Munchener Kammerorchester 

Escocia de cámara

Barcelona. 7/03/2016, 20:30 horas. Palau de la Música Catalana, ibercamera. Obertura de “Las Hébridas” Félix Mendelssohn. Concierto para piano núm. 2 en si bemol mayor, op. 19 (1795) de Beethoven. Sinfonía núm. 3, en la menor, op. 56, “Escocesa” Félix Mendelssohn. Alexander Liebreich (dirección). Alexei Volodin (piano). Münchener Kammerorchester. 

Presentada como una de las mejores orquestas de cámara de Europa y la que más abonados tiene, que en una ciudad de la importancia musical de Munich y su excelente oferta dice mucho ya de por sí, la Münchener Kammerorchester visitó el Palau en si ciclo Ibercámara. Programa romántico por antonomasia con la música de inspiración escocesa de Mendelssohn y un concierto de piano de Beethoven, la sala del Palau registró una buena entrada de abonados y público para un concierto agradable y satisfactorio pero no memorable. La formación muniquesa, fundada en 1950, goza de un sonido redondo, equilibrado y pulido en todas sus secciones, cuerdas empastadas y vientos flexibles y brillantes, aún así no acabaron de seducir con el atractivo repertorio presentado, las razones pueden ser varias. Desde la paradigmática obertura incicial, “Las Hébridas” de Mendelssohn, se pudo percibir todo lo bueno enumerado con anterioridad del sonido de la orquesta, pero también, y quizás esto fue más cosa de la batuta dinámica y gimnástica de Alexander Liebreich, un director más concertador que imaginativo. La paleta colorista y ambiental del Mendelssohn “escocés” no se acabó de vislumbrar con unas “Hébridas” muy correctas pero poco evocadoras, bien delineadas pero faltas de imaginación y lirismo, donde es justo destacar el trabajo de los clarinetes.

Con la llegada del concierto número dos de Beethoven y el protagonismo de Alexei Volodin, parecieron cambiar las cosas, entre otras cosas por la digitalización pulcra y el desparpajo del sonido del reconocido pianista ruso. Desde el primer movimiento demostró un sonido meloso, articulación precisa y una claridad meridiana que casó muy bien con esta obra de juventud que respira todavía más Mozart que propiamente el espíritu reconocido del propio Beethoven. Volodin supo encarnar con el Allegro con brio inicial el mejor espíritu clasicista, tocando con gracilidad y dialogando con frescura con una orquesta siempre exacta, bien arropado por la batuta de Liebriech, para rematar con una cadenza larga y virtuosa el primer movimiento. Así las cosas con el evocador Adagio del segundo movimeinto, Volodin y la orquesta dejaron muestras de lo mejor de formación y solista con una lectura hedónica y delicada, donde la suavidad del sonido del piano de Volodin respiró con la orquesta de manera orgánica y llena de poesía, llegando a casi paralizar el tiempo con la ayuda de unos fagotes de ensueño. Con el Rondo, Molto Allegro y ya un sello más del Beethoven futuro, Volodin volvió a dar muestras de su virtuosismo y una alegría interpretativa muy en el carácter espontáneo de la formación bávara. Los aplausos finales y su insistencia para sacar un bis al pianista fructificaron con una interpretación de la Mazurca n.3 Op. 7 de Chopin.

La segunda parte del concierto la protagonizó esa hermosura ‘paisajística’ orquestal que es la sinfonía número 3, “Escocesa”, obra de repertorio ideal para valorar los colores y acentos de una formación. Aquí se pudo apreciar el sonido recogido e insinuado del Andante con moto inicial, con un fraseo definido y evocador, marcado con elegancia desde el podio por Liebriech, aquí más implicado expresivamente que con la obertura de “Las Hébridas”. Buenos contrastes con el Allegro un poco agitato, recreando el carácter tempestuoso y refrescante de los cielos escoceses. Destacó el sonido dulce de los clarinetes con el Vivace non troppo, como también la riqueza en las dinámicas y un carácter que ya avanza las melodías incidentales del Sueño de una noche de verano op. 61. Hipnótica la lectura del Adagio cantabile, donde el carácter onírico-naturalista se vio reforzado desde la dulzura de los chelos pasando por los golpes de timbal para acabar con un sonido suspendido muy bien conseguido por Liebriech que pareció presagiar la hermosa escena de la ensoñación del Hansel und Gretel de Humperdinck. Con la orquesta imbuida en una lectura romántica y ensoñadora se emprendió el Allegro vivacissimo - Allegro maestoso assai final subrayando la flexibilidad y homogeneidad de todas las secciones, con nervio e incisión. Destacó también la figura de un concertino de contagiosa expresividad liderando un delicioso dialogo cuerdas-viento donde fagotes y clarinetes parecían querer anunciar también al Mahler futuro. Feliz final que se coronó con la obertura rossiniana de La italiana in Argel, llena de ritmo y contagiosa energía, como expansivo bis.