Lo imposible
Bayreuth, 18/08/2018. R. Wagner, Die Walküre. Stephen Gould, Tobias Kehrer, John Lundgren, Anja Kampe, Catherine Foster, Marina Prudenskaya. Orquesta del Festival de Bayreuth. Dir. de escena: Frank Castorf. Dir. musical: Plácido Domingo.
Había expectación ante el debut de Plácido Domingo como director en Bayreuth, la ocasión es especial por varios motivos. Porque era la primera vez que se invitaba a un español al podio del Festspielhaus y también por cometerse el anatema de programar allí una de las partes del Anillo independientemente. Pero, sobre todo, era la ocasión de que Domingo volviera a conseguir lo imposible, convenciera en el foso de este santuario y volviera a ampliar la definición de artista-milagro que él mismo ha creado. Lamentablemente este no ha sido el caso.
A su dirección musical hay que achacarle sobre todo falta de tensión y dramatismo, algo difícil de soportar para una de las grandes obras de Wagner. La orquesta en esta producción sonó como un acompañamiento, un fondo lejano, rozando lo inerte en demasiadas ocasiones. Individualmente, los motivos aparecieron claros, pero sin esa matización teatral que tanto puede aportar a la obra: la lanza sin autoridad, la primavera desvaída y el destino sin misterio. Colectivamente, no pudieron construir esa indispensable narrativa de la que la orquesta tiene responsabilidad indelegable.
Escuchando ahora desde la premisa opuesta, decir que la lectura fue lírica sería ser demasiado generoso. Tampoco encontramos belleza o seducción en los fraseos y acentos. De haber sido así la sala del festival se hubiera llenado de emotividad en el enamoramiento del primer acto y de oleadas de emotividad en la despedida de Wotan. Así las cosas, deben buscarse otros asideros para salvar el acontecimiento.
Pero tampoco es fácil encontrar elementos de atractivo en la feísima producción de Frank Castorf para el Anillo que creíamos ya difunta, pero que se ha levantado desde su tumba para torturarnos. La ambientación en un campo de petróleo ruso durante la revolución consigue crear cierta curiosidad inicial, luego perplejidad y algo muy cercano al desagrado según avanza la obra. No es una propuesta abierta, sino imprecisa en el peor sentido de la palabra; lejos de permitir revelar algo nuevo sobre una obra ya vista o de apelar a nuevos interrogantes, tan solo crea confusión.
Fueron las voces las que intentaron salvar una noche desilusionante. Las tres mujeres ofrecieron una interpretación sobresaliente. Anja Kampe hizo una Sieglinde creíble, humana y desesperada, con una emisión ganadora, que combinó expresividad y belleza. Catherine Foster como Brünnhilde cubre las expectativas épicas del papel y además mostró un registro agudo lustroso y bien timbrado, algo poco habitual en el canto wagneriano. El siempre agradecido papel del Fricka creció en la voz Marina Prudenskaya, rabiosa, determinada e inflexible. El Siegmund de Stephen Gould mostró la calidad y caudal de su instrumento en un primer acto que abordó de modo algo violento, para más tarde bordar su introspectivo diálogo con la valquiria. John Lundgren hizo un Wotan imponente desde su voz de barítono, más que de bajo. Convincente en las diferentes facetas del viaje emocional de su personaje, avanzó hasta un adiós conmovedor. Muy correcto, aunque no muy profundo, el bajo Tobias Kehrer como Hunding cierra un reparto que en otras circunstancias hubiera dado una noche memorable.
Cuando Domingo salió a la saludar se desencadenó una guerra de bravos y abucheos. Solo tras un buen rato los primeros acallaron a los segundos. Fue una defensa hecha desde el cariño y la admiración a su figura. Haber conseguido estar allí ya es un logro histórico con el que vuelve a desafiar los límites de lo factible. Pero si hablamos del resultado artístico de enfrentarse al inmenso reto de dirigir Wagner en Bayreuth, en esta ocasión y para variar, lo imposible no pudo suceder.