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Mesura y limpieza

Madrid, 22-09-2018. Auditorio Nacional. J. Haydn, Die Schöpfung (La creación). Genia Kühmeier, soprano; Maximilian Schmitt, tenor; Markus Werba; barítono. Orquesta y Coro Nacionales de España. David Afkham, director.

La apertura oficial de la temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España había tenido lugar una semana antes bajo la responsabilidad de Juanjo Mena, pero el primer concierto a manos de su director principal, David Afkham, también ha tenido algo de acontecimiento de inauguración. Acostumbrados a sus frecuentes aciertos, las expectativas eran altas, a pesar tratarse de una obra, La creación, en los límites de su dominio interpretativo. Afkham nos comentaba hace un año durante una conversación que el clasicismo tiene una función de mantenimiento para una orquesta: “te limpia y mejora la transparencia, se escucha todo”, afirmaba. Unas palabras premonitorias, a juzgar por lo que vivimos en este concierto.

El director huyó durante toda la representación de excesos románticos, comenzando por el tamaño de la orquesta, numerosa para la época según las intenciones del propio Haydn, pero sin el gigantismo de las sinfónicas con todos sus efectivos en juego. La lectura se caracterizó por una contención y equilibrio continuos. Ocurrió ya desde el caos inicial, que se presentó como un misterio distante, retardado, hasta la llegada de ese acorde de do mayor con el que comienza la creación; una explosión calculada que, más que cegar, mostró los colores simultáneos que en la orquesta componen la luz blanca. El reto si uno opta por una interpretación acorde al imaginario clásico es que, para conseguir emocionar debería tocarse lo sublime, a través de un aspecto formal impecable. Y esto es algo que tan solo ocurrió en algunos preciosos momentos de la noche, por obra del coro y de una extraordinaria cantante.

Ha ocurrido en varias ocasiones que, en las obras con protagonismo vocal, Afkham y su orquesta no cuenten con cantantes a su altura. En este caso, sin embargo, el equipo de solistas ha sido más que solvente. La mejor sorpresa de la velada estuvo en la soprano Genia Kühmeier, en su doble papel de arcángel Gabriel y Eva en el edén. Posee un color cristalino, que destila pureza y lo utiliza a través de una proyección sin vibrato, ideal para las características del papel. La afinación es impecable al igual que la homogeneidad en todo el registro. Sus notas altas son excelsas, además uno se deleita al escuchar sus escalas, matizadas con ligeros portamentos, y el empaste de su timbre con los vientos.

El tenor Maximilian Schmitt, como Uriel, lució una voz galante y bien timbrada. No tiene un caudal extraordinario, pero compensa con la exhibición de su color y el buen uso de matices. Destacaron la musicalidad de sus intervenciones iniciales y la determinación de su narración en las escenas finales del paraíso. Algo más irregular estuvo el barítono, no estrictamente un bajo, Markus Werba. Proporcionó segmentos de indudable calidad como en la separación de las aguas y la tierra, y otros en lo que la profundidad del registro grave se quedó algo corta, especialmente en los episodios de la aparición de la vida animal. En todo caso, la combinación de las voces solistas, modo de pareja y trío, funcionó a la perfección. También el coro, que, notable en todas sus intervenciones, consiguió esbozar momentos de gloria en la fuga final.

Un relato claro y limpio, solemnidad sin pompa y la ausencia de drama caracterizaron esta interpretación, que no se contará entre las más memorables de la OCNE con su director principal, pero que demuestra la tarea creadora puede abordarse con mesura y disciplina.

Foto: Rafa Martín.