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Más intención que resultado

Zamora. Teatro Principal. 28/07/2018. La dame de Monte-Carlo, de Francis Poulenc y Pimpinone, de Georg Philipp Telemann. Idoris Duarte (soprano, dama y Vespetta), y Enrique Sánchez-Ramos (Pimpinone). Rosa Blanco (piano) y Orquesta Filarmónica de España. Dirección escénica: Marta Eguilior. Dirección musical: Javier Corcuera.

En Little Opera suelen darse programas dobles muy poco convencionales, construidos más por la adecuada duración y características formales de las obras que por cualquier punto de unión que puedan existir entre los argumentos de las óperas elegidas. Tal es el caso de la propuesta de este año al recoger un minimonólogo de Francis Poulenc, La dame de Monte-Carlo y un intermezzo clásico del barroco, Pimpinone, de Georg Philipp Telemann.

Definir a La dame de Monte-Carlo como ópera quizás sea mucho decir; incluso como monodrama apenas tiene posibilidad de recorrido dada su breve duración, apenas ocho minutos. En Zamora se ofreció la versión para piano, asumiendo tal responsabilidad de forma eficiente la joven Rosa Blanco desde un palco del coqueto Teatro Principal.

Esta obra es Francis Poulenc en estado puro: como ocurre con La voix humaine, la protagonista es una mujer agobiada por su declive personal, por la soledad que le rodea, por su dependencia al juego y las nefastas consecuencias. Esta dama bien podría ser la misma que días antes, pegada al teléfono, suplicaba a su amante un último encuentro, luchando contra la soledad impuesta por el inexorable paso del tiempo. Quizás a la señora de Montecarlo se le pueda suponer mayor dignidad y entereza que la que muestra la colgada al teléfono, mujer también sin nombre, que protagoniza esa obra ejemplar. Poulenc inconfundible: tenemos dos mujeres en situación similar que protagonizan  dos finales dramáticos también paralelos. 

Idoris Duarte tuvo dificultad para dotar al personaje de la nobleza que le podemos imaginar, teniendo en cuenta que pasa sus últimos días en la cuna de los nuevos ricos europeos, esa ciudad sinónimo de opulencia, derroche, casino y, por lo tanto, desesperación de algunos. Nuestra dama solo puede encontrar la paz en las aguas del Mediterráneo. Así, Marta Eguilior, la directora de escena, nos muestra a la dama en traje de baño de una pieza, rojo, con gorro de baño, volcado su cuerpo hacia el mar, que se mostraba en una pantalla que ocupaba toda la trasera del escenario. Poulenc es fraseo, dominio excelso del francés, gusto por la palabra bien dicha, intención encontrada en cada inflexión y por ello lamento que tal dama no estuviera plena de todas estas características en la voz de la mencionada soprano.

Tras un breve descanso hicimos frente a Pimpinone, una de las escasas obras líricas del maestro del barroco Georg Philipp Telemann que hoy se representan. Telemann es un maestro de la obra instrumental, quedando su aportación lírica casi en mera anécdota. Y Pimpinone no es sino un preludio germano y de menor calidad teatral de La serva padrona, la genial obra de Giovanni Battista Pergolessi, estrenada ocho años después.

Tenemos la misma temática: la sirvienta que, sumisa ante su patrón siendo soltera, acabará convirtiéndose en su mujer y con ello gobernará el hogar. La peculiaridad de Pimpinone es que mientras que los recitativos están en alemán, las arias son cantadas en italiano. 

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El comienzo de la obra fue tan brillante como sorprendente: un oficial nazi está escuchando por radio y en el salón de su sala de estar un discurso de Adolf Hitler hasta que decide cambiar el dial, encontrando primero música de Richard Wagner, que rechaza, y finalmente encuentra la paz al encontrar música barroca. El oficial nazi está convenientemente caracterizado: uniforme militar con altas botas y pistola, svástica en el brazalete y presencia física intimidatoria. Él es Pimpinone. Mientras, Vespetta, su criada, tiene una apariencia más convencional. 

El problema surge cuando tras este gran comienzo la caracterización del nazi se va diluyendo al surgir un mundo de distancia entre lo que se representa y lo que se ha de cantar. Además, durante gran parte de la obra, que ronda los cincuenta minutos, dos soldados con máscaras antigás al estilo I Guerra Mundial van pintando un mural monócromo, rojo sangre, que acaba sirviendo de simbólica celda a la sirvienta, torturada por el nazi, ese mismo nazi que, en actitud cercana a la esquizofrenia, ha sido en los momentos anteriores colaborador de los juegos con la sirvienta, disfrazándose y asumiendo actitudes y ropas poco unidas al nazismo.

En definitiva, escénicamente tenemos una idea interesante que queda hipotecada por un texto que la contradice continuamente y que es concluida de forma excesivamente forzada. Al final, el nazi acabará violentando a Vespetta mientras ésta le insulta y provoca con sus palabras. Marta Eguilior, de la que he tenido la suerte de ver con estas ya cinco propuestas escénicas, no deja de ser un valor muy interesante dentro del panorama actual e imagino que la falta de tiempo y medios habrán condicionado el desarrollo de la idea. 

Vocalmente Idoris Duarte mejoró sus prestaciones de Poulenc aunque pasó más de un problema con los recitativos en alemán, hasta el punto de recurrir a una evidente chuleta. El barítono Enrique Sánchez-Ramos tiene una voz amplia y aunque estilísticamente podría pedírsele mayor matiz en el fraseo construyó un personaje de una pieza. Javier Corcuera dirigió con suficiencia a la Orquesta Filarmónica de España.

El Teatro Principal zamorano es precioso aunque de escasa capacidad. La entrada rozaba el lleno y es ilusionante ver esta respuesta popular en la medida en que la misma puede facilitar el que conozcamos una quinta edición de este festival que, a poco que arregle algunas pequeñas cuestiones organizativas (adelantar la fecha de la presentación o hacer el festival más presente en la ciudad durante su celebración), puede convertirse en referencia ineludible del verano lírico español.