La cuadratura del círculo

Baden-Baden. 20/04/2025. Festspielhaus. Puccini: Madama Butterfly. Eleonora Buratto (Cio-Cio-San). Jonathan Tetelman (B. F. Pinkerton). Teresa Iervolino (Suzuki). Tassis Christoyannis (Sharpless) y otros. Berliner Philharmoniker. Davide Livermore, dirección de escena. Kirill Petrenko, dirección musical.

 
Para su último año ya como orquesta residente del Festival de Pascua de Baden-Baden -han sido trece, que se dice pronto-, la Filarmónica de Berlín ha querido retirarse por todo lo alto con una de las obras más icónicas de Giacomo Puccini, su célebre Madama Butterfly, en una nueva producción firmada por Davide Livermore y con las voces protagonistas de Eleonora Buratto y Jonathan Tetelmann.
 
En contra de lo que pueda suponerse, estas funciones en Baden-Baden no han supuesto el primer encuentro de Kirill Petrenko con esta partitura, una obra que ya dirigió en la Royal Opera House de Londres en 2003, cuando todavía no era el consagrado maestro que es hoy en día, más de dos décadas después. 
 
 
Renunciando a una concepción relamida y edulcorada del melodrama, Kirill Petrenko apuntala desde el foso una versión llena de tensión y dinamismo, hasta tal punto que la Filarmónica de Berlín se convierte en la verdadera protagonista de la velada, con un despliegue sonoro absolutamente apabullante. Ya desde los primeros acordes, con esa cuerda vibrante y tan articulada, quedó patente que la representación iba a ser una exhibición por parte de los Berliner, entregados en cuerpo y alma a Petrenko, quien cumple ya cinco años liderando a la formación.

Por suerte he tenido ocasión de seguir de cerca la trayectoria de Kirill Petrenko durante unos cuantos años, desde los inicios de su titularidad en la Bayerische Staatsoper de Múnich. Y siempre, absolutamente siempre, he tenido la impresión con él de que consigue lo imposible, algo verdaderamente insólito y singular, la cuadratura del círculo. Con él hay siempre una mirada analítica, escrutadora, capaz de iluminar pasajes de la partitura que se escuchan como inéditos; y al mismo tiempo hay siempre una tensión teatral genuina, una narratividad, acompasando foso y escena de manera brillante. Todo eso volvió a ponerse de manifiesto en esta Madama Butterfly.

La labor de Petrenko se refleja también en el desempeño de los cantantes, con los que sabe respirar y a los que domeña con mano izquierda, al tiempo que administra con lucidez volúmenes y dinámicas, haciendo lo posible para que el foso ocupado por los Berliner no se desmelene en exceso. El resultado musical fue tremendamente colorista y emocionalmente casi diría que brutal, acostumbrados como estamos a una lectura, ya digo, más amanerada y meliflua de esta tragedia de Puccini. Y es que Petrenko añade un punto de sequedad e inmediatez que vuelve quizá más descarnada la partitura, lejos insisto de ese espejismo acaramelado al que a veces termina reducida esta obra.

Respecto al desempeño de la Filarmónica de Berlín... qué decir... los calificativos se quedan cortos: el relieve y textura de las cuerdas, la nitidez de maderas y metales, el empaste constante y continuo entre las secciones, la fluidez en el fraseo... Una auténtica exhibición, se mire como se mire.

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En un momento de evidente madurez vocal e interpretativa, la soprano italiana Elonora Buratto volvía a encarnar a Cio-Cio San, un personaje que cantó por vez primera en el Metropolitan de Nueva York, en marzo de 2022. El timbre consistente en el centro, de resuelta sonoridad, se antoja bien afianzado también en el tercio agudo, más allá de alguna nota algo forzada y tirante, sobre todo cuando ha de imponerse a la orquestación pucciniana. Nada que pudiera empañar, en todo caso, una encarnación muy solvente de Cio-Cio San, a la que si acaso cabría requerir una mayor sensación de fragilidad durante el primer acto, en contraste con la Butterfly temperamental que se despliega después. 

En la parte de Pinkerton el tenor Jonathan Tetelman exhibió una voz amplia y sonora, de fácil resolución en el agudo y bien timbrada en todas las franjas. Entregado en escena, sonó plausible y voluntarioso en el fraseo, con alguna puntual tendencia al exceso, bien sujeto no obstante desde el foso por la batuta de Petrenko. Sea como fuere, en el panorama actual no abundan los tenores que transmitan semejante sensación de desahogo y solvencia vocal. Sin duda, hay que seguir de cerca los próximos pasos de este cantante.

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Algo más discutible fue la elección de los solistas para las partes secundarias. Teresa Iervolino pasó algo desapercibida como Suzuki, quizá también porque este rol pasa a un segundo plano en la propuesta escénica de Livermore. En el caso de Tassis Christoyannis como Sharpless, se entiende su elección en busca de un intérprete más maduro para el rol, en contraste con Pinkerton, y sin duda hubo honestidad y nobleza en sus acentos, pero al mismo tiempo se antojó evidente que la voz acusa ya el paso del tiempo, sin ser el griego tan mayor, todo sea dicho. Del resto del elenco destacaría la resolución de Didier Pieri como Goro y el buen material que se intuyó en Giorgi Chelidze como Zio Bonzo.

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Ya desde antes de iniciarse la música, la propuesta escénica de Davide Livermore juega con la idea del hijo de Cio-Cio-San y Pinkerton, quien regresa a Japón en busca de las últimas señas de su madre. Es un buen punto de partida, desarrollado después de manera sutil y poco invasiva, con dos figurantes -el propio hijo y la vieja Suzuki- acompañando las principales escenas de la ópera. De acuerdo con el programa de mano la acción se sitúa en Nagasaki, en 1978.

El trabjao de Livermore se mueve dentro de un código clásico, casi tradicional en su dirección de actores, pero puesto al día gracias al excelente trabajo de videoproyecciones llevado a cabo por D-Wok y Giò Forma, con iluminación de Giammetta Baldiserri. Las proyecciones son de enorme calidad técnica y de muy buen gusto en el plano estético. No estamos, ya digo, ante una Butterfly con una honda y compleja reelaboración dramática, pero el resultado final convence con creces.

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