Dido Eneas Arriaga E.MorenoEsquibel vertical 

En otra dimensión

Bilbao. 03/05/2019. Teatro Arriaga. Purcell: Dido and Æneas. Nerea Berraondo y Miren Gaztañaga (Dido), León de la Guardia y Adrian García de los Ojos (Æneas), Naroa Intxausti y Lucia Astigarraga (Belinda) y otros. Orquesta Propitia Sydera Bilbao. Dirección escénica: Barbora Horáková. Dirección musical: Petros Bakalakos.

He de reconocer que pocas veces he sentido tanto vértigo a la hora de enfrentarme a la redacción de unas líneas tras una función operística. De hecho ya en la misma expresión de esta primera frase surge la primera duda: ¿en verdad he asistido en sentido estricto a una representación operística? Porque si bien es cierto que la gerencia del Teatro Arriaga anuncia la ópera de Henry Purcell Dido and Æneas el espectáculo se anuncia con una duración de ciento veinte minutos y teniendo en cuenta que la misma standard de la ópera apenas llega a los cincuenta y cinco es obvio que además de la ópera hemos disfrutado de un complemento importante. En el caso que nos ocupa un texto basado en la obra teatral de Christopher Marlowe Dido, Queen of Cartaghe.

La ópera que nos ocupa es ejemplo del uso de la elipsis en el género. En menos de una hora se nos narra la historia de amor entre la reina de Cártago y el caudillo troyano desde el momento en que se conocen, on su inmediato enamoramiento y el posterior alejamiento del soldado provocando el eterno lamento de la reina. Si a ello añadimos la presencia de personajes secundarios como las brujas y los marineros y la ausencia de otros que guardan su importancia en el desarrollo del drama como los dioses tenemos uno de los ejemplos más gráficos de lo que significa la elipsis en la historia de la ópera. 

A diferencia del planteamiento dramático de la ópera, la propuesta de Marlowe ahonda en personajes inexistentes en la ópera como Júpiter, último responsable de la separación de los amantes, Iarbas como el enamorado de la reina despechado por Dido en la víspera de sus esponsales al apostar por el troyano u otros dioses que acompañan en la vida cotidiana de dioses y humanos.

Por lo tanto el planteamiento del espectáculo es intercalar fragmentos de la ópera barroca cantados en el original inglés con escenas teatrales dichas en euskera, escenas que complementan el desarrollo del drama presentado en la ópera; espectáculo con planteamiento bilingüe que enriquece la propuesta íntegra de la función y que consiguió en su estreno una respuesta del público nada despreciable.

Una de las dudas surge acerca de si se ha sabido mantener el justo equilibrio entre el mundo musical y el mundo teatral y aquí me siento en la necesidad de ser crítico. Durante las escenas teatrales, el teatro en sí se convierte en justo foco de todo lo que ocurre en el escenario; sin embargo, en los momentos musicales, cuando se interpreta la ópera, hemos de convivir con ruidos y otros elementos escénicos que nos distraen no ya solo del seguimiento de la interpretación sino, en ocasiones, incluso de la mera escucha de la música. En ese sentido creo que hay un cierto desequilibrio en perjuicio de la ópera.

Dido and Æneas es una ópera íntima, sosegada, un ejemplo de quietud; la obra teatral de Marlowe incide en lo más extrovertido, por momentos en lo casi histérico de los personajes. Y la apuesta escénica de Barbora Horáková subraya ese brutal contraste. Por poner solo un ejemplo, el personaje de Iarbas muestra tal desesperación cuando es abandonado por Dido que, por momentos, uno desea vuelva la ópera para descansar ante tal manifestación cruda de la desesperación. De ahí que pasemos, como si en una noria loca nos encontráramos, de la quietud a la histeria, del sosiego al griterío, del silencio a la música discotequera (sic). 

El mismo planteamiento escénico da prioridad a los actores frente a los músicos. La orquesta de cámara está situada a la izquierda del espectador, al fondo, casi perdida a la vista desde platea. En el centro una pasarela que parece vaya a recoger un espectáculo de variedades, con sus bombillas en los laterales a modo de frontera; y a la derecha una plataforma de madera que sirve de plano elevado y al que creo se le saca poco juego durante el espectáculo. Al fondo una boca de escenario sobre la que se encuentra un DJ que es quien va haciendo sonar distintas músicas, todas ellas muy lejanas de las que suponemos vamos a escuchar en un concierto de Henry Purcell.

