Nervios templados
Parma (6/10/2018) Festival Verdi. Teatro Regio. Verdi: Attila. Riccardo Zanellato (Attila), María José Siri (Odabella), Vladimir Stoyanov (Ezio), Francesco Demuro (Foresto). Coro del Teatro Regio. Filarmónica Arturo Toscanini. Dir. de escena: Andrea de Rosa. Dir. musical: Gianluigi Gelmetti.
Hace poco tiempo mi compañero J.J. Freijo planteaba en un artículo de opinión la idoneidad o no de aplaudir al final de un movimiento de una sinfonía, por ejemplo. El debate está abierto y hay diversas opiniones. Me he acordado de este artículo al oír en el Teatro Regio de Parma una especie de murmullo desaprobatorio que ha recorrido como un rayo del último piso a la platea. Estaba cantando María José Siri la bellísima pero muy comprometida vocalmente aria “Liberamente or piangi”. La soprano uruguaya, que en líneas generales ha defendido el papel de Odabella con brillantez ha tenido, en una de los pasajes más líricos, un claro error de entonación. Cualquier aficionado se ha dado cuenta del fallo pero me ha parecido tremendamente excesivo que, en ese momento, con la artista en medio del aria, haya sonado ese sonido desaprobador que a personas con nervios menos templados que la artista uruguaya hubiera desestabilizado completamente. Ella, en cambio ha terminado de manera estupenda su intervención y ha sido de lo más brillante, repito, vocalmente de la noche. Algo parecido, pero que ha sido menos evidente porque era en medio de un momento más coral, ha ocurrido con el tenor Francesco Demuro. Estoy de acuerdo con que el público que paga puede exigir, pero debería esperar al final del aria, o al final de la representación, y no creerse más “purista” por hacerle notar al cantante que se ha equivocado. Bien lo sabe ella o él. Este es un arte en directo, humano, con fallos y éxitos espectaculares, pero llevan mucho trabajo detrás para que les rompamos los nervios a un artista por una única equivocación.
Dicho esto, que no tiene que ver con una crónica propiamente dicha, pero que creo significativo señalar, haremos un pequeño resumen de una representación que ha sido bastante correcta, a un buen nivel pero nunca brillante. Riccardo Zenelatto (excesivamente aplaudido por los aficionados parmesanos para lo oído sobre el escenario) dibuja un Attila en decadencia, que deja lejos el terrible rey de los Hunos y se acerca más a un Felipe II de Don Carlo. Su voz tiene un bello timbre y la nobleza que exige el papel, aunque la zona más grave se resiente un poco. Tanto su volumen como su proyección son más bien escasos y sólo se le ha oído con soltura cuando ha cantado, con gran clase, su bella aria “Mentre gonfiarsi l’anima” en el proscenio del escenario. En los momentos corales ha estado anónimo. Aún así ha sido el más reconocido por el público, junto al director musical y la orquesta, de la noche. María José Siri lo ha dado todo como Odabella. Ella es una mujer de carácter y este papel le viene como anillo al dedo. Desde su primera intervención en la patriótica “Allor che i forti corrono” se ha entregado vocal y actoralmente. Sólo el agudo ha sonado, en alguna ocasión, tirante y un poco gritado, pero en el resto ha estado estupenda, matizando con calidad y conformando una actuación sobresaliente más allá del desliz que comentaba más arriba. Brava.
El papel del general romano Ezio lo cantaba el siempre solvente Vladimir Stoyanov. El barítono búlgaro, bien conocido en España, especialmente en las temporadas de ABAO, ha vuelto a demostrar que es un gran profesional y que defiende perfectamente estos papeles verdianos aunque no con la brillantez y contundencia de otros nombres. Pero su timbre es bello, tiene buena proyección y un legato adecuado. Un cantante que no defrauda. Es difícil calificar el trabajo de Francesco Demuro. El tenor, para el que firma estas líneas, es como si tuviera dos voces, una en la zona central y grave de la tesitura de color y timbre bellos y una diferente en la zona aguda, claramente lírica y donde ya los sonidos no tienen la misma brillantez. Incluso en su primera aria (“Qui, qui sostiamo!”) los agudos han sido de poquísima calidad. Mucho más templado ha estado en “Che non avrebbe il misero”, uno de los momentos más bellos de la ópera. Poco relevantes los comprimarios e impresionante, como nos tiene acostumbrados, el Coro del Teatro Regio, un lujo para cualquier coliseo y más en una ópera donde tiene tantas intervenciones, casi siempre de orden heroico. Muy correcta la dirección del veterano Gianluigi Gelmetti que se adapta perfectamente a lo exigido por la partitura, sin tampoco más complicaciones. Tiene a sus órdenes una orquesta que domina el mundo Verdi a la maravilla y que responde a las órdenes del director siempre de una forma bella y precisa.
También este Attila es una nueva producción del Regio, esta vez compartida con la Ópera estatal de la ciudad búlgara de Plovdiv, Capital Europea de la Cultura el próximo año. El regista es Andrea de Rosa que nos transporta de la Península Itálica del siglo V a un escenario bélico indefinido que parece más propio de un futuro no muy lejano que del pasado remoto. Con una simbología poco rompedora juega bien sus cartas y define perfectamente la acción sin que nunca resulte ni recargada ni simple. Buen trabajo con los cantantes que, exceptuando Siri y un más entregado Stoyanov de lo que recordaba, no son grandes actores. Buena iluminación de Pasquale Mari y también interesante el vestuario de Alessandro Lai aunque nos parezca demasiado recargado y un poco fuera de todo el contexto de la producción las vestimentas del papa León I.
Como seguramente habrá ocurrido en todos los teatros de ópera donde hubiera representación en la noche de ayer, ésta de Attila ha estado dedicada a la extraordinaria Montserrat Caballé.