Dos conciertos de altura
Schwarzenberg, 24/08/2019, 16h. Angelika Kauffmann Hall. Recital de cámara. Obras de Schubert, Beethoven y Dvorak. Jerusalem Quartet, Elisabeth Leonskaja, piano.
Schwarzenberg, 24/08/2019, 20h. Angelika Kauffmann Hall. Recital de lied. Obras de Schubert, Henze y Mahler. Ian Bostridge, voz, Julius Drake, piano.
Repasando la biografía de los compositores más destacados, cuando uno se topa con la de Franz Schubert resulta casi inevitable empatizar con él. O por lo menos se siente que Schubert era un buen tipo, animoso, alegre, pese a su vida azarosa y nada fácil (y que lo volvió más taciturno según avanzaba la enfermedad que tanto tuvo que ver con su muerte a los treinta y un años). Su carácter amable y abierto le granjeó muchas, profundas y perdurables amistades que siempre “cuidaron” de él. Ya durante su vida, grupos de amigos se reunían para escuchar y acompañar interpretaciones de sus obras, comentarlas, darle su opinión (conocido es el rechazo casi completo que tuvo la primera lectura del original –doce lieder– Winterreise) y apoyarle. A aquellas reuniones se les llamó schubertiadas, y perduraron, como homenaje de esos amigos a la muerte del compositor y posteriormente como ocasión de volver a la gran obra del compositor romántico por excelencia.
Esa tradición sigue viva en la actualidad en diversos puntos del planeta y uno de ellos, quizá el más destacado por duración y calidad de su programación es el que se desarrolla en Austria (patria de Schubert), concretamente en el estado federado de Vorarlberg, en el extremo más occidental del país. Con una organización impecable, son dos las localidades las que se reparten las actuaciones que van de abril a octubre, Hohenems y Schwarzenberg. Los conciertos que comentaremos, en estas crónicas se desarrollan todos en esta última, concretamente en el excelente Angelika Kauffmann Hall.
El cuarteto Jerusalem (que abría el primer concierto de los dos programados para el 24 de agosto) posee un sonido característico, apreciable en obras tan dispares como las que ofreció en esta ocasión. En esa marca personal destaca el nervio, la vida que recorre sus cuerdas. No hay en ningún momento relajamiento, ni bajada de tensión en el seguimiento de la partitura, una implicación absoluta con lo que están interpretando, adaptando esa pasión a cada uno de los autores, al corazón de cada compositor. Eso provoca que el oyente se introduzca en la obra, forme parte de ella porque el cuarteto te absorbe, algo que leído puede sonar absurdo pero que en la sala se siente plenamente real. Absolutamente ensamblados, es, sin embargo, muy identificable cada uno de los instrumentos y la personal técnica de cada músico. Personalmente, y sin desmerecer al resto, destacaría dos: el violín de Alexander Pavlovsky, de un virtuosismo impecable y un sonido diamantino, y la viola de Ori Kam, llena de elegancia, perfecta armonía y seguridad. El programa presentado era exigente. En primer lugar el Allegro en Do menor, único movimiento del D703 que llegó a concluir Franz Schubert de un previsto cuarteto de cuerda. Pese a ser una obra inacabada es una pieza con personalidad propia, en la que las inquietudes de Schubert en la época de su composición (1820) se muestran claramente. La tensión trágica y la fuerza de los distintos temas fueron perfectamente transmitidas por los Jerusalem, que daban así la primera muestra de ese sonido propio al que me refería más arriba. Vino después un excelente Beethoven con su Cuarteto Op. 74 de 1809, denominado “De las arpas”. Otra vez la compleja y tensa escritura beethoviana tuvo fiel reflejo en las cuerdas del conjunto, demostrando otra vez el dominio de sus instrumentos en una partitura nada fácil por la exigencia virtuosa que conlleva. La segunda parte fue auténticamente deslumbrante. Se unió al cuarteto el piano de la extraordinaria Elisabeth Leonskaja, una habitual en la Schubertiade (este mismo año se presenta en tres conciertos distintos), y que aportó su indudable maestría para crear un Quinteto nº 2 en La mayor de Antonín Dvorak para el recuerdo. Esta obra maestra del compositor bohemio, llena de lirismo y de formas típicas del folklore checo fue interpretada de forma apasionada por los cinco músicos. Especialmente Leonskaja al piano y Kam a la viola ofrecieron momentos en el segundo movimiento, llamado Dumka, de enorme belleza. Un concierto perfecto.