Con todo esto solo trato de explicar la dificultad de afrontar esta reseña sobre la ópera de Purcell pues en torno a sí misma hay otras muchas consideraciones a tener en cuenta y para las que me siento desprotegido. De ópera quizás sepa muy poco; de teatro, casi nada. Y ejemplo de la convivencia de estas dos arte e que el lector concienzudo habrá observado que en la ficha inicial aparecen dos nombres con cada personaje, siendo el primero de ellos el cantante y el segundo, el actor/actriz que encarna el mismo rol y asumiendo en plano de igualdad teórica la asunción de cada personaje. 

Si hubiera que hablar de lo más brillante o eficaz del espectáculo yo mencionaría la caracterización de Dido, sobre todo por la enorme labor de la actriz Miren Gaztañaga, al ser capaz a partir de escasos gestos, de una simple mirada o de una sonrisa maliciosa de crear un personaje de enorme credibilidad y humanidad. A ello coadyuvó en la parte canora la voz oscura de Nerea Berraondo. el El When I am laid in earth, todo ese famoso final, conocido como el Lamento de Dido, fue cantado por Berraondo con sentimiento y una voz bien proyectada, uniforme en su color mientras Gaztañaga iba rociando de alcohol todo el escenario, su palacio, preparando su inmolación ante el fuego, como si de una Brünnhilde wagneriana se tratara. Justo antes de encender el mechero se apagan las luces y termina la función. Berraondo, más contenida, aportaba una voz noble; Gaztañaga nos ofrecía la reina caprichosa, insolente, descarnada y, al final, frágil y doliente.

El personaje de Æneas, por ello, palideció tanto en su aspecto vocal (admitamos que en la ópera el papel masculino apenas está desarrollado, en contraste con el protagonismo que adquiere Dido) como, en menor medida, en el actoral. León de la Guardia cantó con cierta timidez en su emisión mientras que el actor, Adrián García de los Ojos parecía devorado por la arrolladora personalidad artística de su enamorada. Muy bien el papel de Belinda, sobre todo por la voz hermosa de Naroa Intxausti mientras que su complemento actoral, Lucia Astigarraga pasó más desapercibida.

Además de estos tres papeles importantes tuvimos la suerte de disfrutar de un grupo coral formado por seis voces solistas, muchas de ellas de conocida trayectoria artística y que ademar de encarnar los papeles vocales secundarios y los momentos corales tuvieron que implicarse mucho en la parte actoral. Apuntemos sus nombres: Ana Sagastizabal, Ainhoa Zuazua, Alicia Manceras, Josu Cabrero, Alesander Pérez y José Manuel Díaz. A estos añadimos siete actores vascos más, muchos de ellos también bien conocidos por estos lares y que dieron forma a los dioses que acompañan a un Júpiter que aquí es el dueño de una discoteca que gobierna desde la barra y que reparte cocaína a destajo en sus fiestas y orgías (Joseba Apaolaza), un Iarbas histérico, excesivo y sufriente que encarnó Mikel Losada, Idoia Merodio dando cuerpo a una Juno de elegancia natural, una Venus señorial encarnada por Itziar Lazkano mas el travestido Ganímedes de Koldo Olabarri y el adolescente Ascanio, personificado por Pol Asua.

Queda escrito que, por desgracia, la orquesta, encargada de transmitir la bella música de Purcell quedo relegada tanto a una posición inconveniente al fondo del escenario, de forma que su director, Petros Bakalakos siempre daba la espalda a los cantantes; además, en ocasiones la orquesta tuvo que lidiar con ruidos acompañantes que dificultaban el disfrute de la orquesta que, en lo que se ha podido escuchar, estuvo a la altura de un espectáculo de alto nivel.

Porque sí, el espectáculo del Arriaga es de alto nivel; no se si es una ópera, no se si los melómanos se habrán sentido cómodos en su visionado pero lo que es innegable es que hay un enorme trabajo detrás de esta versión de Dido and Æneas. Es más, todos sus intervinientes nos han transmitido una confianza ciega en la propuesta escénica valiente por exagerada de Horáková y ello otorga al espectáculo una enorme credibilidad. Mi parte melómana se sintió incomoda en algunos momentos pero poco a poco me fuí creyendo este proyecto, cargado de trabajo y de credibilidad. Por ello no dudo en desear que tenga recorrido y ya en euskera ya en castellano ya en cualquier otro idioma esta versión de la obra purcelliana visite otras ciudades y otros teatros porque se lo merece.