Einstein Glass Arriaga19 

De la mínima expresión a la máxima calidad

Bilbao. 26/05/2019. Teatro Arriaga. Glass: Einstein on the Beach. Suzanne Vega (narradora),  Igor Semenoff (violín), Ictus Ensemble, Collegium Vocale Gent. Dirección musical: Georges Elie Octors y Tom de Cock.

No me cuesta nada imaginar la estupefacción de quienes asistieron al Festival de Avignon (Francia) en el verano de 1976 a presenciar el estreno absoluto de Einstein on the Beach; y no me cuesta porque en 2019 aun esta obra es capaz de dejar perplejo a la mayoría de los espectadores, que se quedan anonadados ante el despliegue de una música de aparente simplicidad que, sin embargo, esconde una dificultad técnica como en pocos trabajos pueda encontrarse. 

Tampoco me cuesta entender que aun hoy en día haya espectadores que con el paso de los minutos vayan pensando que salir por la puerta pueda ser la mejor alternativa ante la escucha de la obra de Glass. Pueden así hacer valer el permiso concedido por el compositor, que manifestó su deseo de que los espectadores entraran y salieran del concierto en cualquier momento, siempre que respetaran el trabajo de los músicos. En el día que nos ocupa, la mayoría no regresaba.

La gestión artística del Teatro Arriaga se ha apuntado un tanto de enorme valor al programar esta ópera. Al vivir en una ciudad de tradición operística constreñida al siglo XIX y al mundo italiano, salvo contadas excepciones, el Arriaga ha jugado en esta ocasión el papel que creo le corresponde: ser valiente en la programación de obras infrecuentes para convertirse en el necesario contrapeso a la programación lírica hipotecada por la necesidad de una buena recaudación, evitando así cualquier riesgo. El Teatro Arriaga ha podido así permitirse alguna licencia que ha posibilitado tener durante los últimos años o en los meses inmediatos música teatral de Hans Werner Henze, Franz Joseph Haydn, José María de Usandizaga, Claudio Monteverdi o Philip Glass, autores que nunca han estado presente en el escenario del  Palacio Euskalduna. Algún día podíamos llegar a conseguir la gestión coordinada de ambas infraestructuras para poder dar satisfacción a todo tipo de público aunque supongo que esto es soñar despierto.

Einstein on the Beach es una ópera según Philip Glass y no tengo ninguna intención de enmendarle la plana al compositor. Seguro que de esto sabe mucho más que yo. Eso sí, quien asista a su representación esperando encontrar una obra construida en torno a un argumento va a llevarse una gran sorpresa. En Einstein on the Beach la dramaturgia es inexistente. Cada una de las nueve escenas es independiente y trata de una forma libérrima distintos símbolos, por ejemplo el violín,  supuestamente ligados al personaje protagonista, Einstein en este caso.   

Esta obra es la cumbre del minimalismo; es, de hecho, su presentación en la sociedad de la música que denominamos clásica. Después de este primer título llegaron dos óperas más dentro de la misma estética, Satyagraha (1980) y Akhnaten (1983), obras que guardan cierta relación estilística aunque en propiedad no debamos siquiera imaginar que estamos ante una trilogía. Y llegados a esta altura, por pedir, que no quede: ¿tendría a bien la gerencia del Teatro Arriaga considerar la programación de estos dos títulos en los próximos años? Algunos lo agradeceremos prolijamente.

Como referencia del minimalismo que es, la ópera se estructura en torno a cuatro actos que recogen nueve escenas, separadas entre sí por interludios que Glass denomina Knee Plays. Tomando en cuenta todos los fragmentos la obra supera con creces las tres horas y media de duración que, como es costumbre, se ofrecieron sin descanso alguno; es por ello que el espectador puede decidir cuando “descansar” saliendo unos instantes al exterior.

Pues bien, con la breve excepción de dos minutos disculpables por fuerza mayor un servidor asistió hipnotizado a las casi cuatro horas del espectáculo, perplejo ante el alarde técnico de los interpretes y ante la capacidad innata de la obra para abstraer al oyente de la realidad y transportarlo hasta la irrealidad misma. Vayamos por partes tratando de explicar esto último.