El segundo concierto del día estuvo protagonizado por Ian Bostridge y Julius Drake. Bostridge es un referente absoluto desde hace muchos años en el mundo del lied. Me atrevería a decir que es el más destacado intérprete de este género en su cuerda (en la de barítono la cosa está mucho más disputada). A lo largo del tiempo, en las interpretaciones que le he podido escuchar, hay cosas que se mantienen y otras que han ido cambiando. En este concierto he escuchado un Bostridge más maduro, sin perder ese aire de total implicación personal en lo que canta, porque es de esos músicos que física y vocalmente demuestran que cada verso, cada nota que emiten, lo viven, lo sienten. Después de leer su interesantísimo libro sobre el Winterreise de Schubert (editado por Acantilado con una excelente traducción de Luis Gago), entiendo mucho mejor su visión de la interpretación liederística. No hay espacio en esta crónica para ni siquiera esbozarla, pero sí quisiera señalar que todo lo que el cantante hace en el escenario tiene una razón de ser: no es, como equivocadamente algunos ven, “puro teatro”.
Lo de Julius Drake es admirable. Cuando preparaba mentalmente estas notas pensaba que es de esos pianistas que pueden llegar a atraer tanto o más que el cantante con el que actúan. Me explico. Si se anuncia un concierto con un intérprete que yo no conozco pero también toca Drake eso me garantiza la calidad del espectáculo, que será un programa trabajado y estudiado y que el piano del británico siempre será como una red para el cantante-trapecista que podrá cantar sabiendo que, pase lo que pase, siempre estará Drake para salvarle. Sería reiterativo desgranar las cualidades de su trabajo, aquí en plena conexión con Bostridge, con el que se ve perfectamente que ha trabajado mano a mano sobre todo en los tramos más arriesgados del programa, como fueron los lieder de Des Knaben Wunderhorn. Sereno en el gesto, preciso en la pulsación, elegante en el legato, siempre es un placer escucharlo.
En cuanto al programa, destacar el hilo conductor, que mezclaba a un poeta musicado por dos compositores diferentes con dos lieder de Henze que tienen una relación estrecha con los intérpretes, y una versión podríamos decir que “revolucionaria” de algunos de los Des Knaben Wunderhorn de Mahler. El concierto comenzó con seis lieder sobre poemas de Friedrich Rückert creados por Franz Schubert, los cinco primeros publicados en 1821, y que aparecen todos en la recopilación Östlichen Rosen de 1834. Siendo todos de gran belleza, destaca Dass sie hier gewesen, “Ella estuvo aquí”, de indudable audacia en lo tonal y que se mueve siempre en el campo de la evocación. Sobra decir que ambos intérpretes son excelentes conocedores de este repertorio y que la interpretación estuvo a la altura de la calidad de la obra. Después, completaba la primera parte dos lieder de Hans Werner Henze de su serie Sechs Gesänge aus dem Arabischen (dedicada, por cierto a Bostridge y Drake). Tanto Cäsarion (con letra del propio Henze) como Das Paradies (una versión de Rückert sobre un texto del poeta musulmán del medievo Hafis). Ambos mostraron ese lenguaje tan propio y atractivo de Henze aún más remarcados aquí por ese tono de inspiración árabe. La segunda parte nos deparaba lo más sorprendente del concierto: unas versiones completamente personales, indudablemente trazadas a la par por pianista y cantante, de alguno de los lieder más conocidos de Des Knaben Wunderhorn de Gustav Mahler. Especialmente en Revelge, lo oído fue impactante. Se explota hasta el extremo el lado más antimilitarista del lied, con un sonido que nos lleva al expresionismo, al Wozzeck de Berg o a un cabaret berlinés de la República de Weimar. Asombroso. Bostridge estuvo muy teatral en estos momentos, acoplado a un Drake que parecía dirigir un destacamento de famélicos y desesperados soldados. Las aguas volvieron a su cauce conocido con los lieder sobre Rückert también del compositor austriaco, con una interpretación mucho más canónica pero no por ello menos atractiva, siempre con un punto de lentitud pero sin perder la tensión necesaria, rematando con un maravilloso Ich bin der Welt abhanden gekommen donde toda la belleza de música, texto, cantante y pianista se unieron para conmover totalmente a un entregado público.