Las dos caras del pianista
Oviedo. 5/03/2016. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de piano Luis G, Iberni. Obras de Tchaikovski, Bach, Chopin y Ponce. Lang Lang, piano.
Al igual que hicieron en su momento por ejemplo Plácido Domingo o Luciano Pavarotti, Lang Lang es uno de esos contados artistas que consigue trascender del mundo de la música clásica para entrar dentro de la cultura popular. Este mérito, que es tan suyo como de sus agentes, envuelve al pianista chino en una suerte de dicotomía fácilmente apreciable en cualquiera de sus conciertos. En una cara tenemos al artista mediático, que llena auditorios y se cuela en los programas de televisión; en su reverso al intérprete, de innegable destreza técnica y que, desde los trece años, es capaz de tocar sin inmutarse cualquiera de los 24 estudios de Chopin. Si nos dejamos cegar por las luces, atendiendo únicamente a su faceta comercial, resulta difícil evitar cierto rechazo al leer en la prensa todos esos titulares que lo encumbran como “el mejor pianista del mundo”. Cierto es que Lang Lang es capaz de tocar el famoso estudio “black keys” de Chopin hasta con una naranja –tal y como demostró en el programa de televisión El Hormiguero- y que técnica, así como precisión, no le falta. Pese a todo ¿Es justo olvidar de un plumazo el trabajo de nombres como Rubinstein, Horowitz, Cortot, Brendel…? Todos ellos formidables pianistas y seguramente desconocidos para muchos de los admiradores del chino. Aun así, sería igual de injusto quedarnos sólo con esta superficial faceta de Lang Lang. A fin de cuentas, ojalá todos los artistas clásicos fuesen tan conocidos como él.
Analizando exclusivamente su dimensión interpretativa, distinguimos en Lang Lang a un pianista meticuloso, que no gusta de dejar nada al azar y perfectamente capaz de solventar los escollos de cualquier partitura que se le ponga por delante. Vemos en él a un artista de consumada técnica un que, además, disfruta mostrándola al público. Justo ahí radica, quizá, su principal carencia interpretativa. En ocasiones Lang Lang parece poner la música al servicio de la técnica y el mecanismo, cuando debe ser al revés. A ciertos niveles la habilidad técnica se supone, y tocar a un ritmo un tanto extravagente algunas de las “estaciones” compuestas por Thaikovski –tal y como hizo en su paso por Oviedo-, no hace sino restar elegancia e interés al resultado final. Pese a ello, y en esa misma obra, el pianista chino mostró también momentos de interesante lirismo en el fraseo y sensibilidad en la pulsación. Así pues, su brillante resultado en algunas estaciones como Junio u Octubre no se dejó empañar del todo por ciertos excesos cometidos en otras como Julio o Diciembre. La primera parte del programa se completó con el Concierto italiano BWV 971 de JS. Bach, un compositor cuya obra parece un tanto alejada de las intenciones interpretativas de Lang Lang, quien consigue resultados muchos más interesantes de otros autores como Bartók o el propio Chopin, cuyos scherzi ocuparon toda la segunda parte del programa.
Quizás fueron esos cuatro Scherzos, por los que tuvimos que esperar todo el descanso, lo mejor del concierto. A fin de cuentas Lang Lang puede gustar más o menos, pero hay duda de que es un pianista consumado, con talento y muy capaz de brillar cuando quiere. Finalmente, antes los aplausos del público y después de arrojar su pañuelo hacia las butacas, dos generosas propinas cerraron el concierto: en primer lugar el Vals brillante de Chopin, que sirvió a Lang Lang para volver sobre el compositor polaco; en segundo, el Intermezzo de Manuel Ponce, también de ciertas influencias chopinianas y que, gracias a su aire apacible, logró calmar en parte los ánimos de un público casi enloquecido.