Cualquier persona que tenga un mínimo de experiencia coral se queda perplejo ante la demostración técnica del Collegium Vocale Gent, agrupación capaz de repetir hasta la extenuación las microestructuras musicales diseñadas por el compositor hasta que sucede ese mínimo cambio tonal o rítmico. Ello obliga a los cantantes a una concentración máxima y una capacidad de coordinación interna admirable. En la consecución de este objetivo la labor de los dos directores es sencillamente ejemplar; el trabajo de Georges Elie Octors y Tom de Cock es espectacular musicalmente pero también visualmente: gestos creados ex-profeso para superar las dificultades de la partitura y una actitud que garantiza la necesaria coordinación del grupo vocal hasta lograr que la transmisión de las distintas series de microestructuras sea admirable.

Ello es también aplicable a los dos músicos encargados de los teclados (órgano electrónico y sintetizador), a saber, Jean-Luc Fafchamps y Jean-Luc Plouvier. Esas cuatro manos hacen kilómetros recorriendo las escalas en sus instrumentos con la repetición extenuante de las estructuras surgidas del ingenio de Philip Glass. De nuevo, máxima concentración y trabajo solidario en busca del efecto conseguido. Por terminar con lo más relevante es de justicia mencionar a Igor Semenoff, el violinista que se enfrenta a los mismos problemas y que los resuelve con la misma capacidad técnica. Todos ellos son miembros del Ictus Ensemble, el grupo instrumental compuesto por siete músicos que cumple con las peticiones del compositor a entera satisfacción. 

Durante las casi cuatro horas tenemos la oportunidad de presenciar escenas infrecuentes en lo conciertos clásicos. Los miembros del coro descansan de forma alternativa y así, por ejemplo, podíamos ver a uno de sus componentes, sentado al fondo del escenario comiéndose una manzana para recobrar fuerzas, a otro componente leyendo un libro en la parte opuesta o contemplar a uno de los directores o a la flautista misma abandonar sus quehaceres para poder pasar las páginas de la partitura del organista, enfrascado como estaba en las interminables series musicales e imposibilitado para este menester tan sencillo. Trabajo solidario.

Eso sí, el Teatro Arriaga destacaba en la publicidad de la función la presencia de Suzanne Vega como narradora de los textos y hay que decir que sin demérito de su trabajo (es mujer de magnetismo innegable), su presencia quedaba eclipsada por la fuerza de la obra. Incluso en algunas ocasiones la escucha de su narración quedaba condicionada por la interpretación de la música, siendo realmente difícil desde mi butaca entender el texto.

Convendremos en que Einstein on the Beach no es obra para paladares convencionales. De hecho, esta obra nos exige dejar en el guardarropa todos nuestros prejuicios y predisponernos a ser inundados por una propuesta musical rompedora, casi provocativa. En directo te atrapa a poco que te dejes llevar; tiene una fuerza hipnótica que golpea nuestras entendederas musicales hasta gritarte: ¡esta música no tiene nada que ver con lo que has oído! Y te sientes atrapado, sumergido, superado. 

Hacía tiempo que no salía de un teatro con la convicción de haber vivido una experiencia referencial en mi vida de aficionado a la música; considero que lo más importante es tratar de entender cómo este siglo en el que nos tocó nacer ha sido capaz de parir obras que comparten en basarse en estéticas radicales y, sin embargo, antagónicas. Valga como ejemplo que solo tres años antes del estreno de la obra que nos ocupa Benjamin Britten había presentado su Death in Venice (1973) y solo tres años después, en 1979, György Ligeti construía la antiopera por excelencia, Le gran macabre. La riqueza y pluralidad de un siglo que nunca deja de sorprendernos.

Conduciendo camino de casa, mientras unos contaban los votos de cada una de las mesas electorales y otros soñaban con el números de escaños ganados o perdidos, un servidor sentía resonar en su cabeza, una y otra vez, one, two, three, for, five, six, seven, eight. La fuerza de Glass, la fuerza de Einstein on the Beach.