Elisir Baluarte SabinaSiragusa 2018 

Mucho color, poco orden

Pamplona. 20/09/18. Auditorio Baluarte. Donizetti: L’elisir d’amore. Sabina Puértolas (Adina), Andrea Jiménez (Gianetta), Antonino Siragusa (Nemorino), Emmanuel Franco (Belcore), Pablo Ruiz (Dulcamara). Orquesta Sinfónica de Navarra. Coro Lírico de la AGAO (Dirección: Iñigo Casalí). Dir. Musical.: Matteo Beltrami. Dir. Escena: Adriano Sinivia. 

Pamplona ha dado los primeros pasos en la estructuración de lo que podría ser la Temporada Oficial de Ópera de la capital navarra. Para conseguirlo la Fundación Baluarte y la Asociación Gayarre de Amigos de la Ópera (AGAO) han dado los primeros pasos, aunque queda por resolver la incorporación de otros agentes líricos de la ciudad, como el Teatro Gayarre (que propone de forma autónoma dos funciones de la zarzuela Los gavilanes, de Jacinto Guerrero el próximo noviembre y ya ha realizado las dos de Casado y soltero, de Joaquín Gaztambide) y las propuestas de la Ópera de Cámara de Navarra, anunciadas en las redes sociales pero pendientes aun de presentación oficial.

Se avanza en la coordinación pero aun cada espectáculo se presenta de forma individualizada, no habiendo instrumentos prácticos para fidelizar al melómano y/o operófilo navarro, ya en forma de abono, de tener la posibilidad de adquirir la condición de socio o de conocer la propuesta de forma individualizada y no dentro de la general del Baluarte.

En este sentido el L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti que nos ocupa ha sido presentado como el primer título de una nueva época y, por desgracia, nuestra primera impresión es que esta propuesta ha sido, en términos generales, fallida. Y ello a pesar de contar con algunos solistas solventes y una propuesta escénica original y hermosa. Sin embargo…

¿Cuál fue, entonces, el problema que lastró toda la función del estreno de la ópera de Donizetti? Pues en opinión de quien firma esta reseña la mayor responsabilidad cayó en la batuta de Matteo Beltrami, dueño de unos cambios de tempi caprichosos y que, lejos de acompañar a los cantantes, les obligó al uso de un volumen elevado por no cuidar el director el sonido que salía del foso. Un servidor, con una pequeña experiencia como coralista en el mundo de la ópera, no podía dejar de pensar en el sufrimiento de los miembros del coro intentando seguir una batuta errática que les llevaba con una velocidad extenuante hasta el canto incomprensible, atropellado e ininteligible. Lo mismo ocurrió con los solistas y con las escenas de conjunto, donde los descuadres fueron tantos como evidentes. Así, por ejemplo, podemos citar a modo simbólico que tanto la primera escena de la ópera, con la presntación coral como –sobre todo- la última, con la intervención de Dulcamara, estuvieron dominadas por el desajuste, el desequilibrio y la incertidumbre.

La propuesta escénica de Adriano Sinivia está muy bien presentada por la primera escena, realizada mientras se oye el preludio y donde una cámara aérea –colocada en un dron, por ejemplo-  nos traslada a un campo de trigo donde reposa un tractor olvidado con sus gigantescas ruedas traseras. Una de ellas sirve de refugio a un pueblo diminuto que vive ajeno al ser humano, como si una mimesis de Liliput fuera. En la pantalla del fondo del escenario se proyectan de vez en cuando animales “en tamaño natural” –como cuervos, ratones y patos- que sirven para recordar el minúsculo tamaño de los habitantes del mundo de L’elisir d’amore. Es cierto que tras una brillante presentación el tema parece no desarrollarse convenientemente durante la obra pero estéticamente es una propuesta hermosa.

Por lo que a los solistas se refiere sin llegar al éxtasis podemos afirmar que el nivel fue aceptable, destacando la técnica –que no el timbre- del tenor siciliano Antonino Siragusa para dibujar un Nemorino suficiente en volumen y fraseo pero ausente de emoción; así, decir que pocas veces he visto una reacción popular tan fría a una interpretación de Una furtiva lacrima como la vivida el pasado jueves. Por otro lado, la soprano navarra Sabina Puértolas mejoró ostensiblemente en el segundo acto las prestaciones del primero, en lo que era su debut como Adina. Tras una primera mitad con menos proyección, desplegó después su capacidad técnica para el canto de coloratura, exhibiendo su voz con mayor enjundia.

Las dos voces graves masculinas no consiguieron dar a sus personajes el realce necesario. El mexicano Emmanuel Franco –mal acompañado por un vestuario aparentemente incómodo- hizo creíble su Belcore aunque sin llegar a destacar en lo bufo del personaje mientras que el andaluz Pablo Ruiz, a pesar de notas interesantes, tiene el problema de un volumen insuficiente. La también navarra Andrea Jiménez –o el director Beltrami, ¡a saber!- quiso dar realce a la Gianetta a través de agudos gratuitos consiguiendo solo afear la línea de canto por su artificiosidad. 

Orquesta y Coro tuvieron que pagar con creces el tratar de seguir al maestro en sus tempi alocados. La orquesta no brilló en exceso mientras que el Coro, como arriba queda dicho, fue la gran víctima de la noche: pronunciación incomprensible, desajustes evidentes, falta de empaste,… No pude evitar pensar sobre lo necesario de mejorar para afrontar el Otello verdiano en muy pocos meses.

Otra cuestión preocupante es la asistencia de público. Nadie podrá decir que el pobre 65% de asistencia se debe al título pues pocos hay mas populares que el que nos ocupa. ¿Por qué estaba el último tercio de la platea vacío? ¿Por qué en el piso superior la asistencia apenas llegaba al 40/50%? Y a fin de cuentas, la pregunta que siempre nos acecha: ¿de verdad hay sustrato popular suficiente para llevar adelante una temporada de ópera en Navarra? Lo vivido en esta función empuja a creer que no.