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La bella Semele

Barcelona. 24/04/2019. Palau de la Música. Haendel: Semele. Louise Alder, Lucile Richardot, Carlo Vistoli, Gianluca Buratto, Hugo Hymas. English Baroque Soloist. Monteverdi Choir. Dir. musical: Sir John Eliot Gardiner.

Las apariciones de Sir John Eliot Gardiner en el Palau de la Música de Barcelona estos últimos años, especialmente en el repertorio barroco, se han convertido en un auténtico referente, una cita ineludible, uno de esos acontecimientos musicales anuales que uno no se puede perder. Con sus interpretaciones de Monteverdi - tanto ese Ulisse inolvidable como las memorables Vespre - aún en el recuerdo, ahora le ha llegado el turno a otro compositor en el que Gardiner y los suyos, es decir los English Baroque Soloists y el Monteverdi Choir, se encuentran como pez en el agua: Georg Friedrich Händel.

Entre la ópera y el oratorio, Semele es una obra que, si bien en su día no gozó de la gran acogida habitual de Londres a las obras de Händel, hoy aparece como un título muy atractivo del compositor, precisamente por esta hibridez a nivel genérico que aporta a la estructura de la obra una flexibilidad y un dinamismo del que algunas óperas serias carecen por la rigidez y su convencionalismo inherente. Esta libertad y esta frescura se transmitió en escena desde el primer momento. En anteriores críticas a estas versiones semi-escenificadas que propone Gardiner en sus visitas al Palau ya hemos ensalzado el cuidado y sumamente efectivo trabajo escénico que, con cuatro elementos y un trabajo actoral concienzudo, dan sopas con honda a todas esas producciones faraónicas y sin alma que producen los grandes teatros.

En esta Semele, a nivel teatral, no se dio puntada sin hilo y cada uno de los personajes fue retratado al detalle, perfectamente interpretado, con intensidad y sin afectación. Vaya, esa capacidad teatral que tienen los ingleses, capaces de hacer teatro, y del bueno, con un palo y un taburete. En este sentido, y antes de comentar el competente reparto de cantantes, es de justicia empezar el análisis de la interpretación por el Monteverdi Choir, sin discusión uno de los mejores coros del mundo en este repertorio. La afinación, el empaste, la expresividad y la variedad de colores acercan a esta formación a ese ideal de un auténtico coro de grandes solistas. Y es que, a nivel teatral, sin duda lo eran. Cada mirada, cada gesto entre ellos tenía un sentido y una intención, sin por ello crear esa sensación de sobreactuación tan molesta en algunos coros.

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Durante todo el primer acto, su energía, su vigor escénico, su increíble movilidad que en ningún caso perjudicó o hizo disminuir la calidad de la prestación musical, fue el resorte sobre el que se impulsó un verdadero festín músico-teatral. De justicia poética fue que Händel dedicase a la formación coral los emotivos y felices compases de la obra. Sin duda, el Monteverdi Choir fue el gran triunfador de esta Semele.

A buen nivel, pero algo por detrás del coro, unos English Baroque Soloists que empezaron con algunos – poco habituales, hay que decirlo- problemas de afinación y empaste, pero que fueron creciendo y ganando en brillantez durante la representación junto a la inspirada dirección de Gardiner, que parecía gozar subrayando pequeños detalles de acentuación y creando colchones sonoros ideales sobre los que se desarrollaban las arias y números vocales. El vigor rítmico, siempre mesurado pero presente, insufló energía a la partitura. En cualquier caso, más que a las cuerdas, que han tenido días más inspirados, es de justicia destacar unas maderas fabulosas por afinación, color y virtuosismo, así como la espectacular irrupción final de las trompetas y el uso imaginativo, narrativo e impecable de la percusión, muy presente en los efectos especiales que requiere la obra.

El reparto estaba encabezado por la joven y descollante soprano Louise Alder. A parte de la belleza del timbre, la calidad de su canto, su virtuosismo y su resistencia (algo necesario en el extenuante rol de Semele, especialmente en un tercer acto terrorífico), hay que destacar la inteligencia de la cantante, tanto musical como teatral. Musical, en el sentido de saber cómo dosificarse sin sacrificar la expresividad. Y teatral porque Adler ofreció un auténtico recital, retratando una Semele atractiva, coqueta, vanidosa, tierna, sensual. Un auténtico hallazgo esta soprano, que ya se mueve frecuentemente por dos casas de las de auténtico prestigio y calidad: la Ópera de Frankfurt y el Festival de Glyndebourne.

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El resto del cast, huelga decirlo, no estuvo a la misma altura, aunque mantuvo la dignidad en todo momento. Lucile Richardot como Juno e Ino fue un pilar imprescindible para el buen desarrollo teatral, dando la réplica adecuada a Adler. A nivel vocal tuvo una prestación notable, aunque a su timbre le falta unidad de color en toda la tesitura, con algunos sonidos, en la franja, grave, demasiado guturales. De timbre no muy grato pero brillante coloratura el contratenor Carlo Vistoli, mientras que el Júpiter del tenor Hugo Hymas, elegantemente cantado, quedó corto de proyección y acentos.

A pesar de las limitaciones del apartado vocal, Adler aparte, Semele constituyó un enorme triunfo en un Palau que, tras tres largas horas, se entregó a Gardiner y a sus chicos con algarabía general. Ya los estamos echando de menos.