Trevino OSE 18 Baluarte

Confirmando una batuta

Vitoria-Gasteiz. 01/10/2017. Teatro Principal. A. Webern: Passacaglia, op. 1. R. Lazkano: Hilarriak. J. Sibelius: Sinfonía nº 2 en Re Mayor, op. 43. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Dirección musical: Roberto Treviño.

Robert Treviño ha dado comienzo a su segunda temporada como titular de la Sinfónica de Euskadi y tras el primero de los conciertos de abono parecen confirmarse los mejores presagios de su primera temporada: la entidad vasca tiene una suerte inmensa al contar con esta batuta como titular de la misma. Esta misma semana el director general de la Orquesta, Oriol Roch, ha hecho pública su opinión acerca de la idoneidad de que Robert Treviño compagine las titularidades de Euskadi y Malmoe y ha venido a decir, con buenas palabras y mejores intenciones, que hay que aprovechar la permanencia de Treviño entre nosotros mientras ésta dure, previendo que la entidad vasca se le quedará pequeña demasiado pronto. Y sí, estoy de acuerdo: disfrutemos mientras dure. 

Robert Treviño nos ha dado en este concierto además dos ejemplos de su implicación en el trabajo: por un lado, porque además del primer concierto de abono el director titular estará presente en dos tercios de la temporada, lo que no es baladí. Y por otro lado, porque se ha querido impregnar de la música vasca, actual y pasada, hasta presentarnos en el concierto que nos ocupa Hilarriak (Estelas funerarias, en euskera), del donostiarra Ramón Lazkano, obra que además de dirigir ha defendido públicamente en todo foro mediático que ha dispuesto.

Y considero necesario comenzar la crónica del concierto precisamente por la obra del vasco. Hilarriak es una palabra compuesta por dos conceptos: Hil (muerto) y Harriak (Piedras) y la música de Lazkano, en su aparente primitivismo parece retrotraerse a la naturaleza que asoma en el mismo ser de estos dos conceptos del título: la muerte y las piedras, es decir, pura y simple naturaleza. Y así, se nos presenta una música de una austeridad brutal, simple apología del sonido y del ritmo, con una participación de la sección de percusión hasta el puro virtuosismo y donde los tres solistas brillaron a gran altura. Junto a estos, una reseñable participación de la sección de metal, de sonidos casi percutivos.

Intuyo que el público vitoriano acudió imbuido de (sus) habituales prejuicios pues la brillantez de la obra y la soberbia dirección de Treviño –que tuvo a bien levantar la partitura en los saludos finales, en un intento de desviar el último destinatario de los aplausos- merecían mayor aprecio.

La primera parte del concierto se abrió con la primera interpretación de la orquesta de Passacaglia, op. 1 (1908), del alemán Anton Webern, discípulo de Arnold Schönberg y amigo de Alban Berg, es decir, obra representativa de la Segunda Escuela de Viena y que señala el fin del periodo académico del compositor. Toda la segunda parte estuvo dedicada a la Sinfonía nº 2 en Re Mayor, op. 43, del finlandés Jean Sibelius, donde la batuta de Treviño pudo brillar en una obra de repertorio y, aquí sí, recibir el reconocimiento de abonados y público en general.

Treviño ha tenido la facultad de ofrecernos una lectura transparente, brillante; desde el recurrente motivo inicial en el Allegretto hasta el Allegro moderato finale Robert Treviño fue capaz de hacernos llegar con esta sinfonía que es mezcla de clasicismo y modernidad, de tradición y de novedad que es esta sinfonía. 

Un programa valiente que, como es cada vez más habitual, se construyó sobre el siglo XX aunque solo fuera por dos años. Una obra puente sobre el brillante pasado, el portal de la revolución del siglo XX y una representación de lo más actual. Un programa de agradecer.