La culpa os sienta tan bien
25/06/19. Londres, Royal Opera House. Mussorgsky, Boris Godunov (versión 1869). Richard Jones, director de escena. Nicky Gillibrand, vestuario. Bryn Terfel, Boris Godunov; David Butt Philip, Grigory; Matthew Rose, Pimen; Sam Furness, Simpleton; Harry Nicoll, Missail; Anne Marie Gibbons, tabernera; Jeremy White, Nikitich. Orquesta y Coro de la Royal Opera House. Marc Albrecht, director musical.
Hace ahora tres años, Bryn Terfel, uno de los cantantes más queridos del panorama musical, un icono nacional en Gran Bretaña y muy especialmente en su Gales natal, estrenaba papel. Se trataba además de uno de los roles más torturados del repertorio. Aunque su dinámica psicológica órbita alrededor de un estrecho rango de pasiones centradas en el binomio poder-remordimiento, se requiere una gran profundidad emocional para su buen desarrollo. Si se me permite la analogía con la enología y con otros campos del arte, hablaríamos aquí de un personaje muy “vertical”. Merecía la pena pues ver cómo ha evolucionado su introspección con el papel.
Bryn Terfel es, por otra parte, un cantante con indiscutibles cualidades, pero al que le cuesta abandonar su propia piel: su Wotan siempre me ha parecido demasiado humano y su Scarpia -con en el que estos días hace doblete en Covent Garden- algo inofensivo, y a ambos personajes se les adivina la ascendencia galesa. Con este Boris, sin embargo, realiza una caracterización dramática más creíble. Más que la divinidad o la maldad, a Terfel la culpa le sienta muy bien. Su zar emana mundo interior. Desde su propia coronación, a la que asiste atónito y ausente, hasta el colapso final, es capaz de arrastrar al público en su viaje hacia el infierno. Y no lo hace a base de potencia vocal, algo de lo que no anduvo sobrado, sino de pericia dramática, precisamente lo contrario de lo que nos tiene acostumbrados.
Si de cualidades vocales queremos hablar, hay que poner en primer lugar al bajo Matthew Rose en su papel del monje Pimen. La gravedad y potencia de su emisión parecen de otro mundo, y la nobleza de su color justifica su papel como desencadenante de la justicia divina. Para rematar la faena, su carisma escénico es incluso superior al de Terfel. Del resto de los secundarios, todos cuando menos impecables, destacan la versatilidad cómico-dramática del tenor David Butt Philip en el papel del impostor Grigori.
Al coro de la Royal Opera House, como a cualquier gran formación vocal, se le supone fuerza, coordinación, empaste y afinación; y no defrauda en absoluto. Pero lo que hace de su actuación algo memorable no es el empuje al unísono, sino esa infinidad de matices que desvelan el estado del pueblo. El temor, la represión y el sufrimiento se revelan a través de un sinfín de trabajadas inflexiones que cuesta creer que vengan de un grupo tan nutrido. Se adivina una intensa preparación detrás de esta interpretación. La manida frase de “cantan como una solo voz” adquiere en ellos su sentido pleno: no se trata de que no haya desajustes, sino de que sean capaces de manejar la complejidad emocional como tan solo un individuo podría hacerlo. Discreta pero efectiva, en el foso, la dirección musical de Marc Albrecht acompañó adecuadamente la trama.
El vestuario de Nicky Gillibrand, esplendoroso, es una explosión de color, los cegadores dorados reflejan la grandeza de la Rusia Imperial y el tono folclórico le otorga un aire surreal a una narración que, a pesar de ser histórica, no queremos que sea del todo realista. Los decorados y el atrezo siguen este mismo camino, la grandeza incipiente del Kremlin y la fusión entre humanidad, religión y política, se resumen bien en la abundancia de iconos ortodoxos.
En la propuesta de Richard Jones, el escenario a doble nivel, con la parte superior a modo de opulento reservado, permite manifestar mundos contrapuestos simultáneamente: presente-pasado, interior-exterior, acción física y mental. De esta última, lo más acertado es esa imagen martilleante, obsesivamente recurrente, del asesinato del zarevich que se representa para atormentar cada vez que Boris entra en escena. Y para completar una propuesta escénica redonda, la dirección de actores, trabajada en extremo hasta el nivel del gesto, pone la guinda a una de las mejores producciones que nos ha dado la temporada que ya acaba.