Las emociones comunes
Madrid. 29/03/19. Auditorio Nacional de Música. Smetana: Má Vlast (Mi Patria). Orquesta Nacional de España. Semyon Bychkov, director.
Un fantasma recorre Europa. El nacionalismo o, mejor dicho, los nacionalismos, vuelven a renacer de diversos modos y maneras, adaptados a las particularidades y los folclores de sus regiones. Desde una perspectiva histórica esto parece ser no más que el persistente retorno a una situación que, con vaivenes, se lleva repitiendo desde el principio de los tiempos, pero muy especialmente desde el Romanticismo pleno del siglo XIX. Una obra adecuada puede servirnos para que una orquesta se convierta en un facilitador de reflexión política e histórica, limpiándola de elementos viscerales a través de la distancia que dan el tiempo y la geografía. Conviene acercarse de este modo a la interpretación de Mi Patria que el pasado fin de semana nos ha ofrecido la Orquesta Nacional de España, en manos de uno de los mejores directores de la actualidad, Semyon Bychkov.
Pero esta actuación no ha sido solamente un ejercicio intelectual, ni mucho menos, más bien al contrario. A través de la obra de Smetana, hemos podido comprobar una vez más el magnífico nivel del que disfruta ONE, fruto del trabajo con su director principal, David Afkham, y del proceso de renovación y mejora en el que todavía se encuentra inmersa. En manos del apasionado Bychkov, ha producido un evento de nivel internacional, con poco que envidiar a los que suceden en las mejores orquestas del mundo.
Con las dos arpas situadas en lados opuestos se definió el espacio escénico y se abrió el telón imaginario sobre el que se desplegarían los seis poemas sinfónicos del ciclo. En El alto castillo, Bychkov demostró su habilidad para las descripciones pictóricas y el paisajismo: la altura de la fortaleza, sus torres y el majestuoso enclave sobre el que se encuentra. La pompa de la realeza se manifestó a través de los fortes de la sección de cuerdas y se instaló en la sala una sensación de épica que dominaría el resto del concierto. La misma maestría descriptiva se repitió en el cuarto poema, esta vez enfocada en árboles y bosques.
El Moldava y su pegadiza melodía -un favorito del público-, llegó serpenteante, fresco y transparente. Las corrientes y sus correspondientes voces en las cuerdas se entrelazaron hasta lograr momentos de arrebato. Los fraseos, con un final evanescente, contribuyeron a la sensación de oleaje y fluidez. Tras eso, la sensualidad de Šárka resultó algo superficial, seduciendo desde una hermosura evidente sin demasiada atención al misterio - precioso instante del clarinete solista.
Pero la verdadera maestría nos llegó al final, en esos dos últimos poemas que despliegan al completo la narrativa nacionalista. El sufrimiento y martirio del pueblo se agrandaron por los crescendos en las cuerdas. Tras eso, la orquesta se lanzó a modo de aluvión belicista hacia las marchas de los soldados. Bychkov logró entonces un meritorio balance en lo excesivo: las secciones de la orquesta a plena potencia y, sin embargo, equilibradas, transparentes, una fuerza imparable sin rastro de ruido. La retórica patriótica no da para transcendencias ni sutilezas, pero sí para elevar el espíritu, algo sin duda contagió al público. Tras más de una hora de epopeya energética y luminosa, los “bravos” enardecidos llenaron la sala y comprobamos, una vez más, el poder de la música como movilizador de las emociones comunes.
Foto: Rafa Martín.