Arcangelo Auditori19 

Nuevas voces

Barcelona. 16/01/2019, 20:00 horas. L’Auditori, ciclo Música Antiga. Händel: Silete venti, HWV 242; Concerto Grosso en fa mayor op.3 n.° 4, HWV 315 Vivaldi: Cantata Cessate omai, cessate RV 684; Concierto para dos violines en la menor, RV 522. Pergolesi: Stabat Mater P.77. Arcangelo Orchestra. Emöke Baráth, soprano, Maarten Engeltjes, contratenor. Jonathan Cohen, dirección musical.

Es bueno subrayar la interesante y estimulante labor que dentro de la variada programación del Auditori, cumple su ciclo de Música Antigua. Este concierto es un grato ejemplo de ello, gracias al cual se pudo comprobar las virtudes de un conjunto de músicos del nivel de Arcangelo, la finura de su director Jonathan Coen y descubrir porque Emöke Barath, quien ofreció su debut en Barcelona, es una de las voces de soprano más buscadas y programadas en el efervescente campo de la música antigua.

Con una sala grande del Auditori visiblemente llena, el público de la llamada Música Antigua es cada vez más numeroso, se presentó la joven soprano húngara Emöke Barath (Kerepestarcsa, Pest, 1985), una de las figuras emergentes de las nuevas voces del joven panorama internacional. Barath, quien acaba de firmar un contrato con Erato el pasado mayo del 2018, y tiene ya dos trabajos en cd en solitario, uno dedicado a mélodies de Debussy y otro que acaba de salir, el primero para Erato, con un repertorio que abarca desde Barbara Strozzi a Cavalli, Cesti o Merula, acompañada por Il pomo d’oro, cumplió las expectativas generadas. 

Barath demostró desde el inicio del concierto sus cristalinas cualidades con elegancia y virtuosismo. En el motete para soprano y orquesta Silete venti de Händel, Barath lució una emisión de sonido natural y fresco, con un timbre luminoso y un cuerpo de soprano ligera con trabajada proyección, técnica pulida y detalles de buen gusto en un fraseo donde la articulación fue más que notable. Así con todo tiene el punto justo de vibrato ideal para el estilo pero pecó demasiado en una lectura más académica que fantasiosa, y se hechó a faltar variaciones en los da capo, quizás algo encorsetada en la lectura detallista pero demasiado minuciosa de Coen y el conjunto Arcangelo. 

Con el Concerto Grosso en Fa mayor de Händel, los Arcangelo lucieron un sonido equilibrado, rico en colores y medido con un tempo lleno de detalles y contrastes por un Jonathan Coen muy cómplice con los músicos. Claridad expositiva, buen balance y equilibrio del conjunto, y un atento y cuidado sentido de la expresión barroca resumen la atractiva labor de Coen y Arcangelo.

Con la presentación del contratenor holandés Maarten Engeltjes (Zwolle, 1984), en la cantanta vivaldiana Cessate omai, cessate Rv 684, el trabajo orquestal brilló con frescura, pero aquí la voz de Engeltjes lució más sombras que luces. De emisión algo irregular, con cambios de color según la posición, graves poco audibles y algo descontrolado en la zona aguda, el contratenor luchó con una proyección por momentos insuficiente para las medidas de la sala Gran del Auditori. Sorprendió sin embargo como tanto en graves como en agudos la voz era más presente, a pesar de todo, que en el registro central, donde el sonido irregular era más evidente. Así con todo el estilo depurado, la expresividad y entrega de su lectura estuvieron fuera de toda duda. Los Arcangelo mostraron las virtudes de sus solistas en el Concierto para dos violines en La menor, Rv 522, con un fraseo del que saltaron chispas gracias a la efusividad de una lectura muy bien entrelazada, bordando el Larghetto e spiritoso de manera soberbia. 

El final del concierto, con el celebérrimo Stabat Mater de Pergolesi, ofreció con todo las mejores versiones tanto de Barath como de Engeltjes, así como la inquieta mirada de la lectura de un Jonathan Coen al que hay que reconocerle originalidad en el enfoque. El inicio, turbio, de marcado carácter solemne y apesadumbrado, menos teatral que en otras lecturas más vivas, Coen y los Arcangelo, ofrecieron sin embargo una búsqueda de hondura y espiritualidad que a lo largo de la obra tuvo momentos de gran efectividad. 

Barath ganó aquí en expresión, frescura y se mostró más suelta y deshinibida que en el motete de Händel. Incisiva en el Cujus animam o doliente en Quist esa homo, Barath desarboló su parte con pasmosa mezcla de emotividad y carga expresiva. A su lado Maertens mostró su carisma canoro sacrificando belleza vocal en una intepretación algo manierista pero nunca fuera de estilo. Algún uso del sonido fijo para remarcar el carácter del O quam tristis, contrastó con la aparente falta de dramatismo en el Quae morebat. Lástima en la buena labor de ambos solistas en los números cantados por ambos ya que sus voces no empastaron del todo bien. Faltaron colores en el Tac ut ardeat, sin embargo el equilibrio del drama si lució en el Inflammatus et accensus. 

Una interpretación trabajada y lucida que cristalizó en el mejor número de la obra con un Quando corpus final de tempi flotante y hermoso que dejaron al público ensimismado.  Los cálidos aplausos tuvieron como premio el bis del "Fac ut ardeat", para un concierto de descubrimiento y confirmación de una voz a la que seguir los pasos y un conjunto instrumental de indudable atractivo y calidad.