendo las anteriores óptimas. Pero aquí unió la grandeza de la música wagneriana con el mimo absoluto de las melodías más líricas, con una variedad de texturas, de volúmenes increíbles. Su lección maestra fue la famosa “marcha fúnebre de Sigfrido”. Indescriptible, perfecta en contrastes, en expresión, en dramatismo, en belleza. Y ese final en el que Stemme y él formaron un tándem perfecto que nos llevó al encendido Walhalla. Maravilloso. Y me vuelvo a repetir. Esa orquesta (esta vez acompañada por el excepcional coro de la casa), que suena con una conjunción perfecta. Cuando saludaron al final de la representación todos en el escenario, el teatro se vino abajo. Ellos, con su director, son los triunfadores indiscutibles de un Anillo excepcional.

La producción de Andreas Kriegenburg me siguió pareciendo errática y no encontré conexión con las tres anteriores entregas de la Tetralogía. Estuvo bien planteada el prólogo con las nornas, en una especie de antesala del fin de la Tierra, con emigrantes o simplemente supervivientes de un mundo que se muere asesinado por los propios hombres, tejiendo su hilo de la vida, roto por esas circunstancias desastrosas. También el refugio de los enamorados Sigfrido y Brunilda es sencillo y formado por paneles (algo obsesivo en este regista) pero el palacio de los guibichungos ya es harina de otro costal, convertido en una especie de oficinas centrales de una multinacional familiar del mundo industrial, capitalista y destructivo del planeta, de forma acristalada con pasarelas y ascensores que rodean todo el escenario. En éste se sitúa la familia gobernante, degradada por el vicio y la venganza. En ese escenario y mezclando situaciones logradas (la escena de la muerte de Sigfrido no es en una cacería sino en la resaca de la fiesta de su boda) con otras realmente bobas (el balancín en forma de euro dorado donde juega Gutrune), se desarrolla la acción. Al final hay el consabido fuego y el final del Walhalla, y para subrayar que todo se acaba, lanzamiento de hojas, documentación, dossieres, desde todos los pisos del edificio. No aporta casi nada, pero tampoco molesta la acción. Al final, pese a todo ¿quedará un futuro sin dioses, ni gigantes ni héroes, sólo con los hombres? Lo veremos en la próxima Tetralogía.

Foto: Wilfried Hösl.