ESTUPENDA MADUREZ
Málaga. 25/11/2018. Teatro Cervantes (XXX Temporada Lírica). Verdi. La traviata. Ainhoa Arteta (Violetta), Antonio Gandía (Alfredo) Juan Jesús Rodríguez (Germont), Mónica Campaña (Flora) Alba Chantar (Annina), Luis Pacetti (Gastone). Coro de Ópera de Málaga. Orquesta Filarmónica de Málaga. Dirección de escena: Francisco López. Dirección Musical: José María Moreno.
No sé si Ainhoa Arteta está en su mejor momento, siempre se puede llegar más allá, pero lo que está logrando la soprano tolosarra en las últimos papeles que aborda es sobresaliente y supone, a mi parecer, una espléndida madurez vocal de la cantante, que está alcanzando un nivel cada vez mayor, de auténtica excelencia. Toca comentar ahora una gran función de La traviata de Verdi. Un rol que está en su repertorio desde hace tiempo y que recupera en dos representaciones dentro de la XXX Temporada Lírica del Teatro Cervantes de Málaga. El de Violetta es un papel difícil al que se une una popularidad que hace que el público y la crítica examine con ojo más atento toda la intervención de la soprano protagonista. Por los papeles que últimamente aborda Arteta podría parecer que el de la heroína verdiana (sobre todo en el primer acto) se escapa ya un poco a sus actuales condiciones canoras. Es verdad que la voz tiene más anchura y profundidad, pero sigue defendiendo esas coloraturas endiabladas del Sempre libera con elegancia, perfecta colocación y un agudo bello y atrayente. Y, por supuesto, para el resto del papel está en un momento óptimo. Realmente Arteta se lleva la función de largo, por muy bien que estén sus compañeros. Es Violetta por los cuatro costados, por voz, por gesto, por entrega. Emociona, admira y sorprende. Matiza, proyecta y engrandece el canto. Parece un panegírico de la guipuzcoana, pero es que realmente hizo un grandísimo y admirable trabajo. Y el público, que llenaba la sala del Teatro Cervantes, se lo reconoció en los saludos finales, puesto en pie. Hubo muchos momentos destacados en su completa actuación, pero personalmente destacaría un Addio del passato de manual, lleno de emoción y desgarro, magnífico. Brava.
Nunca había oído al tenor valenciano Antonio Gandía y me ha sorprendido muy gratamente. Su voz se adecúa perfectamente al papel de Alfredo, con una ligereza no exenta del necesario peso, y su timbre es agradable. Llega a los agudos con soltura y limpieza y su proyección es perfecta y presenta un apreciable fiato. Quizá le faltó algo más de matización en los momentos más íntimos pero siempre estuvo correctísimo. Juan Jesús Rodríguez es un excelso barítono verdiano y más de una vez nos lo ha demostrado. No fue menos en esta ocasión sobre todo en una primera escena del segundo acto que fue un tête à tête entre dos grandes cantantes, que además poseen una marcada personalidad. Fue, sin duda, el mejor momento de la noche, rematado por esa joya que es Di Provenza il mar que él bordó con la nobleza y elegancia que le caracteriza. Como actor, estuvo excesivamente envarado en el papel del duro Germont, pero su prestancia y su voz se impusieron a cualquier pero que podamos hacer en este sentido. Correctos todos los comprimarios, pero destacaría el Gastone de Luis Pacetti, la Annina de Alba Chantar y el marqués d’Obigny de Isaac Galán. El Coro de Ópera de Málaga presentó un buen trabajo sobre todo en la segunda escena del segundo acto donde también resultó vistoso el ballet de David Martín. No estuvo a la misma altura que el escenario el foso del Teatro Cervantes. Ni la dirección de José María Moreno ni el trabajo de la Orquesta Filarmónica de Málaga fueron más allá de la corrección. El maestro mallorquín fue un buen concertante pero al que le faltó la garra y la pasión que la obra demanda y la Orquesta Filarmónica solamente en algún momento (como en el preludio del tercer acto) demostró esa conjunción y bello sonido verdiano que en la mayor parte de la ópera se le escapó.
La producción, procedente del Teatro Villamarta de Jerez y firmada por Francisco López, no puede ser más clásica, actualizando muy poco la dramaturgia del siglo XIX, aunque la escenografía y el vestuario (ambos firmados por Jesús Ruiz) tienen una apreciable belleza. Pero la dirección de actores no es especialmente brillante y sólo los más avezados y veteranos demuestran motu propio un mayor esfuerzo actoral. Tampoco es de recibo que a estas alturas en una Traviata haya tres largos descansos (incluyendo partir las dos escenas del segundo acto) prolongando excesivamente la representación y rompiendo, sin ninguna duda, el ritmo que la obra impone.
Por último felicitar al Teatro Cervantes, que como tantos otros teatros en la periferia cultural de Madrid o Barcelona, luchan por mantener temporadas dignas y atractivas para el público. La de este año, con nombres españoles de nivel internacional y de gran calidad, es muy recomendable. No se pierdan la próxima Aida y, sobre todo, el Otello, con ese Yago de lujo que es el malagueño Carlos Álvarez.
Foto: Daniel Pérez.